Cuando queríamos ser indios Aroa Moreno Durán
Cuando se quiere poner en duda la pertinencia de una memoria histórica o se pretende rebajar la importancia política de la muerte de un dictador, aparecen expresiones como no remover heridas y palabras como reconciliación. El pensamiento democrático necesita tomarse en serio el sentido de estas expresiones y palabras para no falsear el pasado y para no agrietar la legitimidad de su futuro.
El golpe de Estado de 1936 fue una agresión inaceptable a la convivencia democrática. Y reconciliarse con un golpe de Estado y sus consecuencias es inaceptable para cualquier interpretación decente de la palabra democracia. Puede aceptarse que haya situaciones crispadas, circunstancias de tensión, contextos que hagan difícil la convivencia, pero no puede asumirse de ningún modo que se pretenda solucionar las tensiones y las dificultades con un golpe de Estado. Y es mucho más inasumible pedir que se olvide lo que ocurrió, o pedir la reconciliación con la barbarie, porque los militares golpistas, al fracasar su golpe de Estado, vendieron España al fascismo de Mussolini y el nazismo de Hitler para hacerse con el poder. Las consecuencias fueron una larga experiencia agresiva y dolorosa de destrucción, represión y maldad. Así que nadie puede pedir la reconciliación con esos recuerdos.
Y tampoco vale la equidistancia de decir que los dos bandos enfrentados en una guerra cometieron injusticias. La violencia y las guerras sacan lo peor de los seres humanos llamados a destruirse. Que se cometieran injusticias en los dos bandos no equilibra responsabilidades, porque el máximo culpable es siempre quien desencadena la violencia, quien le da el protagonismo a la barbarie, quien le da oportunidades a Caín, quien asume un golpe de Estado o una alianza con ejércitos genocidas que no dudan en enviar aviones desde Alemania o Italia para hacer pruebas de tiro y bombardear las ciudades españolas.
Así que no parece razonable en una cultura democrática, partidaria de la convivencia, el civismo y el respeto a los derechos humanos, defender el olvido o la reconciliación. ¿De verdad se debe olvidar que el autoritarismo militar o judicial, cuando se separa de la voluntad popular y decide ser autosuficiente, puede acabar con la dignidad humana? ¿De verdad hay que olvidar los bombardeos, las sentencias a muerte y las tapias de los cementerios? No creo que recordar el daño de un golpe de Estado, la barbarie de una cámara de gas, un bombardeo sobre Hiroshima o una invasión de Madrid con los fusilamientos del ejército napoleónico, sea remover heridas. La memoria sirve para entender las causas y las consecuencias de las cosas que no pueden volver a repetirse.
Y hay muchas cosas del pasado que no se llevan bien con la palabra reconciliación. Uno puede reconciliarse con un amor, un amigo, un adversario, pero nunca con un golpista criminal, un dictador o un genocida. Que los rencores desaparezcan con el tiempo no debe confundirse con la reconciliación. Puede pensarse que se trata de sucesos que pertenecen al pasado, pero no de algo con lo que una democracia pueda reconciliarse.
Uno puede reconciliarse con un amor, un amigo, un adversario, pero nunca con un golpista criminal, un dictador o un genocida
Y no creo que la Transición española fuese un ejemplo de reconciliación. Buscar acuerdos necesarios no es lo mismo que celebrar reconciliaciones. Se dieron acuerdos necesarios para abrirle las puertas a una democracia, pero las necesidades históricas no fueron las mismas para todos. Cuando la España oficial franquista había dejado de representar a la España real conformada en los años 60 y 70, los representantes del Régimen necesitaron con la muerte de Franco asumir una dinámica de adaptación a la realidad. Por otro lado, los exiliados republicanos y los representantes de los partidos que habían combatido al franquismo en la clandestinidad necesitaron adaptar sus exigencias a unas estrategias que permitiesen, lo antes posible, la llegada a España de la democracia y las libertades políticas. Y creo que los resultados fueron buenos.
Por eso no estoy de acuerdo con los que repiten que los vientos antidemocráticos que ahora sufrimos se deban a los errores de la Transición. Después de casi 50 años, conviene comprender que los argumentos que animan a la extrema derecha actual tienen más que ver con las carencias de la democracia que con la permanencia de la dictadura franquista. Se trata de un fenómeno que se vive también en las democracias de EE.UU, Europa y Latinoamérica. Los nuevos reaccionarios españoles pueden jugar con la nostalgia del franquismo, pero sus raíces pertenecen de lleno al siglo XXI y proponen una manera de definir nuestro futuro.
En esta situación, resulta muy peligroso pedirle a la memoria que olvide o argumentar que las democracias pueden reconciliarse con los dictadores. Las heridas del pasado sirven para entender lo que la dignidad humana no puede asumir. No podemos reconciliarnos con actuaciones que no deben volver a repetirse.
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