Plaza Pública

El cura de Cuatro Caminos y el imán de Fuengirola

Xabier Fortes

Cada vez que uno de esos grupos de túzaros que pueblan los fondos de nuestros estadios salen a cometer una razzia contra los infieles del equipo contrario, los presidentes de los clubes implicados salen a las pocas horas con el rostro compungido lamentando los hechos e impartiendo la misma letanía: “Esto no tienen nada que ver con el fútbol”. Es muy posible que así sea en el fondo (de la cuestión, no del estadio), pero a mi media neurona futbolera a veces le entran dudas sobre si esas reacciones guardan más relación con la afición al noble arte del balompié que, pongamos por caso, con la afición a la entomología. Nunca he visto a un anciano agredir con un cazamariposas a nadie, pero si he visto abrir a alguien la cabeza con el mástil de una bandera.

Toda esa turbamulta de ultras fueron un día amamantados a los pechos de presidentes y directivas, sufragando sus indecentes cánticos, banderas y bufandas, y solo cuando se volvieron contra ellos comenzaron a asumir que tenían un problema.

La religión no es mala en sí misma. Algunas de las mejores personas que he conocido en mi vida, entre ellas mi abuela Nina, eran profundamente religiosas, y asociaciones como Cáritas o Vicente Ferrer son el bien personificado, pero no se puede negar que todas las religiones, o casi todas, cuentan con sus fondos de estadio, ya sean en mezquitas, iglesias o sinagogas.

Europa vio la luz tras las tinieblas de la Edad Media con el Renacimiento –el hombre como medida de todas las cosas–, la Ilustración volteriana y sobre todo con la Revolución Francesa, a la que tanto le debemos. Parte de la iglesia francesa sacó entonces sus garras tridentinas y la Asamblea Nacional redactó una pieza demasiado olvidada pero clave para entender la Europa laica, la Constitución Civil del clero. A modo de resumen venía a decir que la religión pertenece al ámbito privado, y que desde ningún púlpito se podrían hacer proclamas contra los valores universales consagrados en la Declaración de los Derechos del Hombre, que convirtió a los súbditos franceses en ciudadanos. Cuando pienso en Fernando VII y sus aportaciones al progreso de España (resucitar la Inquisición, cerrar las universidades y abrir academias de toreo) lamento profundamente que nuestros vecinos no nos hubiesen invadido un poco más.

A esa tradición de españoles, que como diría Machado ora y embiste cuando se digna usar de la cabeza debe pertenecer el cura de Cuatro Caminos y extelepredicador Santiago Martín. Su reacción ante los criminales atentados de Barcelona fue señalar a las "comunistas radicales" Ada Colau y Manuela Carmena, a las que poco menos calificó de colaboradoras necesarias del criminal atentado de Las Ramblas. Otros no le han ido a la zaga sacando rédito, como la CUP señalando al rey de España, Arcadi Espada a la Generalitat o el cantante José Manuel Soto a todos los musulmanes en general, como si no fuesen musulmanes los que más sufren el ataque de este fanatismo islamista. El exministro del interior, Mayor Oreja, representa quizás un pensamiento más elaborado y culpa directamente de la decadencia de Occidente al ateísmo y al matrimonio homosexual, que fue escucharlo y entrarme ganas de tirarme al vecino del quinto. Como diría mi santa abuela, Señor, llévame pronto.

Este cura preconciliar que fustiga con trazo grueso a las alcaldesas de Madrid y Barcelona desde el púlpito de su iglesia me recuerda mucho a aquel imán de Fuengirola que a principios de los 90 instruía a sus fieles a la hora de azotar a sus mujeres sin dejar marcas. Aquello fue un escándalo que removió conciencias. Hoy la barbarie que predican otros imanes financiados por aliados económicos de Occidente, exportadores de los rigores islamistas wahabistas o salafistas, nos tiene sumidos en un estado de desolación y angustia colectiva. Para salir de este bucle en el que vivimos instalados sería recomendable prescindir de las recetas de algunos de los antes citados y no alentar el rencor con una demencial actuación política y militar en esa zona del mundo.

Esto de la religión es un poco complicado para mis escasas entendederas, por eso he ido progresivamente alejándome de sus diversas manifestaciones, aunque es imposible hacerlo por completo. Tan es así que incluso siendo ateo militante llegué a crear mi propia religión. Fue al tallarme para ir a la mili y aún debe figurar en algún registro del Ejército. El sargento que me tomaba los datos me pidió también mi confesión religiosa, pero le confesé que mi único catecismo era la Constitución, y que ésta me amparaba para no desvelar mis creencias religiosas, en el caso de que las tuviese. La conversación fue subiendo de tono. Yo seguía en mis trece y él en las suyas, que en el formulario había una casilla con el apartado religión y ya se sabe cómo son los sargentos. Al final puso que mi religión era Noalega y me mandaron destinado al Tercio de Regulares de Melilla, que quedaba un poco lejos de Pontevedra. Me hice objetor de conciencia, una posibilidad a estudiar en todas las confesiones religiosas.

Seguramente el islam es la paz, igual que seguramente el cristianismo es la religión de los pobres. A estas alturas ya solo aspiro a que nadie se apropie de sus enseñanzas originales o las retuerza hasta taladrar el cerebro de unos adolescentes, como hizo el miserable imán de Ripoll. Y si es posible también reclamaría una nueva Constitución civil del clero en el mundo islámico, para que también allí pueda crecer un saludable espacio laico y agnóstico, compatible con el respeto mutuo entre los que creen y los que no creemos.

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