Sergéi Pugachev, oligarca de la ‘era Yeltsin’: "Con Putin, un grupúsculo acapara el 100% del poder en Rusia"

Sergéi Pugachev, en su casa de Niza, en 2016.

Karl Laske | Madeleine Leroyer (Mediapart)

Cuando alude al sistema Putin, Sergéi Pugachev sabe de lo que habla. Lo ha vivido desde dentro. “Una junta ha acaparado el poder, todo el dinero, todas las instituciones del Estado”, explica a Mediapart (socio editorial de infoLibre). “Me parece que nunca hemos visto un sistema político así en la historia. Ya no hay distinción entre los siloviki [miembros o exmiembros de los ministerios de “fuerza”: Ejército, Policía, Servicios especiales, Fiscalía], los oligarcas, todo se confunde con el Estado”.

Oligarca precoz, propietario de un banco desde 1991, Sergéi Pugachev llegó a la cumbre de los círculos económicos rusos antes de ser destituido por Vladimir Putin en 2010. Fue uno de los artífices del nombramiento del presidente ruso como sucesor de Boris Yeltsin, tras haber contribuido en gran medida a la reelección de éste en 1996. El oligarca y su familia fueron en su día vecinos de los Putin en Moscú. Dice que ahora es uno de los “principales enemigos” del presidente ruso, junto con Alexéi Navalny y Volodymyr Zelensky.

En Francia, el empresario de 59 años fue el promotor del contrato franco-ruso para la venta del Mistral, los BPC (buques de proyección y mando, por sus siglas en francés), buques de guerra que quería construir bajo licencia en su astillero de San Petersburgo. Pugachev fue apartado del acuerdo por Putin en persona y el contrato se firmó sin él, para dos buques, con Nicolas Sarkozy en la presidencia francesa, en 2011, antes de ser cancelado por François Hollande, tras la invasión de Crimea en 2014. Por lo tanto, ambos BPC finalmente vendidos a Egipto fueron sacados in extremis del arsenal ruso que ahora ataca Ucrania.

En 2010, por orden de Putin, Pugachev perdió su licencia bancaria y sectores enteros de su imperio, OPK (astilleros, minas, inmuebles…). El oligarca renunció a su nacionalidad rusa en favor de la francesa. Su hijo Alexander compró el moribundo France-Soir en el tribunal mercantil aunque nunca consiguió reflotarlo. Mientras tiene que hacer frente a numerosos procesos judiciales iniciados por Moscú y a amenazas de muerte, consigue la apertura de un procedimiento de arbitraje en La Haya para recuperar sus activos, por importe de 12.000 millones de dólares.

El oligarca destronado sigue siendo un testigo clave. Desde Niza, responde a las preguntas de Mediapart.

PREGUNTA: Según usted, que conoce bien las altas esferas gubernamentales rusas, ¿la decisión de ir a la guerra la toma Vladimir Putin solo o un clan?

RESPUESTA: Fue Putin quien tomó la decisión mientras intentaba mostrar en televisión que era una decisión colegiada. Todos vimos esta escena con Sergei Narychkin [el jefe del servicio de inteligencia exterior al que se le pidió que aprobara la independencia de las repúblicas de Donetsk y Lugansk]. Putin tomó la decisión adoptando la posición de los halcones que estaban dispuestos a atacar a Ucrania.

P: ¿Así que una gran parte del aparato estatal está a favor de la guerra?

R: Hay que darse cuenta de que Rusia es un “cuasiestado” que no tiene nada en común con la concepción habitual de las estructuras estatales. En realidad, no hay un ministerio de asuntos exteriores ni nada parecido. Lo que hay es un grupo de personas que representan al Estado. Una junta se ha hecho con el 100% del poder. Así que no hay nada que diga que el ministro de Asuntos Exteriores esté a cargo de los asuntos exteriores o que el director del FSB se encargue de la seguridad. Todo está mezclado. Se trata de un pequeño número de personas cuyas prerrogativas se confunden y que han usurpado el poder. Estamos hablando de una usurpación total. A partir de ahí, es irrelevante quién se encarga de qué.

En cuanto a si el aparato estatal, o digamos el Gobierno, estaba a favor de ir a la guerra, el hecho es que no existe tal Gobierno. El Consejo de la Federación y el Parlamento son sólo instituciones de papel, atributos, bajo el control de un pequeño grupo de personas.

P: ¿De quién estamos hablando?

R: Del entorno próximo. En los últimos 20 años, el equilibrio ha cambiado. Estos días, podemos ver que mandan los siloviki, la gente que trajo Putin, con la excepción de Sergéi Shoigú (el ministro de Defensa) que llegó antes que él; por tanto, militares, hombres del FSB. Además de Shoigú, que forma parte del círculo íntimo, están Nikolái Pátrushev, secretario del Consejo de Seguridad, y Alexander Bortnikov, jefe del FSB. Ellos son los que toman las decisiones. No hay asesores secretos que no conozcamos.

P: ¿Así que Putin no está aislado, como podría pensarse?

R: No, en absoluto. No está solo. Está aislado de la realidad. Vive en una realidad paralela. Pero no está solo. Es evidente. En los últimos años, Putin había perdido influencia, tanto en su entorno como en el país. Pero al entrar en guerra, ha recuperado poder. Hoy es el líder absoluto del país. Y esto ocurrió en el mismo momento en que declaró la guerra, en la televisión. Cambió toda la construcción del poder.

P: ¿Qué impacto podrían tener las sanciones en Putin y su entorno?

R: Dejemos una cosa clara, el bloque que inició la guerra no se ocupa de la economía, sino de la pseudopolítica, y no ha tenido en cuenta en absoluto la cuestión económica. No previó la capacidad de unión de Occidente, ni la fuerza de la presión ejercida por las sanciones. La otra cosa es que ellos también están aislados de la vida y no entienden realmente cómo funciona la economía. En el entorno de Putin no hay nadie que se lo haya planteado. Nadie.

En mi opinión, el hecho de que en una semana no se hayan alcanzado los objetivos militares y se hayan adoptado tales sanciones significa que estamos asistiendo al fin de la Rusia de Putin. Ya no existe. Estamos en una situación de ruptura, como la transición de la URSS de Gorbachov a la Rusia de Yeltsin. Estamos exactamente en este momento de ruptura. No habrá vuelta atrás. Nada se calmará.

P: El fin de la Rusia de Putin, tal vez, ¡pero aún no el fin de la guerra!

R: Son los políticos los que empiezan las guerras y son ellos los que las terminan. Los militares no pueden acabar con la guerra. Tanto si los militares toman toda Ucrania como si no, esto no pondrá fin a la guerra. El fin de la guerra es una decisión política. Putin está en un callejón sin salida. No ha anticipado nada.

P: ¿Qué podemos esperar, en su opinión?

R: Ya han muerto varios miles de soldados rusos. Las consecuencias de la guerra son catastróficas; han muerto muchos civiles, Járkov parece Stalingrado... Es la primera guerra de este tipo desde la II Guerra Mundial en Europa. Nunca se había visto nada igual, la destrucción total de ciudades europeas, miles de muertos civiles.

En diez años en Afganistán han muerto unos diez mil soldados rusos. En Ucrania, cinco mil en diez días. Se trata de una catástrofe brutal cuyos efectos perdurarán. Además, las sanciones son catastróficas para Rusia, desde el punto de vista económico –congelación de las reservas de oro y divisas–, como ocurrió con Irán. Pero Rusia está en una situación más difícil que Irán, porque el 75% de lo que consume es importado. Muy pronto, la gente va a tener dificultades para encontrar algo más que pan en las tiendas. Estas sanciones funcionan y funcionan inmediatamente.

P: Para definir el régimen, Alexéi Navalny explicó hasta qué punto la carrera del presidente ruso había estado marcada por la corrupción y que dicha corrupción era una característica del régimen. ¿Está de acuerdo con este análisis?

R: La corrupción es total, pero no tiene nada que ver con la corrupción tal y como la entendemos en Francia. Navalny utilizó este término a falta de otro mejor, pero lo que quiere decir es lo que decíamos al principio: una junta que ha acaparado el poder, todo el dinero, todas las instituciones del Estado. Es muy diferente de la corrupción tal y como la entendemos habitualmente, cuando das dinero para que alguien en el poder haga algo por ti.

En Rusia, los llamados empresarios, u oligarcas como ellos dicen, son parte integrante del sistema político. Me parece que nunca hemos visto un sistema político así en la historia. Ya no hay distinción entre los siloviki, los oligarcas, todo se confunde con el Estado. El 0,1% de una población de 140 millones tiene el 100% del poder y el 100% de los recursos. Esto ya no es corrupción.

Putin y las personas que ocupan cargos sólo tienen que ayudarse a sí mismos. Antes de las sanciones, Putin disponía a su antojo de reservas de oro, de Gazprom, Rosneft, de cualquier empresa privada... Y eso es lo que hacía. El palacio de Putin [la residencia construida en Guelendjik, que mereció una película de Navalny] es exótico. Lo principal era poder comprar a la Unión Europea, a los líderes políticos de la UE o de otros lugares. Estamos ante una corrupción total. Esta corrupción, fuera de Rusia, ha mantenido a Putin muy ocupado en los últimos años. Es su política exterior.

P: ¿El Gobierno ruso, y en particular Putin, controlaron sus activos en Rusia, en particular los astilleros, antes de que pasaran a manos del Estado en 2010? En otras palabras, ¿era usted un oligarca como Roman Abramovich y los demás?

R: Fui un oligarca en el sentido de que tenía dinero y poder. Pero no le debo nada a Putin. Cuando llegó al poder, gracias a mí, en el año 2000 [Sergéi Pugachev, que formaba parte del entorno más cercano al presidente Yeltsin, fue decisivo en el nombramiento de Putin como presidente interino], yo ya tenía todos los activos que luego me quitaron. La llegada de Putin no me aportó nada, al contrario. Abramovitch es lo contrario. A menudo se dice que Putin ha metido en cintura a los oligarcas, lo que no es cierto. Se ha quedado con sus bienes en beneficio propio, mientras distribuía fortunas.

Por eso hoy todos los empresarios rusos, grandes o pequeños, deben ser considerados como siervos de Putin. Todos han aceptado las reglas del juego. Cuando la administración presidencial los convoca para pedirles 10 millones de dólares con urgencia para esto o aquello, traen el dinero inmediatamente. Conmigo, nunca fue así. Y Putin sabía que ni siquiera valía la pena hablar de ello.

P: ¿Cree que las sanciones que ahora se dirigen a los oligarcas están bien orientadas, o siguen siendo insuficientes?

R: Se han olvidado de muchos. Creo que deberíamos tomar el año 2022 como línea divisoria. Todos los que tengan un patrimonio importante a principios de este año deberían ser sancionados sin ni siquiera pensarlo. Porque esta gente está financiando el régimen de Putin.

En Rusia, la propiedad es ficticia. Es el mismo principio que el de los nominees de las empresas offshore que, sobre el papel, son dueños de los activos. Putin se ha asegurado de que toda Rusia esté poblada por propietarios ficticios. Porque él es el dueño de todo.

La Rusia de Putin es como el interior de un reloj, un mecanismo de relojería. Hay pequeños engranajes, grandes engranajes, medianos engranajes, enormes engranajes como Fridman y el Grupo Alfa de Aven... Abramovitch... Usmanov... los grandes nombres conocidos. Pero con sólo quitar una pequeña pieza, se detiene el mecanismo. Sólo Putin sabe cómo debe funcionar todo el conjunto. Y lleva veinte años así.

P: Un oligarca ayudó a rescatar a un partido, el Frente Nacional, con un préstamo. ¿Podemos suponer que se trata de una decisión estatal?

R: Hay que entender que cuando esta gente financia a Marine Le Pen, les da igual que sea Le Pen, Macron, Lukashenko o quien sea. Volvemos a esta junta. Una junta que ha acaparado totalmente el poder financiero, económico, administrativo y militar.

Cuando les dicen: hay que financiar a Le Pen, no es su decisión. Es una cuestión de supervivencia para ellos. Que financien tanques o que financien a Le Pen es indiferente. Es una orden de Putin. Una decisión política. La decisión se tomó en el Kremlin. Financiad a Le Pen. No funciona. No importa. No les pedimos su opinión. No se imagine una reunión de oligarcas invitados a pensar a quién financiar. Es mucho más sencillo: hay que envíar 100 millones allí. ¿Está? Muy bien.

A esto es a lo que Occidente no se había preparado después de la Guerra Fría. La URSS trataba de corromper, de reclutar agentes, pero lo que primaba era la ideología, no el dinero. Rusia no tiene ideología. Así que utiliza el dinero. Eso es todo.

P: Ofrecer puestos directivos a François Fillon y Nicolas Sarkozy, ¿es también una estrategia centralizada?

R: Le diré algo terrible. El cien por cien de estas personas, empezando por Schröder [el excanciller Gerhard Schöder es presidente del consejo de administración de Gazprom], que, tras dejar los negocios, fueron contratadas en Rusia, reciben el dinero no por su puesto en Rosneft, Rostelecom o MTS, sino como agradecimiento por los servicios prestados cuando estaban en el gobierno.

He visto cómo se comportó Putin con Schröder. Sabía que lo había reclutado cuando aún era canciller.

Es muy difícil hacer un seguimiento de todos ellos. Ahí están Schröder, sus amigos, el expresidente del Bundestag, todos ocupan cargos. Están jubilados, ya no son útiles, pero reciben este dinero como agradecimiento por lo que hicieron cuando estaban en el cargo: el lobby Nord Stream [el gasoducto que une Rusia y Alemania, a través del mare Báltico]... La concesión de la Legión de Honor... Lo que quiera... Es una recompensa por sus servicios en su momento. Es una forma de legalizar la corrupción: les prometieron 10 millones, 100 millones y así los perciben. 

P: ¿Así que es un sistema diseñado para consolidar la influencia de Rusia?

R: He visto cómo funciona. Alguien vive en Alemania. Llama a alguien en Rusia, en el entorno de Putin. Tiene buenos contactos con fulano, con el canciller, con su adjunto, etc. ¿Le interesa? Sí. Así que podemos organizar una delegación a Rusia, una invitación a una feria agrícola. Y así empieza.

Es sistémico. Hay colas de personas que ofrecen sus “servicios”. Imagínese, conoces al primer ministro francés y a un amigo de Putin. Organizas un encuentro y cobras por esta conexión, es un negocio. Y te dicen, genial, te daremos un contrato con Gazprom para que consigas tus 10 millones, tus 100 millones o quizás 200 millones, si lo haces bien.

Putin tiene, o más bien tenía, un instrumento único en el mundo: una cantidad increíble de dinero, sin rendir cuentas, totalmente libre y utilizable a voluntad: contratos, construcciones... Estamos hablando de miles de millones de dólares. Es un poco como el funcionamiento de los servicios especiales. Están por todas partes: periodistas, amigos, amigos de amigos. Buscan contactos.

Cuando los encuentran, empiezan a reclutarlos. Los servicios de todos los países hacen lo mismo. Así que empieza el reclutamiento. ¿Con qué fin? Para encontrar información... En Rusia, como la gente que llegó al poder venía de los servicios, no saben hacer otra cosa. Así que reclutan espías, y mejor aún, responsables de la toma de decisiones. De los espías, esperamos información. Pero si se contrata al primer ministro de tal o cual país, es por una decisión, lista para ser ejecutada.

P: Si tuviera la posibilidad de transmitirle un mensaje a Putin, ¿cuál sería?

R: Tengo esa posibilidad. Creo que es demasiado tarde para decirle algo. Le conozco desde 1990 y ya le he dicho todo lo que tenía que decir en estos años. Pero tenemos que pensar en el futuro. Putin es el pasado. Llamar a Putin para decirle que pare la guerra es grotesco. Y es patético. Mira a Macron. Cuando Macron le llama así, no puedo evitar pensar en Schröder. Macron llamando por vigésimo quinta vez y diciéndonos que está tratando de convencer a Volodya [diminutivo de Vladimir] de que deje de matar niños es ridículo. Antes de la guerra, todavía podíamos hablar. Había que hacerlo. Todos los días. Las 24 horas del día. ¿Pero hoy?

No entiendo a Macron. Es un hombre inteligente. Comprende que estas conversaciones sólo conducen a una triste confusión. No puede no entender que no funciona.

Cada vez que lo llama, se dice a sí mismo “la continuación será aún peor”. Pero al día siguiente le vuelve a llamar. ¿Cuál es el objetivo de estas llamadas? Así que, o ellos mismos no entienden lo que pasa, o están demasiado centrados en sus intereses, el gas para Alemania, la reelección para Macron... aunque estas llamadas no sean buenas para su campaña me parece a mí.

Imagínese a Hitler en su búnker en 1945, a punto de suicidarse, y a los británicos, los estadounidenses y los rusos llamándole para ver cómo está: ‘Adolf, ¿cómo te encuentras? Ten cuidado. No te metas mucho con los niños’. ¿Cuál es el significado de estas llamadas? ¿A dónde va esta diplomacia?

Creo que la estrategia debe ser el aislamiento total de Rusia, no sólo financiera y económicamente, sino sobre todo política.

Caja negra

Esta entrevista, de cuatro horas de duración, se realizó por vídeoconferencia el martes 8 de marzo.

Madeleine Leroyer, coautora, fue corresponsal en Rusia para varios medios de comunicación entre 2008 y 2014. Periodista y cineasta, es autora de “1996: hold-up à Moscou” [1996: atraco en Moscú] (2021), un documental sobre la campaña de reelección de Boris Yeltsin, emitido en Arte.

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

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