Trump vs California, mucho más que un enfrentamiento por las protestas

Manifestantes salen a la calle para protestar contra las políticas del presidente estadounidense, Donald Trump.

Do you hear the people sing? Singing a song of angry men? It is the music of a people who will not be slaves again”. Con solo 4 estrofas, el musical Los Miserables, basado en la novela homónima del escritor francés Víctor Hugo, se convirtió en inmortal. Ese grito, cantado por los jóvenes revolucionarios antes de lanzar su insurrección contra el absolutismo francés, se ha convertido en uno de los grandes iconos de protesta a lo largo y ancho del mundo. Paradójicamente, además de eso, Los Miserables es uno de los musicales favoritos de Donald Trump. El presidente ya usó en 2016 la popular Do you hear the people sing? en uno de sus mítines de campaña justo después de que Hillary Clinton usara la palabra “deplorable” para referirse a los votantes trumpistas. Años después, el magnate ha vuelto a usar Los Miserables para lanzar un mensaje. En pleno auge de las protestas en su contra en California y en una de las semanas más complicadas de su presidencia a nivel social, Trump ha ido a ver una función de ese musical en el Kennedy Center. 

Sin embargo, y lejos de seguir el ejemplo de Los Miserables, Trump ha desatado durante esta pasada semana su arsenal más autoritario. El despliegue de cientos de efectivos de la Guardia Nacional en California por parte del magnate sin la autorización o la solicitud del propio estado ha hecho saltar todas las alarmas. Su movimiento es algo prácticamente inédito en la historia reciente de Estados Unidos y refleja perfectamente la forma en la que Trump entiende la presidencia: como una institución por encima del resto y prácticamente todopoderosa. “Trump puso de excusa que California estaba completamente sumida en el caos y que había que actuar, pero esa imagen no se corresponde con la realidad. Cuando tomó esa decisión, las protestas eran esencialmente pacíficas y los incidentes violentos eran mínimos. De hecho, ha sido a raíz del despliegue de la Guardia Nacional cuando se han comenzado a radicalizar las protestas”, explica Roger Senserrich, politólogo experto en EEUU y afincado en Connecticut. 

En ese sentido, si Trump quería hacer que los estadounidenses tuvieran miedo a salir a la calle, su decisión ha provocado justo lo contrario. No solo las protestas en California se han recrudecido, sino que en la tarde del pasado sábado, decenas de miles de personas se manifestaban a lo largo y ancho del país en más de 2.000 protestas en contra de Trump. “Tengo la impresión de que esta intentona autoritaria de Trump ha cambiado la energía de la gente. Hasta ahora, el clima entre la oposición al presidente era de una cierta resignación, y durante estos primeros meses hemos visto como era difícil llenar las calles. Ahora, creo que estamos viendo un cierto despertar”, señala el politólogo.

California, el símbolo necesario

En ese cambio, un factor fundamental ha sido la propia California. Que Trump se haya lanzado precisamente contra ese estado no es casualidad. Tampoco que los californianos hayan sido quienes se han enfrentado con mayor ahínco a la deriva trumpista. El presidente ha querido atacar al gran bastión progresista de Estados Unidos, a la joya de la corona de los demócratas y a un estado que todo el país asocia a unos valores completamente antagónicos al trumpismo. De hecho, desde los comicios de 1988, el Partido Demócrata ha ganado California en todas y cada una de las elecciones, y lleva gobernando ininterrumpidamente en él desde el año 2011. Sin embargo, no siempre fue así. Antes de 1988 era habitual que California se pintara de rojo en las presidenciales, tanto es así que de ese estado salieron dos de las grandes figuras del Partido Republicano en el siglo XX: Richard Nixon y Ronald Reagan, este último siendo gobernador de California antes de llegar a la Casa Blanca.

¿Qué cambió esa dinámica? El mismo fenómeno por el que miles de californianos han salido a protestar durante la última semana: la inmigración. California es, especialmente en su costa, donde se concentran sus grandes ciudades, uno de los estados más diversos de todo Estados Unidos. “Al contrario que en otros lugares más del interior, los californianos, en su mayoría, valoran muy positivamente la migración. No compran el discurso de Trump de que son el problema y de que vienen a robarles el trabajo. En su día a día comprueban que eso no es así y que la riqueza en el estado está construida sobre la migración”, describe Alana Moceri, profesora de Relaciones Internacionales de la IE University y nativa de California, que también destaca cómo, a diferencia del interior, la población blanca en muchos lugares del estado es minoría con respecto a los migrantes, en su mayoría de varias generaciones.

Además, gracias al sistema estadounidense, que deja muchísimo poder en manos de los estados en detrimento del nivel federal, California ha podido hacer valer esas diferencias con respecto al resto de EEUU poniendo en marcha una política que en nada tiene que ver con los delirios trumpistas, lo que la ha transformado en un foco de resistencia al presidente. “Es otro mundo”, dice Senserrich al ser preguntado por el modelo californiano, antagónico al de Trump. “Su sistema fiscal es uno de los más progresivos de todo EEUU, tiene mayor gasto público que la mayoría de los estados y, además, tiene una de las cuotas más altas de universidades públicas del país. Todo eso se combina con una tasa de criminalidad relativamente baja y con unos indicadores sociales que hacen que mucha gente ansíe vivir allí, con el consiguiente problema de vivienda que eso acarrea”, señala el politólogo.

Aún así, el simbolismo de California no solo está en su diversidad o en el factor ideológico, sino que también tiene una dimensión económica muy importante. Cuando Trump eligió dirigir a California su ira, lo estaba haciendo contra el lugar más poderoso de EEUU. Si el estado fuera un país, estaría entre las 5 economías más potentes del mundo, por encima de, por ejemplo, España o Italia. Sus grandes metrópolis concentran más población que estados enteros y en ellas se ubican algunas de las grandes mecas económicas del país. En California está Silicon Valley, cuna de la innovación y de la tecnología, donde tienen su sede algunas de las empresas más rentables del mundo como Apple, Google, Tesla o Meta, y también Hollywood, desde donde se producen las películas que luego entretendrán y emocionarán a medio mundo. “Quizás por todo ello y por las diferencias culturales, desde el resto de EEUU se mira con cierta sospecha hacia California. Sobre todo desde el espectro trumpista se tiende a odiar bastante al estado y a todo lo que representa”, asegura Moceri.

Una cara para un partido a la deriva

Pero más allá del simbolismo, toda historia de despertar necesita un protagonista. Una suerte de héroe arquetípico que se enfrente directamente al villano y que ponga cara a los descontentos. Y quien se ha alzado como ese personaje tan propio de las películas de Hollywood no es otro que el gobernador de California, Gavin Newsom. Con porte de actor, una buena dosis de carisma, y el poder de gobernar el estado más poderoso del país, este empresario se ha convertido en la figura clave en una época oscura en la que los demócratas aún no han logrado establecer una oposición sólida contra Trump.

Y en ese desconcierto, Newsom ha aprovechado el momento. Su nombre suena fuerte como candidato a las primarias para conseguir la nominación demócrata para ser presidente de EEUU, pero ciertamente necesitaba un escaparate, un momento para saltar de California a la arena nacional y plantearse como la voz de la oposición a Trump. Y es que la carrera de Newsom siempre ha tenido un ojo puesto en la Casa Blanca. Ya en 2024 fue un apoyo clave para que Kamala Harris consiguiera la nominación y, en 2023, fue enormemente comentado su debate contra el gobernador de Florida y entonces gran aspirante a destronar a Trump en la cabeza de los republicanos, Ron de Santis, en televisión nacional, donde ambos presentaron sus modelos antagónicos de país y ganaron visibilidad y reconocimiento como dos posibles futuros candidatos a la presidencia.

Ahora, con este enfrentamiento, en el que llegó a retar a Trump con que le detuviera y en el que ha ganado una gran visibilidad, parece que su nombre se coloca en uno de los primeros puestos de las quinielas demócratas. “Es adicto a la publicidad, le encanta colocarse en este tipo de situaciones para ganar reconocimiento y eso le hace tener un perfil muy sólido para unas primarias”, comenta Senserrich. Algo que comparte Moceri: “Está siendo un gran momento para él, sobre todo en un contexto en el que los demócratas necesitan un liderazgo y a alguien que encarne la oposición a Trump”. 

Eso sí, matiza, es alguien a quien desde el ala izquierda del partido miran con ciertas reticencias: “Newsom opina que hay que hablar con las personas trumpistas y debatir con ellos. No le importa ir a la cadena conservadora Fox News y tiene un podcast donde ha invitado a personalidades del mundo más cercano a Trump”. Precisamente, en ese podcast hizo unas polémicas declaraciones sobre las personas trans en el deporte que indignaron a parte del electorado de izquierdas. Sin embargo, no hay que olvidar que Newsom ha impulsado en California algunas de las medidas más avanzadas en materia de derechos LGTBI y protección al aborto, por lo que es alguien que, pese a sus políticas, tiene cuidado de no espantar a quienes dentro de los demócratas responsabilizan a la llamada ideología woke de su derrota contra Trump.

El modelo Newsom

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“Todo gobernador sueña con ser presidente”, comenta Senserrich. Y es que Newsom no es el único gobernador demócrata con poder que está mirando con ansias las primarias de 2028. De hecho, es en los estados donde está la única fuerza real que tiene el partido después de perder el Congreso, el Senado y la Casa Blanca. Tanto Senserrich como Moceri están de acuerdo en que muchos de ellos están tomando nota de lo que está haciendo Newsom y que, si Trump continúa con esta deriva frente a los estados (algo que ya ha amenazado con hacer), intentarán igualmente buscar el enfrentamiento directo para ganar perfil nacional.

Entre ellos, Senserrich ve claros candidatos para buscar esa nominación demócrata. Quizás el más importante es Josh Shapiro, gobernador de Pennsylvania, estado bisagra y clave para ganar las elecciones, de perfil más moderado, con intenciones claras de buscar la Casa Blanca y con Philadelphia bajo su mando, una ciudad progresista donde Trump puede hacer de las suyas. Algo similar sucede con J.B. Pritzker, con una enorme suma de dinero a sus espaldas y al mando de Illinois, estado cuya capital, Chicago, otra de las grandes urbes demócratas, quizás sufra la ira de Trump. “El presidente siempre busca el enfrentamiento, en ello se basa su forma de entender la política y de eso se pueden aprovechar”, afirma Moceri.

Más allá de estos, otros gobernadores que pueden buscar la nominación son Tim Walz, de Minnesota, estado que ha saltado a la primera plana después del asesinato de una congresista estatal demócrata, y que ya es muy conocido nacionalmente por haber sido el candidato a vicepresidente de Harris, Jared Pollis, de Colorado, o Andy Beshear, de Kentucky, que puede ser la opción si se busca a alguien más conservador y que logre ganar en lugares típicamente republicanos. Otra posible candidata que, sin embargo, ha ido perdiendo enteros en los últimos años ha sido Gretchen Whitmer, gobernadora de Michigan, cuyo nombre ganó popularidad hace unos años por hacerse con un estado clave para la victoria de Trump en 2016, pero que nunca ha terminado de dar el salto a la política nacional. 

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