¿Qué les han hecho los inmigrantes? La encrucijada del Partido Popular
El problema de la política migratoria contemporánea es que no resulta fácil ser mucho más duro que quienes te preceden sin convertirte en un neonazi. En un tiempo y una Europa donde los gobiernos moderados retransmiten las redadas antimigración en horario de sobremesa y sus agencias de cooperación pagan a Estados canallas para abandonar a migrantes en el desierto, hay que hacer verdaderas piruetas para llamar la atención. Los guionistas de Vox, por ejemplo, se han tenido que inventar una conspiración de musulmanes y comunistas para justificar la deportación de ocho millones de extranjeros y sus familias, y ni siquiera esto llega a las portadas de los telediarios.
El Partido Popular (PP) ha tratado sinceramente de no llegar tan lejos, pero en el camino se ha olvidado de articular una propuesta migratoria creíble. ¿Qué significa, como promete su ponencia política más reciente, un “control efectivo sobre la inmigración ilegal” y una solución a las “fronteras desprotegidas”? ¿Cómo piensan reemplazar un sistema (adecuadamente) tachado de “caótico”? ¿Cómo pretenden reducir la irregularidad cargándose las escasas herramientas eficaces de integración como el arraigo? ¿Qué significa para un extranjero someterse a “nuestro sistema de valores”, más allá de la ley?
Si lo que proponen es militarizar las fronteras Sur y Este, convertir el Pacto Europeo de Migraciones en un artefacto policial, encanallar las rutas de acceso, limitar hasta su evaporación las obligaciones de protección internacional, definir migrante como sinónimo de precario o hacer de la migración irregular la única opción para los millones de trabajadores que precisa Europa, llegan tarde. El PP ha sido acusado de endurecer su discurso sobre las migraciones, pero no es fácil encontrar en su manifiesto político una propuesta que no esté siendo ya aplicada en nuestro país o en los de nuestro entorno. Porque la derecha y la izquierda moderadas de Europa han construido un modelo migratorio que es histérico en su narrativa, inmoral en sus consecuencias humanas y perfectamente insensato en la promoción de nuestros intereses económicos y demográficos.
Desandar este camino es cada vez más difícil, pero no es imposible ni sería inconcebible. Si las buscasen, las cabezas más lúcidas del PP encontrarían estupendas razones para promover una política migratoria más compasiva e inteligente. Las raíces democristianas generan en una parte significativa de sus bases un rechazo poco cosmético a la crueldad con la que la ultraderecha aborda este asunto. La Iglesia católica se ha posicionado de manera firme en debates como el de la regularización extraordinaria de migrantes sin papeles, empujando durante meses a la bancada popular y desconcertando a un PSOE que en este asunto solo ha sido capaz de arrastrar los pies. Las ONG de inspiración cristiana destacan en la defensa de los niños extranjeros no acompañados o en la denuncia de las condiciones de los Centros de Internamiento. Su posición ha sido clave en el debate sobre el reparto de los migrantes enclaustrados en Canarias.
Desde un punto de vista ideológico, uno podría argumentar que lo que más necesita el debate sobre la movilidad de trabajadores extranjeros es una buena dosis de liberalismo económico. La injerencia y la microgestión de las autoridades migratorias obstaculizan el funcionamiento de un mercado en el que ofertantes y demandantes de empleo serían capaces de organizarse con muchísima más eficacia y orden de las que ofrece este sistema cubanizado. En pleno invierno demográfico y con una carencia estructural de mano de obra en todos los niveles de cualificación, el modelo migratorio de puerta estrecha y semicerrada es un torpedo en la línea de flotación de nuestras economías. Esto es algo, me consta, que los representantes del Partido Popular han escuchado de la patronal en reuniones cada vez menos privadas.
Finalmente, la derecha española más atenta intuye el filón electoral que esconde parte de la comunidad migrante. Sobre todo en un país de inmigración mayoritariamente latinoamericana, en el que se facilita el acceso al voto por la vía de la residencia y la nacionalidad. Isabel Díaz Ayuso dirá todas las impertinencias que considere necesarias para sostener su meme, pero nunca la escucharán atacando a una comunidad que puede perpetuarla en el poder. Como han demostrado los votantes latinos de Trump en los EEUU –momentos antes de empezar a ser deportados–, los valores de familia, libertad, tradición o emprendimiento que propone la derecha encajan a la perfección con el modelo de sociedad a la que muchos de ellos aspiran. Este es también el caso de España, donde el PP es la opción preferida por los votantes nacidos fuera de nuestro país. Solo tres países –Venezuela, Colombia y Marruecos– aportaron en 2023 la mitad de todos los votos de extranjeros originarios que recibió este partido.
Es posible encontrar una combinación de estos elementos en la propuesta política de conservadores tan diferentes como Ronald Reagan, Angela Merkel o el mismísimo José María Aznar. Los gobiernos del enfant terrible de los populares españoles fueron responsables de cinco regularizaciones extraordinarias de migrantes, una más que los socialistas. Su posición a lo largo de estos años –pidiendo orden y control centralizados, pero no políticas altamente restrictivas– se parece mucho más a la de los derechistas tradicionales que a la de los orcos nacionalpopulistas que pueblan la UE de 2025.
Una melancolía tradicionalista
Lamentablemente, el rasero de la conversación no lo establece Milton Friedman, sino Alvise Pérez. La ultraderecha europea moderna –no tanto la española, que creció al amparo del separatismo catalán y llegó después a este tema– ha encontrado en el asunto migratorio una hermosa puerta de entrada al debate público. Una vez dentro han abierto un cajón de mierda que incluye el negacionismo climático, el machismo, el escepticismo vacunal o el antieuropeísmo, pero la xenofobia agresiva constituye el anclaje más eficaz con su electorado, que en España es inquietantemente joven. Si el nacionalpopulismo actúa como una franquicia de ideología-basura adaptada eficazmente a cada contexto, el mensaje contra las migraciones se repite con pocos matices en cada rincón del planeta: desde Chile a Australia y desde Hungría a Texas, este marco narrativo ha conseguido establecerse con eficacia en el debate político, en parte gracias a un uso poderosamente emocional de la comunicación pública. Como en una discusión con terraplanistas, las fuerzas políticas que no están en la ultraderecha dedican esfuerzos sorprendentes a explicar por qué la inmigración no constituye una amenaza existencial para nuestra seguridad, economía o identidad. En el camino, no es infrecuente que compren parte del argumento: no todos los inmigrantes son delincuentes; no todos vienen buscando una paguita; no todos convierten nuestros barrios (esos que nunca hemos pisado) en suburbios de Kabul.
Sumen a esta derrota narrativa una melancolía tradicionalista sincera y el evidente rédito electoral a corto plazo de numeritos como el del reparto de niños migrantes, y ya tienen el panorama completo: si de lo que se trata es de ganar elecciones y no concursos universitarios de debate, renta mucho más atacar a los migrantes que defenderlos.
Ante esta encrucijada, la pregunta es obligada: ¿existe alguna esperanza de incorporar al PP al contrato social reformado que precisa el desafío migratorio, o se ha impuesto el virus que convierte a las personas normales en Marcos de Quinto? La misma ponencia política en la que el próximo partido de gobierno promete (esta vez sí) el control efectivo de las fronteras incluye referencias que permiten cierto espacio al optimismo. Se afirma, por ejemplo, que “El inmigrante (…) no es ni víctima ni verdugo, sino una persona digno [sic] y libre, titular de derechos y también responsable de obligaciones como cualquier ciudadano”. Este reconocimiento sugiere una agencia política y económica que está en la base de la verdadera normalización del fenómeno.
Pero la parte más interesante es la que habla de “establecer vías de entrada legal y ordenar la entrada de personas”, entre otras cosas. La propuesta es revolucionaria, considerando que en este momento prácticamente no existen ventanillas ni para la migración laboral ni para el desplazamiento forzoso. De hecho, propuestas de este tipo han sido planteadas por el PP en el Parlamento sin ningún tipo de publicidad.
Como ha identificado un reciente trabajo –no publicado aún– de la organización More in Common sobre el debate migratorio en España, es este factor económico el que puede empujar la pelota en la dirección adecuada. En un triángulo formado por los tres grandes determinantes de la opinión pública en este asunto, la mayoría de los simpatizantes de la derecha y la izquierda eligen la Contribución de los migrantes como el elemento fundamental de su posición. Por encima del Control (que interesa más a los conservadores) y la Compasión (que atrae a los progresistas). A diferencia de los iluminados a su derecha, el PP sabe que la demografía es una de las ciencias más exactas que existen. Y en el caso de España cuenta una historia inapelable: el único modo de que los cada vez más envejecidos votantes del PP cobren una pensión y sean atendidos en el ambulatorio será ampliando la base de la pirámide con la llegada de nuevos trabajadores. Este proceso se puede producir de manera caótica, como hasta ahora, o dentro de un sistema de reglas basado en incentivos inteligentes.
El secreto mejor guardado de la política migratoria es que se puede aspirar al orden sin convertir nuestras fronteras en un inmenso cuartel. Y es importante no equivocarse: a lo que la gente aspira, por encima de cualquier otra cosa, es al orden. Preferiblemente, de la mano de una contribución económica y sin imágenes de niños ahogados en el mar, pero orden. Si la socialdemocracia europea ha decidido tirar la toalla en este asunto, tal vez debamos poner nuestras esperanzas en un centroderecha que aborde el desafío de la movilidad humana con menos complejos.
*Gonzalo Fanjul es director de Investigaciones de la Fundación porCausa.