All I want for Christmas is… books

Estantería de libros

Sí, ya están a la vuelta de la esquina esas entrañables fechas en las que sufrimos estoicamente allanamientos por chimenea, trastadas de amigos invisibles y, por supuesto, listas de lo mejor de cada casa (editorial): muchas e interminables listas que rivalizan en exhaustividad con las cartas infantiles dirigidas a los reyes magos y que a menudo resultan tan antojadizas como estas candorosas misivas. No contribuiremos desde aquí a engrosar unos inventarios que sirven, en esencia, para dos cosas: para confundir a los pacientes lectores y para enfurecer a quienes no figuran en ellos.

Sin embargo, antes de entrar en harina con algunas recomendaciones, conviene que hablemos de ética y que hagamos “balance de lo bueno y malo” (como cantaba Mecano en su himno al año nuevo). Si no se han portado bien, es muy probable que el Grinch premie su desafección al espíritu navideño con memorias borbónicas, pasquines negacionistas y novelas de alcance planetario. En cambio, si han sido buenos, en lugar de papel carbón recibirán libros de poemas, porque la poesía es el único género que se lee como un tuit y se recuerda para toda la vida, porque las musas no se hacen selfis con sus fans y porque un buen verso funciona a la vez como un espejo, una puerta y un laberinto.

Tampoco cabe despreciar la economía de medios —los libros de poesía suelen ser breves, salen baratos y no hace falta leerlos de un tirón— ni menospreciar el poder de la lírica como repelente de tiktokers sentimentaloides y azote de influencers con ínfulas. Van a continuación unas apretadas líneas que les permitirán acertar con el regalo idóneo para cada perfil.

Para surfistas de la nouvelle vague y nostálgicos del bucle veneciano: Balada (Espasa), de Pere Gimferrer, porque el novísimo por antonomasia da rienda suelta a su conceptismo cultural y se destapa como un octogenario voluptuoso. Para elegiacos irredentos: Venir desde tan lejos (Tusquets), de Eloy Sánchez Rosillo, porque su autor tiene el don de decir lo de siempre como nunca. Para amantes del jazz, admiradores de la Venus del espejo y habituales de la última sesión: Luna baja (Renacimiento), de Francisco Díaz de Castro, porque sus instantáneas nos invitan a celebrar la melancolía. Para quienes saben que la poesía se escribe en carne viva: Poesía completa (Tusquets), de Chantal Maillard, porque la palabra también admite puntos de sutura.

Para viajeros cosmopolitas: Ciudades en venta (Visor), de Manuel Vilas, porque derrocha amor por los cinco continentes. Para sanar heridas: Amarilla (La Bella Varsovia), de Marta Sanz, porque la única geografía que vale es la del cuerpo. Para ajustar cuentas con la memoria y con uno mismo: Los días heterónimos (Fundación José Manuel Lara), de Juan Bonilla, porque cocina sus versos a fuego lento y les añade un pellizco de ironía desengañada. Para navegantes por las derivas existenciales: Guardia nocturna (Bartleby), de Rafael Morales Barba, porque el poeta es el centinela de lo ajeno. Para estados febriles: Mercurio (Libros de la Resistencia), de José Luis Gómez Toré, porque enciende la mecha de la historia y la llama del compromiso.

Para quienes suman amor e incertidumbre: El gran amor (Visor), de Andrés García Cerdán, porque se puede poner la lavadora sin quitar ojo a la Guía espiritual de Miguel de Molinos. Para padres responsables y en apuros: La domesticación (Pre-Textos), de Abraham Gragera, porque ya era hora de reivindicar la épica de lo doméstico. Para desenamorados: La comedia de la carne (La Bella Varsovia), de Carlos Pardo, porque toda historia de amor tiene algo de conversación interrumpida. Para quienes ya han aprendido que “yo es otro”: Cada uno es mucha gente (Visor), de Pablo García Casado, porque vivimos en modo polifónico. Para querer más: Adamar (Pre-Textos), de Ariadna G. García, porque cultiva los tópicos en tierra firme y se eleva hacia la claridad serena. Para pintores de lo perecedero: De las cosas pálidas (La Bella Varsovia), de Alberto Santamaría, porque sus bodegones están hechos de plástico y cobre. Para reescribir el libro de familia: Oxford Circus (Visor), de Gerardo Rodríguez Salas, porque el juego de la identidad se parece a un rompecabezas incompleto.

Para amantes irreverentes: Premio Cervantes (Renacimiento), de Constantino Molina, porque lo lúcido y lo lúdico son dos caras de la misma moneda. Para quienes no tienen pelo Pantene, pero sí convicciones: Literatura universal (Isla Elefante), de Martha Asunción Alonso, porque nos recuerda “la aterradora suerte de no nacer de píxel”. Para echar raíces: La ley primera (Renacimiento), de Nicole Brezin, porque los vínculos son el auténtico idioma universal. Para sobrinos curiosos y estudiantes de letras: la antología El tiempo está cambiando (Fundación José Manuel Lara), editada por Juan Marqués, porque no podemos entender el ADN de nuestra poesía reciente sin gen Z.

La claridad serena

Y terminamos con dos bonus tracks que rompen las costuras de la lírica para expandirse hacia terrenos ensayísticos. Para apasionados de las bacanales de ayer y candidatos a participar en all tomorrow’s parties: La belleza de las fiestas (Eolas), de Carmen Morán, porque amenidad y erudición nunca fueron enemigas. Para espeleólogos de la literatura del siglo XX: Flor no, florezco. Género y reflexión poética en la obra de Ángela Figuera Aymerich (Torremozas), de María Sánchez-Saorín, porque la voz de una mujer poeta es la de muchas mujeres silenciadas.

En fin, nos vamos despidiendo. No olviden portarse bien hasta última hora, pues en esta época los pajes no descansan y los elfos hacen horas extras, y deseen felices fiestas de forma original. Si consideran que las remezclas de Mariah Carey y Wham son una horterada, y conciben los memes navideños como una tortura inquisitorial­­­, el remedio está a su alcance: díganselo con versos.

* Luis Bagué Quílez es escritor y crítico literario.

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