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De adoctrinamientos y pajas

Pedro Merino Múgica

Recientemente el obispo de Santander, Manuel Sánchez, publicaba una tribuna en un periódico regional referente a la nueva ley educativa, la LOMLOE. El artículo hace un duro repaso a dicha ley. Duro y desinformado. Entre los diversos errores señala que en las Matemáticas desaparecen "las raíces y los logaritmos" (parece ser que al menos Celaá nos deja los números; bueno, para poner notas, no); o que desaparece la Filosofía, pese a que el currículo recoge como obligatoria en la ESO la Educación en Valores Cívicos y Éticos, y a que en Bachillerato hay dos materias obligatorias (y pese a que la jerarquía católica luchó denodadamente contra la Educación para la Ciudadanía, una materia asimilable al ámbito de la filosofía, hasta que logró su desaparición con la LOMCE). No seré yo quien defienda a capa y espada una ley que tiene bastantes defectos (inconcreción, en particular en lo referido a la promoción y titulación; discutible enfoque constructivista...), pero flaco favor haremos al debate público si nos limitamos a construir muñecos de paja para atacarlos desde una cómoda atalaya de impostada superioridad intelectual.

Además, abunda el señor obispo, la LOMLOE es una norma laicista y adoctrinadora, aprovechando para recordarnos lo pernicioso de la perspectiva de género (es de agradecer que aún no haya comprado a la ultraderecha lo de "ideología de género", aunque todo se andará). Es sorprendente que esa acusación de adoctrinamiento, tan frecuente en la extrema derecha en los últimos tiempos, sea utilizada también por algunas instancias eclesiásticas. Y es sorprendente porque lo que la jerarquía defiende es la oferta obligatoria de una materia, la Religión católica, que por su propia naturaleza pretende adoctrinar (RAE: inculcar a alguien determinadas doctrinas o creencias). 

Y es que, frente al argumento utilizado en muchas ocasiones por los sectores eclesiásticos, que pretenden dar a entender que la asignatura tiene un enfoque cultural (algo así como una "historia de las religiones"), la realidad es muy otra. Basta con un somero vistazo a los criterios de calificación de la materia para comprobar esa función adoctrinadora (en sentido etimológico, no peyorativo). Así, a guisa de ejemplo, en el currículo LOMCE de la materia, los dos primeros objetivos en 1º ESO son "Reconocer y valorar que la realidad es don de Dios" e "Identificar el origen divino de la realidad";en 6º de Primeria, un criterio es "Reconocer y aceptar la necesidad de un salvador para ser feliz"... Al buen obispo quizá habría que recordarle la sabia enseñanza recogida en Lucas 6:41 ("¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y la viga que está en tu propio ojo no consideras?").

Difícilmente se podrá considerar laicista una ley educativa que sigue contemplando que la Religión católica sea de obligado ofrecimiento en todos los centros educativos (y que  la jerarquía eclesiástica dictará sus contenidos). Para el obispo, el hecho de que desaparezca la "alternativa" (hasta ahora los alumnos que no querían matricularse en Religión tenían que coger obligatoriamente otra asignatura) supone una restricción "de las posibilidades de enseñanza". Critica, además, que la nota de la materia deje de contar para el expediente, como ocurría con la actual LOMCE (pero, recordemos, no antes).

En definitiva, lo que critica el señor obispo es que algunos de los privilegios (volvamos a la RAE: ventaja exclusiva o especial que goza alguien por concesión de un superior) que la Iglesia católica tiene en las aulas sean, siquiera someramente, aminorados. No hay un cambio radical, simplemente se deshace lo que la -muy complaciente con la Conferencia Episcopal- LOMCE hizo en 2013. Sin embargo, la Religión seguirá presente en las aulas, condicionando el horario de todo el alumnado y profesorado (católicos y no católicos); seguirá suponiendo un gasto para el Estado de más de 700 millones de euros anuales sólo en profesores de Religión (lo de los conciertos mejor lo dejamos); y seguirá siendo impartida por profesionales que, dado que el proceso de selección queda en manos del obispado de turno, no cumplirán los principios de "igualdad, mérito y capacidad" (no me malinterpreten: he tenido magníficos compañeros entre los profesores de Religión, pero esa no es la cuestión).

En definitiva, pese a que la nueva norma acaba con algunos de los aspectos más anacrónicos de la LOMCE (recuerden: ahora un 10 en Religión tiene el mismo valor que un 10 en Física o Matemáticas; y cualquier alumno sabe que ver una nota baja en la materia de Religión es una milagro no menos prodigioso que la multiplicación de los panes y los peces), dista mucho de ser una ley laicista. 

En realidad, una parte de la jerarquía eclesiástica se resiste a adecuarse a los "nuevos" tiempos. Convendría recordar al señor obispo que hoy día la mayoría de la población que forma parte de la comunidad educativa (profesores, padres y alumnos) ya no es católica (ni siquiera contemplando la vacua categoría de "católicos sociológicos" a la que durante años se ha aferrado la Iglesia). Según el CIS (octubre de 2021), menos del 30% de los jóvenes entre 18 y 24 años se definen como católicos; y en el rango de edad entre los 24 y los 44 la cifra es de entorno a un 43%. Es poco probable que la Iglesia logre evitar esa creciente desafección tratando de mantener privilegios decimonónicos (en educación, en las inmatriculaciones...); de ello son conscientes muchos católicos de base, como las Comunidades Cristianas Populares, que ya han denunciado que la nueva norma sigue manteniendo muchos de esos privilegios.

Y para terminar, no menos sorprendente es la acusación de que la ley es "política". Como si no lo fueran todas las leyes. Las ensoñaciones sobre grandes pactos escolares y desarrollos tecnocráticos son eso, ensoñaciones (y con claro contenido ideológico, por cierto). La Educación es una cuestión profundamente política: desde sus objetivos a sus medios, pasando por los currículos. Y eso no es malo. Olvida el señor obispo que la "política" no es algo sucio, sino el terreno de juego donde la ciudadanía dirime sus diferencias, y -aunque hoy día parezca un tanto iluso- llega a acuerdos. La Educación, afortunadamente, siempre será motivo de debate. Ahora bien, para que ese debate sea sano, debe ser informado, pulcro y, sobre todo, evitar esa actitud de estar por encima del bien y del mal que destila el citado artículo. O no habrá suficientes oculistas para nuestros doloridos ojos.

Pedro Merino Múgica es socio de infoLibre

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