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Antipolítica y rebelión

Julián Lobete Pastor

El día de Nochebuena de 2023, el novelista y ensayista Javier Cercas publicó en el diario El País un artículo de opinión titulado “Un llamamiento a la rebelión”, en el que, tras describir su visión de la situación política actual, el escritor se declaraba antisistema, llamando a la rebelión traducida en dos acciones: voto en blanco y propuesta por la lotocracia.

Si la propuesta de votar en blanco es discutible, el llamamiento a la rebelión es un delirio, dicho sea reconociendo la valía y honradez intelectual de Javier Cercas.

El asombro por la opinión de Cercas se incrementa porque recuerdo, y he vuelto a releer ahora, el ensayo histórico Anatomía de un instante, del mismo autor. No es posible, pienso, que quien fue capaz de escribir un análisis tan profundo y certero sobre la Transición y el golpe del 23 de febrero de 1981, y en definitiva sobre lo que es y en qué consiste la política, haya perdido esa capacidad para el tiempo presente.

El llamamiento a la rebelión es una explosión emocional entendible en su autor dado el acoso injustificable que ha sufrido por parte del independentismo. Es difícil en su circunstancia aceptar la amnistía y sapos como la introducción del pacto PSOE-Junts; no obstante, hay que seguir confiando en la capacidad de análisis de Cercas y en que pronto nos ofrecerá un ensayo brillante sobre la actual situación política.

Entretanto, recordemos el análisis sobre la política en la transición escrito por el autor en Anatomía de un instante; porque recordemos que aquella época, además de muy violenta, fue de intensa actividad política.

Héores de la retirada, desmontadores, traidores

Según cuenta Cercas, fue Hans Magnus Enzensberger, en un ensayo de 1989, quien acuñó un  nuevo concepto de héroe, el de la retirada, el héroe de la renuncia, el derribo y el desmontaje, un dudoso profesional del apaño y la negociación que alcanza su plenitud abandonando su posiciones, socavándose a sí mismo. El autor alemán citó como ejemplo de este tipo de héroe, entre otros, a Adolfo Suárez, en cuanto desmontador del franquismo.

Esta figura lleva a Cercas a analizar el papel en la Transición de tres traidores: Carrillo, el general Gutiérrez Mellado y el propio Suárez. Los únicos que  el 23 de febrero de 1981 permanecieron sentados en sus asientos del Congreso tras la entrada y tiroteos de los guardias civiles a las órdenes de Tejero.

En la España de los años 70 del siglo pasado, la palabra reconciliación era un eufemismo de traición, porque no había reconciliación sin traición, o por lo menos sin que algunos traicionasen

“Eran tres traidores", escribe Cercas. Santiago Carrillo traicionó los ideales del comunismo minando su ideología revolucionaria y colocándolo en el umbral del socialismo democrático, y traicionó cuarenta años de lucha antifranquista, declinando hacer justicia con los responsables y cómplices de la injusticia franquista y obligando a su partido a hacer las concesiones reales, simbólicas y sentimentales que impusieron su pragmatismo y su pacto de por vida con Adolfo Suárez.

Gutiérrez Mellado traicionó  a Franco, al ejército de Franco, al ejército de la Victoria y a su utopía radiante de orden, fraternidad y armonía regulada por los toques de ordenanza bajo el imperio radiante de Dios.

Suárez fue el peor, el traidor total, porque su traición hizo posible la traición de los demás: traicionó al partido único fascista en el que había crecido y al que debía cuanto era, traicionó los principios políticos que había jurado defender, traicionó a los jerarcas y magnates franquistas que confiaron en él para prolongar el franquismo y traicionó a los militares con sus veladas promesas de frenar la Antiespaña. En la España de los años 70 del siglo pasado, la palabra reconciliación era un eufemismo de traición, porque no había reconciliación sin traición, o por lo menos sin que algunos traicionasen. A veces sólo se puede ser leal al presente traicionando el pasado. A veces la traición es más difícil que la lealtad.  El héroe de la retirada es un héroe de la traición” .

Aunque Cercas no califica al Rey Juan Carlos de héroe de la retirada o de traidor, el relato de la conducta del Rey en aquellos años le sitúa en esa categoría: “El proyecto del Rey era la democracia; más exactamente el proyecto del rey era alguna forma de democracia que permitiese arraigar la monarquía; buscaba alguna forma de democracia, no porque le repugnase el franquismo, o porque estuviese impaciente por renunciar a los poderes que había heredado de Franco… sino porque creía en la monarquía y porque pensaba que en aquel momento una democracia era el único modo de arraigar la monarquía.” 

La elección de Suárez para el cargo de presidente, tras el fracaso de Arias Navarro, por el Rey, y sobre todo por Fernández Miranda, se debió a la convicción de que el entonces joven político era la persona más adecuada para “la tarea sutilísima de desmontar sin descalabro el franquismo y montar sobre él alguna forma de democracia que asegurase el porvenir de la monarquía; las características personales de Suárez no eran defectos sino virtudes: necesitaban un chisgarabís servicial y ambicioso porque su servilismo y ambición garantizaban una lealtad absoluta, y porque su falta de relevancia y de proyecto político definido o de ideas propias, garantizaban que aplicaría sin desviarse la que ellos le dictaran; una vez realizada su misión, podrían prescindir de él, tras agradecerle los servicios prestados.”

Fernández Miranda era lo bastante culto para saber que “la política no se aprende en los libros y que para aquella empresa la cultura podía ser una rémora, y lo bastante perspicaz para haber advertido que Suárez poseía ese don transitorio o esa comprensión exacta y sin razones de lo que en aquel momento estaba muerto y lo que estaba vivo, o esa familiaridad con los hechos significativos, que Ortega llamaba intuición histórica y Berlin  sentido de la realidad” .

También hubo otros desmontadores de lo suyo y que no se citan en el libro, como Felipe González, que primero mató a los padres socialistas del exilio y después renunció al marxismo, cuando comprobó que era una rémora para sus ambiciones, al igual que en su momento Carrillo se desprendió del leninismo.

Políticos puros

Cercas considera en su ensayo a Suárez y Carrillo como políticos puros. Para definir lo que entiende por tal concepto acude a la definición de Ortega y Gasset del político excepcional: ”no es un hombre éticamente irreprochable ni tiene por qué serlo; en su naturaleza conviven algunas cualidades que en abstracto suelen considerarse virtudes, con otras que en abstracto suelen considerarse defectos: la inteligencia natural, el coraje, la serenidad, la garra, la astucia, la resistencia, la sanidad de los instintos, la capacidad de conciliar lo inconciliable; algunos defectos: la impulsividad, la inquietud constante, la falta de escrúpulos, el talento para el engaño, la vulgaridad o ausencia de refinamiento en sus ideas y gustos, la ausencia de vida interior o ausencia de personalidad definida, lo que le convierte en un histrión camaleónico y un ser transparente cuyo secreto más recóndito es que carece de secreto. El político puro es lo contrario de un ideólogo, pero no es sólo un hombre de acción; tampoco es exactamente lo contrario de un intelectual, posee el entusiasmo del intelectual por el conocimiento, pero lo ha invertido por entero en detectar lo muerto en aquello que parece vivir y en afinar el ingrediente esencial y la primera virtud de su oficio, la intuición histórica, lo que Isaíah Berlin llamaba sentido de la realidad.

Es verdad que, entre la cualidades del político puro, Ortega apenas menciona de pasada la que con más insistencia se reprochó a Suárez en su día, la ambición; porque Ortega sabe que para un político como para un artista o un científico, la ambición no es una cualidad sino una simple premisa. Suárez cumplía holgadamente con ella”.  

Ética y política

Max Weber no piensa que la ética y la política sean exactamente incompatibles, señala Cercas, pero sí que la ética del político es una ética específica con efectos secundarios letales: frente a la ética absoluta, que denomina ética de la convicción, y que se ocupa de la bondad de los actos sin reparar en sus consecuencias, el político practica una ética relativa que Weber denomina ética de la responsabilidad y que en vez de ocuparse sólo de la bondad de los actos se ocupa sobre todo de la bondad de las consecuencias de los actos. Si el medio esencial de la política es la violencia, según piensa Weber, entonces el oficio de político consiste en usar medios perversos para, ateniéndose a la ética de la responsabilidad, conseguir fines beneficiosos.

Cuando Suárez se vio obligado a renunciar a su puesto de presidente en enero de 1981, tras un acoso brutal de toda la clase política, incluidos los miembros de su partido y el propio rey, con excepción de Carrillo, acudió en su discurso de despedida a la ética. Quiere que su  renuncia sea un revulsivo moral, capaz de desterrar de la práctica política de la democracia la visceralidad, la permanente descalificación de las personas, el ataque irracionalmente sistemático y la inútil descalificación global.

Como vemos, no han cambiado mucho las cosas, y en la santa transición también se utilizaban procedimientos muy parecidos a los actuales.

Otras críticas de Cercas a la clase política

No es la primera vez que Javier Cercas formula una crítica dura a la clase política en su conjunto. Lo hace en Anatomía de un instante cuando aborda los problemas que, en su opinión, causa la descentralización del Estado en 1980.

“Articular territorialmente el Estado es quizá el problema central del momento, y ningún asunto como éste desnudó la indigencia y la frivolidad temeraria de una clase política que, a cuenta de él, se enzarzó a lo largo de 1980 en reyertas delirantes, persiguió sin escrúpulos posiciones de ventaja, fomentó una apariencia de caos universal y se ganó un descrédito acelerado, colocando al país en una situación cada vez más precaria, mientras la segunda crisis del petróleo disparaba la fugaz bonanza atraída por los Pactos de la Moncloa, estrangulaba la economía y abandonaba a la mitad de los trabajadores en el paro, mientras ETA buscaba el golpe de Estado asesinando militares en la campaña terrorista más despiada de la historia. Ese fue el humus omnívoro en que nació y creció el 23 de febrero de 1981.

La torpeza de Suárez para manejar el Estado de la Autonomías alimentó su voracidad como no lo hizo acaso ninguna de las torpezas que cometió por entonces. Visto con perspectiva, es al menos exagerado afirmar que en aquellos días la situación era objetivamente catastrófica o que el país se encaminaba  a su desintegración… pero muchos lo creyeron.” 

Conviene releer Anatomía de un instante.

   

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Julián Lobete Pastor es socio de infoLibre.

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