Ayuso
Es la candidata perfecta para disparar las audiencias de iconos de la intelectualidad cheli, la filosofía choni y la sabiduría cani como La isla de las tentaciones, Supervivientes o Gran Hermano: lenguaje disruptivo, modos portuarios, estética populista y ética volátil son garantía de éxito entre públicos poco o nada exigentes. La España de Eurovisión, del forofo futbolero, el matón tabernario, la testosterona sin freno, el macarra callejero, el trilero financiero, el pecador practicante, el vendedor de crecepelo, el trolero… es la España de Ayuso, la que cimienta su celebridad, la que le permite volar y cortar las alas a los demás.
Acompañan al personaje la incompetencia para hilvanar breves discursos sin chuleta, la tendencia a premiar la caspa, la querencia por lo rancio y un gorila etílico que la protege de la prensa y le redacta las chuletas. No necesita abuela, se basta ella sola para ser la bebé en el bautizo, la novia en la boda y la muerta en el entierro; y, si no, ahí tiene, postrados a su servicio, a los medios subvencionados y la legión de troles e influencers que por diosa la tienen en sus altares impíos, sentada a la extrema derecha del padre Aznar.
La marioneta creada por el gorila etílico vale para arremeter contra Pedro Sánchez, para zancadillear la moderación de Feijóo y para arrebatar la bandera del neofascismo a Abascal. Es una clonación exitosa de la decrépita Esperanza Aguirre, menos arrugada, de similar ojo para las ranas y de más fácil manejo, aunque el botox ideológico se le nota a la legua y los años cuidando de la mascota de su jefa no le hayan servido para asimilar ideas y poder expresarlas por sí misma, de ahí la ineludible necesidad de tener chuletas a mano.
“España, un país con alma de esclavo”, en palabras de Nieves Concostrina, o “Un país de cabreros”, en las de Juan Marsé, o “Un melonar, joder”, en las de Juan Ramón Jiménez. Tal país es el escenario ideal para el triunfo de este tipo de personajes que, en contextos electorales civilizados, serían un reclamo residual para contados votos de familiares y amistades. Esta España le viene como anillo al dedo a Ayuso y viceversa, hechas la una para la otra hasta que la muerte, o un muy improbable brote epidémico de ética, las separe.
Ayuso es Ayuso, aspirante al Goya a la mejor actriz revelación
Pero Ayuso es Ayuso, aspirante al Goya a la mejor actriz revelación. No sólo destaca por su faceta barriobajera, también lo hace cuando se pone en modo plañidera, siempre, en uno y otro caso, con la navaja sectaria en la liga y la Luger Parabellum cargada de bulos y odio en el bolso. Su yo arrabalero, consciente del apoyo mediático que compra con dinero público y el guante de seda de la Justicia en los casos que le afectan, la lleva a reventar la Conferencia de Presidentes dos días antes de que tenga lugar, a mostrar su bajeza moral justo a su entrada en la misma y a portarse como la niñata pija que es al poco de empezar.
Dos días después, siguiendo el guión escrito por el gorila bebedor, su yo lacrimógeno ha aprovechado su activa participación en la astracanada perpetrada en su Mad-ring contra el presidente del Gobierno Legítimo de España para llorar por dos ranas bandoleras que croan en su cenagal, una de ellas en el mismísimo piso sospechoso donde cohabitan, como le sucedió a la dueña de Pecas, el perro al que puso voz en Twitter cuando sólo era una facha becaria. En dos días, ha representado a míster Hyde y ha intentado emular al doctor Jekyll en un ejercicio de travestismo político sólo al alcance de muy pocas personas.
El único rasgo de humanidad que detenta es no poseer el don de la ubicuidad, lo que, para su desgracia, ha impedido su asistencia a la orgía de estafadores y medradores donde ha sido elevado a los viles altares de la extrema derecha Íker Jiménez, apadrinado por el médium perruno Milei y oficiando de monaguillo Albert Rivera, nuevo cryptobro converso.
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Verónica Barcina es socia de infoLibre.