Ni la causa ni la solución
Para muchos políticos, que sean de izquierda o de derecha, la Unión Europea es el futuro, es una idea moderna; hay que respetar las instituciones y darles más poder aún del que tienen.
No obstante, en estos tiempos de crisis, incluso en el campo de los “europeístas” declarados, muchos de estos hablan de los “cambios” que habría que hacer en Bruselas.
El conjunto de los representantes políticos de los partidos gobernando en cada uno de los países de la Unión Europea utilizan acrobacias lingüísticas para decir hoy lo contrario de lo que decían ayer, proclamando así un “a su servicio” dirigido a sus propias burguesías.
Decidir respetar o no el déficit establecido en el Parlamento Europeo y no tener en cuenta los criterios de estabilidad, es una decisión que no se toma para mejorar la situación de los trabajadores y de las poblaciones en cada país, sino, antes que nada, para salvaguardar los intereses de sus burguesías respectivas.
Éstas pueden contar con sus propios gobiernos nacionales para pisotear los acuerdos, reglamentos o leyes que ellos mismos han contribuido a instaurar. No olvidemos que si la revolución industrial ha permitido producir productos manufacturados a una escala insospechada hasta entonces, también ha contribuido a incrementar la contradicción fundamental de la economía burguesa: una economía imponiendo intercambios e interdependencia a escala del planeta pero basándose en la propiedad privada, lo que implica competencia entre ellas. Competencia que se agudiza a medida que la estrechez de los mercados nacionales aumenta.
Otros políticos, ya sean de extrema-derecha o denominados de izquierda radical, enarbolan la bandera del nacionalismo y proteccionismo, proponiendo los primeros, y como no, “en nombre de los trabajadores”, una Europa de “naciones soberanas” con salida del euro y los segundos, la defensa de supuestos “intereses nacionales” que coincidirían también con los intereses de los trabajadores.
Detrás del conjunto de estas posturas se esconde la idea de que la culpa del empeoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores, en cada cual de sus países, la tiene un enemigo exterior: Europa.
Delimitar el debate con el tema: “¿Se necesita más o menos Europa?, ¿más o menos proteccionismo?” es acreditar la idea de que los intereses de la clase social que detiene el poder económico pueden coincidir con los intereses de los trabajadores, disculpando así las políticas anti obreras que las burguesías respectivas imponen al conjunto de la población en cada país.
Si algo se puede decir, desde el punto de vista de los trabajadores y su situación actual, es que con ritmos desiguales y siguiendo vías más o menos diferentes Europa ha unificado, del Norte al Sur y del Este al Oeste, el paro, los bajos salarios y el destrozo de los servicios públicos, entre otras cosas.
¿Acaso, los representantes políticos que toman decisiones en el Parlamento Europeo, no son los mismos representantes políticos que defienden en sus países respectivos los intereses de su propia burguesía nacional?
No, la Europa de hoy no es la causa de la crisis económica que estamos viviendo pero tampoco es la solución.
La crisis es el resultado de la guerra que la burguesía ha declarado al conjunto de los trabajadores. Para salvaguardar sus propios intereses ésta ha impuesto una regresión general de las condiciones de vida de la clase obrera, y esto, tanto en los países componentes de la Unión Europea como en los otros.
En una Europa despojada de fronteras, en donde los intereses generales públicos del conjunto de los trabajadores y de las poblaciones se antepondrían ante los intereses particulares y privados de la burguesía, sería la solución. Lo que queda por ver son los medios que la clase obrera tendría que utilizar para alcanzar tales objetivos.
Mario Diego Rodríguez es socio de infoLibre