Librepensadores

Día Internacional de la Filosofía

Antonio García Gómez

El pasado 18 de noviembre se celebró, es muy optimista el verbo empleado, sin intención de salirse del tiesto más allá de lo que se permite, como para que no moleste más allá del puro ornato, el Día Internacional de la Filosofía.

Como para no incidir demasiado en el término, ni tampoco en las preguntas que adornarían la primera intención de su razón de ser, amén de filosofar, así en plan marujeo de tertulia barata, estaría la de preguntarse, precisamente, sobre aquello que nos empeñamos en cuestionarnos, desde que somos capaces de recordar, entre otras cosas porque los primeros filósofos y sus discípulos ya se encargaron de dejar buen testimonio de aquellos balbucientes pasos. Mientras nos quedamos con el cascarón de esas preguntas, sin profundizar en las respuestas que volverán de nuevo a cuestionarnos. Tal vez por esa misma razón, en un tiempo en el que la eficacia se mide a partir de la rentabilidad.

Tan balbucientes como al poco tiempo templados y seguros, tan inseguros a su vez, después de todo, como para seguir hoy en día preguntándonos, incluso y sobre todo cuando nos quedamos a solas.

Mientras el mundo parece seguir a su bola, infelices, entregados a gurús, aprendices de brujos, chamanes o líderes iluminados, y entretanto se recorta el número de horas dedicadas al aprecio y la enseñanza de la filosofía. Porque en realidad interesa más bien poco.

De cabeza hacia un futuro que ya es presente nada halagüeño. Mientras se ponen, alternativamente, la filosofía y el humanismo en la picota, y luego se pondera a su vez su existencia, que a nadie importa por otra parte.

Y se continuará trabajando por hundirnos en el marasmo de una civilización agotada, camino de un incierto, o no tanto, horizonte lleno de nubarrones, entregados a los nuevos tiempos de virtualidad informática, ante el nuevo profeta que es dios, uno y omnisciente, en virtud de la llegada a nuestra existencia de los algoritmos abriéndose paso aunque no sepamos muy bien de qué nos hablan, a fuer de ir perdiendo nuestras señas de identidad, el humanismo que alguna vez fuera… soñado.

Habrá cosas irremplazables, cosas que va a ser difícil que haga un ordenador, como tener “empatía”. Puedo tener un chat bot, pero quizá ese chat bot no te haga sentir bien”. Holden Karau.

Hace pocos días, en la Asamblea de Madrid, la presidenta de la Comunidad, requerida para que informara sobre las cifras de los fallecidos en el tiempo de reciente pasado de la pandemia del covid-19, contestó: “De verdad, hasta luego, da igual… paso”. Y a continuación su bancada rompió a aplaudir la ¿enigmática respuesta, o simplemente despreciable? Una  manifestación muy de “nuestro tiempo”, carente de toda humanidad, de toda responsabilidad, de toda sensibilidad. E insisto, con un colofón vergonzante, inexplicable, de una ovación cerrada de “los suyos”.

Una vez, por lo tanto, que se ha sustituido la humanidad, la cercanía, la sensibilidad, en aras del consumismo, del tacticismo inclemente, camino de la irrelevancia, incorporada al día del paisanaje de a pie, una vez que el nuevo ser es el “consumidor”, bípedo y ¿pensante?, cuyo único fin ya solo podrá llegar a ser un ser “sin recursos”, una vez que se haya quedado sin solvencia económica.

Hong Kong es el lugar donde el viejo dinero converge con el nuevo mundo. El negocio de la tecnología está basado en los datos. Los datos ahora tienen más valor que el oro”. David Chang.

Ahora que, efectivamente, formamos parte, virtualmente, de la función algorítmica que nos hace dejar de ser, ni siquiera “nadie ni nada”, en un mundo que lo mismo puede sucumbir que volver a renacer de las cenizas, harto improbable.

Esta semana se ha sabido que la empresa Deliveroo abandonará España y echará a la calle a 4.000 trabajadores, 3.800 de ellos riders, precarios y vulnerables.

Muere a los 80 años el filósofo Antonio Escohotado

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En Cádiz “la lucha obrera” retoma la fuerza y la dignidad de los “obreros y obreras” de siempre, de cuando dejó de ser un término de estimación aquello de “obrero u obrera”, para reclamar, mediante la “huelga indefinida”, otra antigualla que muchos creyeron obsoleta, para que, al menos, sus sueldos no pierdan poder adquisitivo, año tras año como ha estado sucediendo.

Mientras la filosofía sigue su andadura curiosa, impertinente, por no cejar en sus preguntas que necesiten respuestas, siquiera mientras se siguen, nos seguimos preguntando… la razón de tanta sinrazón.

                                                         Antonio García Gómez es socio de infoLibre

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