Librepensadores
Días de vino y rosas
A ritmo de vals, chachachá o lo que se lleve últimamente, con tal de mantener el cuerpo en movimiento y la mente en excitación eufórica.
Porque no conviene detenerse y mucho menos a reflexionar, siquiera un instante, por si el camino elegido no lleva a la mejor encrucijada. Y, por descontado, tampoco a sentir, a lamentar. “El precio de salvar la navidad ya se eleva a 9.000 fallecidos en enero y 7.000 en lo que lleva febrero”.
Y así se templan gaitas y se juega al albur de lo que está por decidirse, en la afrenta continua, tras la euforia incontenible de quienes no quieren parar, porque la fiesta no puede ponerse en cuestión, y la libertad es la esencia del mercadeo más salvaje, si los que más ganan son los que más exigen, con sus testaferros/as al timón de la nave a la deriva.
Y por eso mismo, en cuanto se afloja la presión lo más mínimo, saltan a la plaza pública los impresentables representantes de la vida a tope, de la vida loca, de la vida sometida al dictado del poder adquisitivo, del crédito exprés, del embrutecimiento animoso, de la insolidaridad más mezquina, porque está en juego “lo suyo”, lo inane y lo zafio, por mucho el glamur se anteponga al buen sentido, empezando por el cívico.
Y se teme, en consecuencia el vaivén de las oleadas que vendrán, un paso adelante, en desescalada eufórica, y tres pasos atrás, sacrificando a la vanguardia que ya ha dejado su piel, su ánimo y su resistencia en el combate. Madrid que, junto a Melilla, son las únicas comunidades con una incidencia superior a 500 por cada 100.000, con la atención primaria y los hospitales colapsados, sin opción a otras atenciones médicas de urgencia, pretende ampliar el toque de queda a 23,00 horas.
Pero parece que no es suficiente, a ritmo de salsa merengada, pulsión amoral y desbocada, porque ellos y ellas lo valen, quienes no valen nada y, sin embargo, son los grandes paganos del nuevo sistema que los devora sin contemplaciones, porque seguirán cayendo por el despeñadero y, en virtud de la insolidaridad, seguirán asegurando el contagio… “nacional”.
Tras la tragedia, pues, la euforia, el exceso, el desbarre, porque la frustración y el sacrificio son intolerables.
Días, entonces, de vino y rosas, en un bucle perfecto, camino de la decadencia imparable, sin acabar de entender qué es lo que está sucediendo.
Y los muertos, a cientos, a miles, ya forman parte del paisaje sin desentonar. Hace unos meses su visión conmocionaban, hoy en día forman parte de la estadística rutinaria que no trasciende más allá de lo que, personalmente, nos pueda ir afectando, a unos más que a otros, o al revés.
Porque los muertos bien muertos están, calladitos, observando que la fiesta no tiene fin ni límites, sobre todo si no es “gratis total”.
Porque el sufrimiento no es llevadero para un sector de la población que niega la mayor, porque ha roto el espejo, desprecia el silencio y solo reclama el bullicio y la jarana en nombre de la libertad que enriquezca a los de costumbre.
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O ¿qué nos llegaremos a creer?, ¿qué la fiesta era de balde?, ¿Qué los comisionistas no estaban al chollo de una pandemia de tan pingües beneficios?, después de todo, ¿de tantas desgracia, de tanta tragedia…?
Porque la felicidad es innegociable y nada volverá a ser distinto porque solo se suspira por el regreso a la mierda de vida que nos contentaba a todos/as, porque nos creímos el cuento de la dicha a tiempo completo. Por unas risas… nuestra vida, la de nuestros familiares más endebles, la de quienes que vayan a caer… porque la fiesta no puede parar.
Antonio García Gómez es socio de infoLibre