Dictadura democrática

Joaquín Navas Cabezas

Martin Niemöller nos lo dejó claro:

"Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas/ guardé silencio/ ya que no era comunista(...)" 

Finalmente cuando fueron a por Niemöller en 1941 nadie quedaba ya y terminó en el campo de concentración de Dachau durante cinco años.

Tal y como se suceden los acontecimientos y como ya vemos que la historia siempre se repite me imagino ese poema adaptado a la actualidad política y judicial española y digo:

Cuando los franquistas vinieron por el magistrado Baltasar Garzón, como otros muchos ciudadanos yo también guardé silencio, no conocía su labor diaria contra los crímenes de lesa humanidad, ni contra los terrorismos de ETA, yihadista, de Estado; ni contra la corrupción política; ni la delincuencia económica; ni contra el narcotráfico. Guardé silencio porque pensé que existía un Estado de Derecho que le permitiría defenderse, pero fue inhabilitado y apartado 11 años de forma "injusta, arbitraria, parcial" por el Tribunal Supremo, según el dictamen vinculante del Comité de Derechos Humanos de la ONU. Fue expulsado por intentar evitar en el caso Gürtel (junto a la fiscalía, la policía y después el juez que lo sustituyó), que recolocasen y blanqueasen los fondos en el extranjero, interceptando las comunicaciones de los presuntos corruptos y de sus abogados presuntos involucrados. 

Previamente había sido inhabilitado dos años por intentar investigar y aplicar la ley contra los crímenes de lesa humanidad franquistas.

Cuando fueron a por él, decía (a modo de Martin Niemöller) guardé silencio porque yo no era juez ni una persona valiente.

Cuando vinieron por los catalanes y sus representantes por participar y convocar una consulta en forma de referéndum, miré a otro lado, pensé que estábamos en un Estado democrático y que los poderes emanaban del pueblo. Cuando fueron "a por ellos" no protesté, yo no era catalán, ni pude obtener un beneficio personal de carácter patrimonial, al ahorrarme el pago del referéndum de mi bolsillo, que pudiera intentar librarme después, con la amnistía.

Cuando vinieron por Pedro Sánchez y su entorno familiar, por García Ortiz y su entorno profesional, enmudecí de miedo al pensar que si a un presidente de gobierno y al fiscal general del estado le hacían eso, qué podrían hacerme a mí

Cuando vinieron por Alberto Rodríguez tampoco protesté, no era uno de los 64.613 canarios que le dieron su representación. Tampoco hablé cuando se declaró por el Tribunal Constitucional desproporcionada la condena del Tribunal Supremo. Pensé en la separación de poderes y en el derecho constitucional de manifestación, pero fue condenado y se obligó judicialmente a la Presidenta del Congreso a retirarle el escaño, algo incompatible cuando ya se había optado por pagar la multa.

Cuando lo hicieron contra todo un partido político que representaba a 5.189.333 ciudadanos, contra sus 69 diputados, contra sus responsables orgánicos, tampoco dije nada, yo no pertenecía a ese partido y me convencieron de que "cuando el río suena, agua lleva". Tampoco protesté después cuando se demostró en ambos casos que se había judicializado la política, con el llamado lawfare.

Cuando vinieron por Pedro Sánchez y su entorno familiar, por García Ortiz y su entorno profesional, enmudecí de miedo al pensar que si a un presidente de gobierno y al fiscal general del Estado les hacían eso, qué podrían hacerme a mí, precisamente ahora que no se le puede llamar asesino confeso a quien reconoce y acredita haber provocado la muerte de otro si no lo ha tipificado, previamente así un juez en una sentencia firme.

Pero antes ya vinieron por los ancianos "enfermos incurables" (como también versionó el pastor Niemöller) porque se iban a morir de todas formas. Cuando acabaron con esas 7291 personas abandonadas institucionalmente a su suerte por no tener seguro privado y la adjudicatura desoyó el llanto de sus familias, no protesté; cuando siguen banalizando el mal como lo hacía Eichmann con esas 7291 muertes (algunas por inanición como antaño), no dije nada porque llegué a la conclusión de que de nada sirve protestar en un régimen sin Estado social, sin Estado de derecho y sin ser demócrata. 

Para nada valdría manifestarse en una dictadura franquista con apariencia de democracia, tipo Huxley, donde somos felices al poder consumir y donde estamos sumamente entretenidos haciendo zapping o doomscrolling en los vídeos reels, tick tock, ya cortos de por sí; o leyendo entre líneas los comunicados sometidos a un número pequeño de caracteres que evitan conocer el contexto, inventados por los Musk para que los Trump sigan fabricando las castas humanas inferiores de 'betas' frente a los 'alfas'. Mayoritariamente machos alfas.

Si revisamos nuestra propia historia, incluida la reciente, veremos cómo siempre ganaron y ganan ellos. En este país aún quedan 114.000 demócratas enterrados en cunetas víctimas del franquismo sin identificar. Siempre ganan ellos y vemos en todas nuestras ciudades calles: Reyes Católicos; Francisco Franco, José Antonio y Crucero Baleares aún en el reino independiente de Madrid o fuera de él. Calle y busto, incorporado en 2024, que honra la memoria de un alguacil de la Inquisición, en un pueblo de la campiña cordobesa. Por tanto ya vemos homenajes perpetuos a asesinos y genocidas, pronto veremos nuevas calles con nombres de la community manager de Pecas o del casi condecorado Netanyahu.

Para qué sirve entonces protestar si el propio juez Garzón acude al refranero popular (evocando el amor a su Padre) con el refrán "agua pasada no mueve molino" después de obtener ese dictamen vinculante (repito) contundente del comité de derechos humanos de la ONU sin depurar responsabilidades, que deje claro a los ciudadanos que existe justicia en este presunto Estado de derecho.

No me respondan, ya conozco el final y asumo que cuando vengan a por mí, por pensar en voz alta y en estos términos, tampoco quedará nadie.

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Joaquín Navas Cabezas es socio de infoLibre.

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