España siglo XIX

José A. Benitez Salas

Empieza en 1801 con pretensiones ilustradas tras la Guerra de Independencia: “Marchemos todos juntos y yo el primero por la senda constitucional”, al amparo de la Pepa, para terminar ultrajándolas con el Manifiesto de los Persas y los Cien Mil Hijos de San Luis. Las "manos muertas" del Antiguo Régimen no estaban dispuestas a renunciar a sus privilegios. 

El rechazo de las modernas ideas económicas ilustradas y liberales, que implicaban la muerte del Antiguo Régimen, provocó los movimientos independentistas de las colonias americanas alentadas por el éxito de sus homólogas inglesas del norte. La sucesiva implantación de la Ley Sálica y la Pragmática Sanción, “Señora, manos blancas no ofenden”, fue la causa de las Guerras Carlistas a la muerte del monarca felón que terminarían suprimiendo los fueros de Aragón, Navarra y País Vasco. 

La abolición de los fueros tampoco resultó gratuita: suscitó agravios comparativos entre regiones que culminaron en las guerras cantonales. España ya estaba involucrada simultáneamente en las guerras independentistas, carlistas y cantonales que terminaron poniendo en cuestión el modelo de Estado: Monarquía o República. 

Las guerras cantonales, por su parte, sembraban la eterna discusión de la división administrativa y económica del territorio con reivindicación de los fueros de determinadas regiones que les pertenecían por derecho consuetudinario. Para solucionar los permanentes problemas de tesorería de la Hacienda Pública decimonónica se recurrió a las desamortizaciones del suelo y subsuelo y a la reforma fiscal Mon-Santillán. Trataba de introducir los principios tributarios liberales: legalidad, suficiencia y generalidad, unificado para todo el país y eliminar las trabas al crecimiento económico, pero perjudicaba a las clases más modestas. 

Las desamortizaciones, por su parte, sacaron a subasta los bienes inmuebles de carácter comunal y los de "manos muertas" que fueron a parar a la burguesía adinerada aumentando su patrimonio y dando lugar, más adelante, a la “Cuestión Social” y la reclamación de la tierra por quien la trabaja. Éramos el país más fuerte de Europa, que admirara Bismarck: “lleva siglos intentando destruirse y no lo consigue”. 

Éramos el país más fuerte de Europa, que admirara Bismarck: “lleva siglos intentando destruirse y no lo consigue”

La pérdida de las últimas colonias a manos de una potencia emergente, “más vale honra sin barcos que barcos sin honra”, sumió a la sociedad española en una profunda catarsis que alumbró a la Generación del 98. Joaquín Costa, regeneracionista de entonces, lo resumió en una frase: “lo que España necesita es escuela y despensa”. 

Cinco Restauraciones monárquicas, tres de ellas en la dinastía Borbón. Una decena de constituciones. Distintas asonadas militares. Dos repúblicas fracasadas; Delenda est monarchia. Cinco Presidentes de Gobierno asesinados. Varias dictaduras militares que curiosamente, con todos sus claroscuros, proporcionaron a nuestro país unos pocos períodos de estabilidad política en los que se dotó de las mínimas infraestructuras necesarias para su desarrollo: el abrazo de Vergara, la Paz de Marruecos, los Planes de Desarrollo que ponen a España en la senda de convergencia con Europa y la Reforma Agraria, eterna reivindicación y fracaso de la Segunda República. 

En 1978 abrazamos nuestra nueva y flamante Constitución con el compromiso de olvidar las viejas disputas mirando de cara al futuro. La Transición fue un ejemplo para Occidente. Sin embargo, esta Constitución adolecía de tres importantes defectos que solo personas con conocimiento y experiencia de épocas pretéritas fueron capaces de advertir. 

En 1979 José María Gil-Robles, fundador en 1933 de la Confederación Española de Derechas Autónomas decía de ella en entrevista gravada en vídeo: “Primero, no garantiza la verdadera libertad de enseñanza de modo que los padres puedan elegir los colegios de sus hijos, solo lo podrán hacer aquello con suficientes medios económicos. Se sacrifica la enseñanza privada en aras de un estatismo docente.  Segundo, hace un reconocimiento de las nacionalidades como tipo específico de regiones en las que se estima que existe una personalidad histórica más acusada que en las demás que puede dar lugar a pretensiones secesionistas. Por último, establece mecanismos de relación entre los poderes del Estado que acabarán por que no exista en España una democracia sino una partitocracia… el triunfo de los Partidos Políticos y, de hecho, el triunfo de una minoría que mangonea esos partidos en base a una mayoría de diputados sumisos y transigentes y una opinión pública totalmente marginal”. 

El 23-F de 1983 se producía una nueva asonada militar. En 1985, nos incorporamos como miembros de pleno derecho de la UE. En 1996 el gobierno socialista es desplazado democráticamente del Gobierno por José María Aznar. Y cuando todos pensamos que el siglo XIX era ya cosa del pasado, el 11-M de 2004 nos devuelve a los Reinos de Taifas. España, la primera Nación-Estado moderna constituida como tal por los Reyes Católicos es ahora un “concepto discutido y discutible”. 

La Crisis de 2008 obligó a los políticos de entonces a replantearse el modelo de Estado llegando a cuestionar sotto voce la existencia misma de las autonomías, pero “ese asunto ni se toca”.  Con una educación estatalizada, más bien adoctrinamiento, que no valora ni prima el esfuerzo y la superación; unos poderes ejecutivos, legislativos y judiciales dependientes del Gobierno de turno, “Montesquieu murió hace muchos años” y una política limitada a mantener equilibrios partidistas entre autonomías con la opinión pública amordazada, poco queda del hermoso edificio levantado por los Reyes Católicos; apenas una corrala víctima de la desidia y acciones de sus propios inquilinos, incapaces de administrar su propia Hacienda porque “el dinero público no es de nadie”. 

Nunca más que hoy ha estado España necesitada “de escuela y despensa”. El siglo XIX aún no ha terminado. 

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José A. Benitez Salas es socio de infoLibre

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