Elena Sánchez Sánchez

“Yo no soy feminista”

(A propósito de Luis, Carmen y todos nosotros juntos)

“Para poder pensar lo que decimos, hay palabras que necesitan recobrar su significado. Palabras que, en su esencia, nos pertenecen a todos y nos unen por encima de cualquier diferencia” (García Montero, 2019). Y ocurre, o debería continuar ocurriendo de ese modo, también con la palabra “feminismo”, que junto a otras como “libertad” parece estar asistiendo, tal y como aludía Luis en Las palabras rotas, a esa “transformación dirigida de su significado para definir una realidad mucho más parcial e interesada”. 

El descrédito de la palabra feminismo se entiende que pueda venir propiciado por quienes no están por la labor, ni tan siquiera por voluntad, de alcanzar la igualdad y la justicia que esta conlleva como valor decisivo de la democracia, y que todo ello conduzca incluso a estigmatizar el término (“crece el sentir antifeminista entre los adolescentes españoles”; “el 41.8% dice no ser feminista”; “el 34.7% que el feminismo busca perjudicar a los hombres”; “ más del 45% apoya la afirmación: no se puede debatir con feministas porque te acusan de machista muy rápido”, son algunos de los datos derivados de uno de los últimos estudios realizados por el Centro Reina Sofía en adolescentes españoles.

Pero no parece coherente ni podemos permitirnos su descrédito ni estigma quienes estamos dispuestos a hacer por la consecución de la igualdad entre mujeres y hombres en nuestra sociedad. Y no hay democracia posible sin feminismo o, dicho de otro modo, donde no hay feminismo no hay democracia. ¿Cómo puede entonces un hombre profundamente demócrata no ser feminista?; ¿Es adecuado hablar del feminismo en la democracia como si fuera un subelemento de esta, o sería más conveniente hablar del feminismo de la democracia como pilar esencial de ella, sin el cual no se da esta última?

Un hombre que se diga feminista y cuyos actos no respondan a lo que significa serlo en ningún caso desacredita o debería cambiar el significado de la palabra. Ya se encarga él solo de desacreditarse con sus acciones, pero no deberíamos errar —quizás por la prisa de las ideas o de las publicaciones— excluyendo a los hombres ya no solo de la posibilidad, sino de la necesidad de ser feministas —¿dónde queda entonces la democracia?—, algo que a su vez, tal vez por otro camino y sin a priori esa intención, conduce al mismo resultado que el perseguido por el machismo y las corrientes neoliberales.

Considerar que no hay hombres feministas o, dicho de otro modo quizá más amplio, que lo que determina la posibilidad de ser feminista es ser mujer es una opinión que, además de no ajustarse al concepto de feminismo, tampoco parece ajustarse a la realidad. Porque puede que en los ámbitos en los que hay estructuras de poder (tal y como sigue siendo y se sigue entendiendo hoy el poder) muy definidas o consolidadas, sea aún complicado encontrarlos, pero para considerar que no hay hombres feministas sería necesario conocerlos y evaluarlos a todos, o desarrollar algún estudio con una muestra de la población total de hombres que pudiera determinarlo, asumiendo a su vez un margen de error.

Quienes estamos dispuestos a hacer por la consecución de la igualdad entre mujeres y hombres en nuestra sociedad entendemos que no hay democracia posible sin feminismo o, dicho de otro modo, donde no hay feminismo no hay democracia

Si lo que pretende resaltar Carmen es que el feminismo es algo inherente y exclusivo de las mujeres por ser quienes venimos padeciendo la injusticia social histórica de la desigualdad, surgen del mismo modo muchas preguntas al respecto. ¿Es, por ejemplo, la presidenta de la Comunidad de Madrid más feminista que Luis? O, si un científico investiga para prevenir y curar el cáncer, ¿no puede comprender, sentir ni hacer por quien sufre cáncer por el hecho de que él no lo padezca?

El segundo ejemplo nos puede llevar a pensar que no se ajusta al caso, porque el científico no se ve afectado y porque contribuir a prevenir o curar no lo perjudica, pero es que ¿en qué perjudica ser capaz de pensar y sentir a los demás como a uno/a mismo/a en nuestras relaciones? ¿En qué perjudica el hecho de abandonar el ser una persona que excluye, somete, controla o ejerce violencia sobre una mujer? ¿En qué perjudica dejar de ser, en definitiva, un miserable?

Nada es más despreciable que el respeto basado en el miedo, decía Camus. Y cuando el miedo del que hablamos sea a perder o a renunciar a un privilegio, convendría pensar, más que en el privilegio, en la miseria humana que este encierra y que personalmente se decide mantener o perder para al final ganar, también en la relación con los demás y en convivencia.

Resulta obvio que sufrir como mujeres la discriminación y la injusticia social histórica de la desigualdad, de la jerarquía sexual, nos sitúa en una posición que teóricamente nos impulsa o debiera impulsarnos a liderar esa transformación y ayudar a visibilizar dicha injusticia, pero el feminismo no nos pertenece.

Pensemos en el patrimonio inmaterial de la humanidad al que aludía Carmen Alborch, quizá nos ayude a entenderlo. Pensemos también en que ni siquiera necesitamos ser científicos, tampoco ser Carmen o Luis, pensemos en que basta con ser “sólo” nosotros… en minúsculas, para que también pueda ser y sea en mayúsculas, al ir del yo individual al Nosotros colectivo y civilizador; y para ello, tener un mínimo de interés por conocer y alejarnos de las superficialidades, de manera que podamos identificar y dejar el desprecio a la convivencia atrás.

Para lograrlo es necesaria la búsqueda de complicidad entre conciencia(s) —como conocimiento claro y reflexivo de la realidad y el sentido moral y ético derivado del mismo— y corazón(es), por sentir más que a una/o misma/o, o el de una/o misma/o; no como la máquina que al compás que se mueve hace ruido, a la que aludía Bécquer.  

Feminista eres tú, y aquel o aquella que mantiene que ningún individuo de la especie humana debe ser excluido de cualquier bien y de ningún derecho a causa de su sexo, lo que conlleva oponerse a los abusos en función del sexo y a la jerarquía más antigua o ancestral: la jerarquía sexual, por la que las mujeres se encuentran en una posición de subordinación respecto a los hombres y sometidas a estos.

Feminista es aquel o aquella cuyas palabras y acciones responden al significado imborrable de la palabra feminismo, definido como el conjunto de teoría, agenda y prácticas políticas (que no son sólo las del Gobierno de un Estado) que ha guiado y guía la defensa de la igualdad (entre mujeres y hombres) y la ciudadanía de las mujeres, así como la abrogación sistemática del antes universalmente asumido privilegio masculino en la sociedad (Valcárcel, 2023).

Como Luis siempre hace un buen uso de las palabras y, entre ellas, de la palabra “libertad” pensando muy bien lo que dice antes de decir lo que piensa, me gusta pensar que su declaración Yo no soy feminista”, no coherente con lo descrito posteriormente en el texto sobre su vida, y contraria a la perspectiva que ha asumido como hombre para defender la democracia, es una invitación —y si no lo es, al menos invita a ello— a la reflexión.

Es decir, a pensar lo que decimos incluso después de haberlo dicho, para tratar de llegar mujeres y hombres juntos al mejor puerto. Que nuestros actos respondan a la palabra y de la palabra cuando hablamos de ella, cuando hablamos de feminismo; de democracia, es más relevante que el vocablo en sí, pero es feminismo lo que define el modo de actuar de Luis.

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Elena Sánchez Sánchez es socia de infoLibre.

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