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Algo huele a podrido en Dinamarca

Eduardo Prieto

Vivimos tiempos en los que abundan las redefiniciones: completamente desechables y de muy corto recorrido en la historia, debemos esperar. "A nadie le gusta encontrarse con un elemento sorpresa", dicen ante el anuncio de una candidatura inesperada. Pero anunciar elecciones anticipadas, cuando la prioridad es acotar las consecuencias de la mayor pandemia del último siglo... no debería sorprender a nadie. Lo que es malo para Cataluña -elecciones en medio de una pandemia- seguro que es bueno para Madrid. Sin embargo, "los madrileños no tienen por qué pagar la corrupción del Gobierno murciano", dice el exvicepresidente madrileño. Entiendo que quiere decir "los madrileños ya tienen bastante con pagar la corrupción de los gobiernos madrileños". Él mismo estaba apuntalando el último de estos gobiernos hasta que perdió su silla unos minutos antes de soltar tan equitativa reflexión.

Otra compañera del tantas veces humillado gobernante dice que se queda con el acta de senadora y con el sueldo porque "no quiere que ocupe esa silla un nacionalista o un corrupto". La hasta ahora su formación sigue gobernando por todo el país con corruptos de larga experiencia y utranacionalistas españolistas. Entiendo que está redefiniendo corrupción y nacionalismo.

En el río revuelto murciano no podían faltar pescadores de carroña. Teodoro, como nuevo flautista de Hamelin, se lleva de calle un buen puñado de ratones de ojos anaranjados ratonesincrementando el registro de novicios en Génova. Pero ya sabemos que cuando  una naranja se torna azul... algo huele mal en Dinamarca. Este avezado exultador del embuste -el flautista-, también ha acuñado una redefinición del término dignidad. Redefinir la dignidad de los tránsfugas es materia oscura. Pero no hay fango que él no pueda atravesar con destreza si lleva un hueso en la boca para combatir la sed.

Entre los nuevos filólogos de baja política no puede faltar la maestra del absurdo. La presidenta en funciones redefine -como no podía ser menos-libertad. Que, por lo que hemos comprobado en su trayectoria pasada y -por lo que se ve venir- futura, es probable que la piedra filológica haya caído cerca del "una, grande y libre". En una nueva versión del Make America Great Again fielmente interpretada por los coros y danzas de la Sección Femenina. Y, ya fuera de las luchas localistas, encontramos un ministro de Fomento que intenta redefinir el concepto "regular los precios del alquiler".

Me temo que cuando acabe el año, estos liberales y yo hablaremos diferentes idiomas. Un castellano diferente; el mío, creo que más fiable, más académico. "La calidad teatral del mundo político se había tornado tan patente, que el teatro podía aparecer como el reinado de la realidad". "Antes de que los líderes de masas se apoderen del poder para hacer encajar sus mentiras, su propaganda se halla caracterizada por su extremado desprecio por los hechos como tales", nos recordaba la filósofa Hannah Arendt.

Por otro lado, siguen intentando convencer al personal del indiscutible disfrute de una normalidad democrática, pero, de vez en cuando, nos cae una multa de los  tribunales europeos. Y extraños movimientos en la judicatura: una jueza que apoya una causa en recortes de prensa; que, curiosamente, hace uso de investigadores de la guardia civil en lugar de utilizar lo propio, la policía judicial; y que, finalmente, tiene que archivar porque no hay causa. Un juez que, a pesar de las recomendaciones del Tribunal Supremo y de sus propios compañeros de la Audiencia Nacional, cuando se acaba el camino sigue caminando hacia ninguna parte; políticos presos con dudosa sentencia; presos de conciencia por hacer uso de la libertad de expresión; un Consejo General para quienes dimitir es un nombre ruso o lituano; y un gobierno que lleva más de un año sin derogar la ley mordaza.

No, no nos engañemos, no hay debate, es evidente y palmario. Hoy por hoy, nuestro país no es, precisamente, un estado de derecho. Algunos europeos nos pueden comparar con Hungría o Polonia. Se nos debería caer la cara de vergüenza y, de paso, la mordaza.  Aunque mantengamos la mascarilla... y la distancia social.

                                                                     Eduardo Prieto es socio de infoLibre

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