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Al inquisidor Cebrián no le gusta Pedro Sánchez

Daniel Romero

Al leer hace unos días el artículo "Cumplir la penitencia", de Juan Luis Cebrián (El País, 12/6/2023), pensé que seguramente el periodista académico, al igual que yo y muchísimos lectores, también habría aprendido lo de la penitencia en el catecismo, como trámite último para el perdón de los pecados.

La confesión que los expertos denominan "auricular" u "oral" (porque el contrato debe decir sus pecados al confesor)  parece que se remonta a San Patricio (siglo V) y otros monjes irlandeses, especialmente san Columbano (siglo VII), que, para hacer más llevadera la evangelización de aquellos pueblos rudos, abandonaron la onerosa exigencia de la confesión pública de los pecados y adoptaron la privada, ateniéndose siempre a la tradicional exomologesis (el reconocimiento del pecado por parte del catecúmeno, obligado ya desde Tertuliano).

Mas el académico Cebrián ignora que, para llegar a la penitencia, el confesor ha de esperar a que el pecador dé pasos que sólo a este tocan. O tal vez es que el periodista no quiere ser confesor, sino inquisidor: en efecto, en el sacramento católico el confesor no juzga; en cambio, al inquisidor lo que le interesa es la confesión pública, voluntaria o no, de pecadores cuyos delitos han quedado establecidos con anterioridad. La secuencia del auto, entonces, es claramente otra:

1) Para el académico inquisidor Cebrián el compareciente ni siquiera "tiene 'ciencia de sí mismo' (conciencia)", porque el "desorbitado aprecio de su propia persona... reiteradamente le impide el ejercicio de la autocrítica y el reconocimiento de sus errores". 

Tal vez sea que al periodista Cebrián le da ya pereza indagar para luego reportar. Se ha acostumbrado a editorializar

2) El acusado llega, de todos modos, ya sentenciado, pues, según el académico inquisidor, "el desastre que ha sufrido en los comicios autonómicos y locales se ha debido a los votos que los ciudadanos emitieron no tanto en favor de los vencedores como animados por el proyecto de 'derogación del sanchismo'", el cual es "un método clientelar y nepotista a la hora de ejercer la acción política. Premia a los obedientes, fulmina a los críticos y desprecia las instituciones, a las que utiliza y corrompe en beneficio propio". ¿Es posible decir más generalidades y barbaridades, con mayor osadía y menos lógica? Porque, vamos a ver: por ejemplo en mi pueblo, ¿los más de 3.500 vecinos que no han votado la "derogación del sanchismo", no son sino una piara de obsequiosos en busca de premio, una tropa de sobrinos y lameculos de alguno de los 9 concejales logrados, que van por las calles fulminando a sus críticos, y han vuelto a ganar para cargarse la institución que les arregla las calles, les mantiene limpias las escuelas o les ordena el tráfico, u obligan a sus elegidos a que todo eso lo hagan solo en beneficio propio? Y, si el voto es secreto, ¿cómo sabe el concejal de turno dónde viven, por dónde circulan o a qué colegio van los niños de los suyos para asegurarse de actuar solo "en beneficio propio"? Tal vez sea que al periodista Cebrián le da ya pereza indagar para luego reportar. Se ha acostumbrado a editorializar.

3) Por eso el académico inquisidor Cebrián no quiere detalles, va al meollo: "El gabinete del doctor Frankenstein ha fomentado el enfrentamiento, debilitado el diálogo, y sucumbido a la manipulación y la mentira", no cabiendo la menor duda de que "el oportunismo que le caracteriza ha minado las bases de la convivencia y debilitado la estabilidad del Estado de derecho". Nada más y nada menos. Y yo me pregunto: ¿Cómo un gabinete de coalición entre dos minorías (de acuerdo con un documento firmado y publicado), amante del enfrentamiento y que debilita el diálogo, ha sido capaz, sin embargo, de contar con el apoyo mayoritario de las Cortes para sacar adelante un total de 192 normas, de las cuales 101 son leyes, y entre éstas, nada menos que las Presupuestos Generales del Estado de 3 ejercicios? Echado a la bartola, no debería un académico ejercer de ilustrador.

4) Pero no solo el gobierno; el PSOE tout court es el que "en nombre del progresismo se ha aliado para garantizarse el empleo con las fuerzas más reaccionarias de la historia: nacionalismos lingüísticos y residuos del autodenominado socialismo real". Esta parte de la acusación inquisitorial no tiene desperdicio. Sea como sinécdoque o en su literalidad, que un partido de cientos de miles de afiliados como el PSOE haga algo "para garantizarse el empleo" es sencillamente un sinsentido; que lo haga la parte del PSOE que está en el Gobierno, más absurdo aún, porque ¿puede tener Nadia Calviño miedo de volver a la Administración de la UE?; ¿Marlaska, Margarita Robles o Pilar Llop, de reincorporarse a la judicatura?; ¿Albares de volver a la diplomacia, o Luis Planas a la Inspección de Trabajo? 

5) Al final, el perezoso inquisidor apela, contradictoriamente, a una conciencia que al principio aseguró inexistente: "Sánchez debe asumir que todo buen examen de conciencia desemboca en la necesidad de cumplir la penitencia". Le ha podido más el recuerdo del catecismo que el guion de su propio alegato.

Todo podía haber sido más corto, sencillo y claro. Por ejemplo: 

"Como sabéis, yo puedo escribir y escribo en el periódico El País, que tantos de vosotros habéis apoyado desde sus comienzos y aún seguís apoyando; y no soy, por tanto, de esos derechosos que escriben en otros periódicos y hasta gritan en algunas tertulias.

A mí no me gusta Pedro Sánchez ni en pintura, y os invito a que con nuestros votos impidamos su reelección. Hay opciones mejores. Las razones de esta mi invitación y las que hacen mejores a otras alternativas, están claras y, la verdad, me da pereza desgranarlas".

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Daniel Romero es socio de infoLibre

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