De muerte
Antes, en nuestros años jóvenes, cuando algo nos gustaba mucho o nos salía muy favorable, solíamos decir que “estaba de muerte, tío”. Hoy en día, sin embargo, ese dicho casi tan jocoso se nos ha ido de la boca, porque la vida se nos está yendo de las manos.
Los que sufrimos de alguna manera el franquismo, pero tuvimos la suerte de salir y seguir con vida y nos hemos permitido el lujo de estar a favor de la vida, sabemos que no estamos en buenas manos. También podemos decir que lo público se nos está yendo de las manos, por emplear un eufemismo. La realidad es que nos lo están robando y todo, además, a manos llenas, que no son precisamente las nuestras ni las más cuidadosas.
La realidad es que nos lo están robando y todo, además, a manos llenas, que no son precisamente las nuestras ni las más cuidadosas
De muerte ya se están llenando también las manos que manejan los dineros y las de los que fabrican armas. No son armas defensivas, sino agresoras y agresivas, allende las tierras y allende los mares y allende los aires.
Aunque ahora es más patente para todos, aunque no nos lleguen todos los ruidos de las armas ni todas las escenas de muerte, encima nos distraen con discursos hipócritas, con superficiales canciones, con consagradas competiciones deportivas, con eventos y risas que innoblemente nos despejan unos cielos que están saturados de odios solapados y de unas guerras totalmente descaradas que están echándole un pulso al mismísimo Yahveh Sabaot (Señor de los ejércitos), que nos está demostrando también que tiene las manos atadas y que ya no puede cultivar la tierra y abonarla con la mejor vida, porque los cainitas han sentado plaza en gran parte de la Tierra.
Hasta la Europa de siempre, la Europa secular del pensamiento y la sabiduría se está dejando las tan propias guedejas y hasta la mismísima piel en las trincheras, que no ya fronteras, que están implantando el Tío Sam, carnicero mayor del mundo, y sus ejecutores más cínicos de la historia.
Y, mientras, el pueblo abandonado y vilmente perseguido no sólo se deja la vida en sus fronteras, sino en sus propias casas y en las escuelas y en los hospitales y en las plazas y hasta en los centros habilitados para la distribución de ayuda humanitaria y de comidas y agua.
¿Quién le mandó a Abraham salir de Ur, o de Urfa, mejor dicho, de la tan motejada como inhóspita Caldea, donde, según los datos que ahora tenemos, no se vivía tan mal?
¿Quién le dijo, pasados muchísimos años, a las huestes conquistadoras de la pérfida Albión que invadieran América del Norte y martirizaran pueblos enteros, sin ninguna hartura, como hemos podido ver y podemos seguir viendo, sin aprovechar ese suelo tan patrio con conquistas ya tan amortizadas y con tantos suelos y terrenos sin aprovechar ni cultivar, para seguir regando con sangre ajena otros territorios habitables y habitados no sólo en Oriente Medio?
¿Quién le ha inyectado tamaña dosis de anestesia a nuestra Europa, a nuestra ya pseudoculta Europa, que cede ante el matón de la clase, de esa clase que se ha desclasado, pero por arrodillarse a la locura y humillando sus históricos ojos a tanta evidencia de horrores, como si la ceguera fuera un progreso que “está de muerte, tío”.
Ya lo decía Fidel Habib: “Hay que ponerse en lugar del otro, pero sin empujar” y también: “Hemos venido, y no estamos de paso, a jugar y no a matarnos vivos”.
Tenemos que volver a salir a la calle, como en nuestra niñez. Tenemos que jugar sin más interés que el de estar con los demás, con la alegría de no sentirnos solos, de sentirnos vivos en compañía, sin más interés que el del juego mismo, también del juego limpio que siempre nos resultó como un ejercicio y aprendizaje de cuidados y así poder recuperar nuestra optimista perspectiva de “¡Qué chulo, tío; está de muerte!”.
La Biblia no es el libro más leído. Si nos suena de algo, debe ser el libro más vendido por el imperio, más que propicio del comercio y de los negocios. Si fuera el libro más leído, aunque fuera sólo en sus páginas más significativas, que de tanto leídas ya han quedado al parecer borradas por el tiempo y para el tiempo, a todo el mundo le sonaría, aunque sólo fuera como un eco de ultratumba, aquellas indiscutibles palabras de “creced y multiplicaos”, que no tiene nada que ver con las noticias que nos llegan sobre los hechos consumados que sólo nos dejan ver una realidad del “no dejéis nacer y mataos vivos también”.
El “no matarás no vende”, porque no tiene precio y, lo que es peor, ni tiene ni le queda conciencia.
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José María Barrionuevo Gil es socio de infoLibre.