Si Cándido viviera y fuese verano, estos días habría escrito un artículo sobre la investigación prospectiva del juez Peinado valiéndose de Kant y de la castañera de la esquina, entre los dos que, según Manuel Vicent, Cándido escribía.
Así, Cándido habría empezado el artículo con la cultura popular de la castañera recurriendo al chiste de los dos guardias civiles, el gitano y la navaja. Como en aquellos tiempos que se prestaban al chiste los tataranietos del duque de Ahumada aún andaban cortos de medios materiales, se admitía que los dos guardias fuesen andando, y también se admitía el tinte racista de que fuese un gitano el que viniese andando de frente por el camino para cruzarse de manera inevitable con los guardias. Uno de estos le apuesta a su compañero un duro a que el gitano traía una navaja en el bolsillo, y el compañero acepta la apuesta. Paran al gitano y el apostante le dice que se saque la navaja del bolsillo. El hombre, obediente, extrae del bolsillo derecho un pañuelo sucio y una estampita de san Ceferino, patrón de los gitanos; el guardia ahora lo intenta con el bolsillo izquierdo, donde tampoco aparece la navaja; por último, lo conmina a que vacíe el bolsillo trasero, y de ahí el gitano saca por toda arma y capital una peseta. Y es entonces cuando el guardia, viendo perdida la apuesta, enseña la moneda en la palma de su mano y le recrimina al gitano: "¡Conque juntando para la navaja!".
Para no desmentir a Vicent, Cándido después de la castañera habría citado a Kant, pero como el de Königsberg no dice nada de ninguna navaja, cogiéndose él mismo por los pelos de su privilegiada cabeza al fin de que no se notase en el artículo, se habría remontado al barón de Munchausen para desde ahí retroceder hasta Ockham, quien sí tira de navaja y es a donde Cándido quería llegar desde el primer momento. El principio de la navaja de Ockham dice que no se deben multiplicar las causas sin necesidad y que, entre varias posibles, la explicación más simple suele ser la correcta. Ahora es cuando Cándido metería en dirección contraria al juez Peinado, en la misma dirección equivocada que avanzaba el gitano para encontrarse con los guardias.
Después de un año, Peinado, bajándose de la tarima que pidió para interrogar a Bolaños, anda ahora agachado buscando por los dobladillos del pantalón de la señora: a ver si ahí, al menos, aparece la navaja de la asistenta
Peinado empezó buscando en el bolsillo de la mujer del presidente del Gobierno la complicidad en la firma de unos contratos millonarios supuestamente amañados en concursos públicos; una vez que apareció vacío el bolsillo, se puso a buscar en el otro el rescate público de Globalia, y también marró; después destapó el bolsillo trasero de la apropiación indebida e intrusismo profesional. Tampoco. Entretanto, para rellenar huecos, iba citando en calidad de investigado a todo el que se hubiese cruzado por la calle con Begoña Gómez. Pero nada. Después de un año, Peinado, bajándose de la tarima que pidió para interrogar a Bolaños, anda ahora agachado buscando por los dobladillos del pantalón de la señora: a ver si ahí, al menos, aparece la navaja de la asistenta, a la que acusa del grave delito de haber mandado correos personales de su jefa y, para probarlo, ya se piensa en citar como imputado al mismo portal de internet de la Moncloa, a la que ha pedido que le informe si la doña tiene correo oficial.
Es posible que Peinado, resultando y considerado que no es filósofo, no sepa nada de la navaja de Ockham. Pero en su calidad de juez por méritos en virtud del tercer turno de acceso directo o de puerta trasera vigente hasta 2003, en que se le retiró esta potestad discrecional al Consejo General del Poder Judicial, sí debe saber de las investigaciones prospectivas. Pero en este caso lo pierde en su ceguera de romper la piñata, excluidos motivos inconfesables, el no poder precisar lo que en verdad anda buscando en el procedimiento, multiplicando sin necesidad jurídica las causas ontológicas de todas las entidades que rodean a la persona que por pura coincidencia se corresponde con la esposa del excelentísimo señor presidente del Gobierno. Así de largo.
A un paso de su jubilación, sabiéndose no ya libre sino preso de la metáfora y del mito, como habría escrito Cándido citando a Borges, y a salvo de los expedientes disciplinarios, como habría sentenciado la castañera, sigue erre que erre buscando la navaja. Ignorando que esa navaja, bien empleada, defiende la dignidad de la función jurisdiccional y corta de un tajo la incoherencia lógica y jurídica y aun las resoluciones injustas en las que, en su condición de sujeto psicológico, pudiera caer un juez durante la instrucción. Y que, por el contrario, la misma navaja, mal empleada, lamina la dignidad y el principio de independencia constitucional de todos los jueces.
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Miguel Sánchez es socio de infoLibre.
Si Cándido viviera y fuese verano, estos días habría escrito un artículo sobre la investigación prospectiva del juez Peinado valiéndose de Kant y de la castañera de la esquina, entre los dos que, según Manuel Vicent, Cándido escribía.