No es lo mismo la opinión que la mentira o el bulo

Manuel Vega Marín

La periodista Olga Rodríguez en su interesante artículo de elDiario.es (El poder de la palabra) escribe: "Relativizar la verdad para convertirla en algo equivalente a la opinión es algo muy de nuestro tiempo". De su contexto se deduce que no es cierto lo que afirma literalmente. Igual que otros honestos periodistas, Olga lucha por desvelar la verdad que los hechos ocultan, y distinguirla de la opinión, que, legítimamente, cada cual pueda tener sobre aquéllos. Opinión que no autoriza a faltar a la realidad de los mismos, ni mucho menos sustituirlos por otros inventados intencionalmente, como los “bulos”, cuya facilidad de repetición, ofrecida por “redes” y “medios”, hace que para muchos se conviertan en verdades. A esta confusión entre verdad y bulos, creo, va referida la crítica frase citada de Olga.

 Se suele decir que  la verdad es una y absoluta en sí; pero puede ser observada desde diferentes perspectivas. Ello hace que, a la vez, sea poliédrica, y que la misma pueda ser contemplada desde diferentes opiniones. Por ello en toda la Historia de la Filosofía pensadores de diferentes tendencias filosóficas se han devanado los sesos en la búsqueda de una definición exacta y definitiva de la Verdad, sin conseguirlo. Desde Parménides de Elea (s. VI a.C.) hasta nuestros días.

 Y, como la periodista Olga Rodríguez no se ha propuesto darnos una conferencia filosófica sobre el tema, yo tampoco voy a elaborar una disertación sobre el mismo. Pero como la forma más interesante en que tanto el ser, como su verdad real se manifiestan, es a través de las palabras, no está, pues, demás hacer una pequeña incursión en la sofística, dada la importancia que sus pensadores más representativos (Protágoras de Abdera, Georgias e Hipias) le dieron al verbo. Hasta el mismísimo Platón titula con sus nombres algunos de sus Diálogos.

Además, y en eso lleva razón Olga, el desinterés que los sofistas muestran por la verdad y el ser como entes objetivos y absolutos, coincide con el intencionado interés manifestado por ciertas élites, con la ayuda de los modernos medios de comunicación. Para el pensador de hoy no es que no exista una verdad absoluta y universal, sino que para el hombre actual, como para el sofista, esa búsqueda sólo debe tener un interés práctico. Pero esto no es lo malo. Lo peor es confundir la opinión con el bulo y la mentira. No está mal que, como el pensamiento sofista, la preocupación actual tenga al hombre como centro. El hombre es la medida de todas las cosas. El relativismo y el escepticismo son primordiales. Y su interés por el hombre se convierte en un individualismo egoísta que terminará por no reconocer siquiera una ley natural que obligue más allá de los intereses subjetivos.

Se suele decir que la verdad es una y absoluta en sí; pero puede ser observada desde diferentes perspectivas. Ello hace que, a la vez, sea poliédrica, y que la misma pueda ser contemplada desde diferentes opiniones

Si cien años antes el interés de los pensadores se centraba en el “mundo”. De hecho los filósofos de entonces escribieron sobre la naturaleza (lo óntico), los pensadores de la sofística pusieron su interés principal en el hombre y en la introducción de nuevos valores, especialmente los que le capacitan para la política. Estamos en la época de Pericles. Se necesitan hombres preparados que destaquen en la vida pública. De ahí la importancia que le dan a la palabra (opinión), como medio de enorme influencia en aquélla. La palabra se convertirá en un medio de persuasión. El arte de persuadir es la verdadera virtud del sofista. Para Protágoras –uno de los representantes de esta tendencia- esta persuasión consiste en convertir los argumentos más sólidos y fuertes en los más débiles. La persuasión, pues, ya no se pone al servicio de la verdad, sino como un veneno embelesante al servicio de “nuestra” visión de los hechos, de nuestra opinión de los mismos. Ya no es el interés por la verdad objetiva, sino un interés subjetivo y, en cierta forma, amañado. Es Platón el que los desprestigiará diciendo que la retórica y dialéctica sofistica son retruécanos de palabras y fantasmagoría.

No es, por tanto, nefasto tener opinión sobre todo lo que nos ocurre alrededor, lo nefasto es caer en un absoluto relativismo egoísta e interesado que nos aparte tanto de la verdad real, que, incluso, ese egoísmo relativista nos haga perder de vista el dato científico, dando prioridad a un erróneo concepto de libertad. Es esta idea errónea de libertad infinita, la que como señala Olga, nos lleva a decir que estoy escribiendo en una nave espacial, y no mediante un ordenador o una Hispano Olivetti.

Igual que son las palabras las que, de alguna manera, dan existencia a las cosas, es el relato lo que llega a construir un suceso real. Ambos elementos configuran tanto la realidad individual como la social. Una comunidad humana no se configura como sociedad si no tiene una historia detrás. Y esa historia muchas veces, la mayoría, está constituida por relatos míticos y leyendas. Sin embargo, la veracidad de la misma no decae si se sabe distinguir la verdad narrada o relatada de los mecanismos literarios utilizados. Lo mentiroso e hipócrita es confundir adrede la realidad con el mito o relato en la que ésta viene envuelta. Es la manipulación con la que los poderes fácticos intentan, consiguiéndolo a veces, “arrimar el ascua a su sardina”, para imponer sus propios intereses. Pero estoy con Olga y otros honestos periodistas en que, contra esa actitud hipócrita, siempre podremos rebelarnos y denunciarla, y mover la lengua de otra manera...

 Y quiero terminar este escrito como Olga acaba el suyo: seguiremos disponiendo de la facultad de defender la decencia, de entonar un grito de auxilio, de señalar la injusticia, de nombrar la esperanza, de reivindicar la memoria, de no pervertir las palabras, de preservar la verdad...

Manuel Vega Marín es socio de infoLibre

Más sobre este tema
stats