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El pazo (y el irrepetible silencio de 26 millones de españoles)

Librepensadores nueva.

Francisco Javier Herrera Navarro

Hemos asistido atónitos a un espectáculo lamentable y al mismo tiempo vergonzoso pero en el fondo estimulante por su contundencia histórica. En los momentos convulsos y de cambios profundos como a los que estamos asistiendo a diario, hay hechos que suelen coincidir en el tiempo en virtud de las dinámicas propias de los agentes movilizadores e incitadores del progreso histórico.

Coincidencias que, en su inapelable silencio motor, apelan al derribo, sino al degüello de formas, comportamientos y actitudes; y unos hechos, por el violento sarpullido de la inercia destructiva que sigue a su propia decadencia, a la conversión en musgo decrépito de lo que otrora fuera esplendoroso, llegan a convertirse, a su pesar, en metáforas de otros hechos del mismo signo, a los que sirven de complemento y explicación.

Me refiero al penúltimo estentóreo episodio del Pazo de Meirás (me avergüenzo sólo de escribirlo) por el que la familia del dictador, abusando de la clemencia del sistema democrático hacia sus miembros, estaba dispuesta a fletar 50 camiones para llevarse todos los objetos, muebles y enseres de su interior como si fueran de su propiedad. Es decir, estaban tramando con nocturnidad y alevosía un robo contante y sonante del patrimonio público digno de una película de suspense, en un comportamiento manifiesto de cómo las personas de su calaña e ideología han conceptuado y conceptúan al país en que viven y en el que con mucha generosidad se les ha permitido vivir. Menos mal que gracias a ciudadanos alertas se ha podido paralizar dicho expolio...

Son estas las cosas por las cuales nuestra España, mi España, no deja de ser siempre la misma a pesar de los diferentes maquillajes que operamos en su piel y son estas las cosas por las cuales me dolió, me duele y me dolerá en lo más hondo que sigan pertrechándose semejantes atracos con un denominador común: la apropiación sempiterna de España por parte de esa calaña ideológica que hunde sus raíces en Fernando VII (por lo menos) y que ha considerado que el país es de su exclusiva propiedad; poso que es lo que está en la raíz de la nostalgia por El Irrepetible.

No es de extrañar, por lo tanto, que quienes apelan a dicho apodo absurdo (¡cómo no acordarse de El Innombrable de Samuel Beckett, un ser en monólogo constante consigo mismo y que ni siquiera tenía conciencia del ser!), deseen el exterminio de 26 millones de españoles, que somos los que sobramos y que somos los que impedimos que se repartan la tarta el resto de los suyos, de los bienvenidos a su particular pazo llamado España.

La coincidencia en el tiempo de tres hechos: la expulsión de los Franco del pazo de Meirás después de estar chupando teta estatal durante cuarenta años; los exabruptos genocidas de los exmilitares decrépitos, bravucones, degenerados y por ello cobardes y la aprobación de los PGE por parte de una nueva generación de políticos de izquierda, abre, sin duda, una brecha incontenible aún no muy bien perfilada pero irreversible en su dirección.

Ultimos estertores de un mundo y un dictador ciertamente irrepetible, síntomas de una dolorosa descomposición que preludia el alumbramiento de una nueva etapa, en la que ni mucho menos habrá 26 millones de bocas silenciadas, como antaño, cuando El Irrepetible (hasta en eso el vocablo en su ambigüedad les juega una mala pasada y aciertan cuando apelan a la loa ditirámbica), reinaba a su antojo en un señorío llamado España. Hoy, por fortuna, lo verdaderamente irrepetible es que advenga un nuevo tiempo de silencio... pues el pazo (sea minúscula o mayúscula) es ya de todos.

Francisco Javier Herrera Navarro es socio de infoLibre

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