Librepensadores
Periodismo independiente, el ‘share’ y los ‘lobbies’
Quiero dejar constancia, en primer lugar, de mi respetuoso, sincero y solidario cariño por los familiares de las víctimas de la tragedia aérea ocurrida en los Alpes por un lado, y por otro, mi adhesión con la cesada corresponsal de TVE en Gaza, Yolanda Álvarez.
Dos acontecimientos distintos que en mi opinión pueden servir de ejemplo para sacar a la palestra dos de los grandes riesgos actuales del periodismo: las cuotas de audiencia, el anglosajón share, y la independencia informativa del periodista ante los asuntos y acontecimientos de dominio público que a todos nos conciernen.
Inquietan o debieran inquietarnos y mucho, los límites cada vez más difuminados de la noticia tamizada por el criterio razonable de lo contrastado, con el tóxico informativamente hablando, morboso regodeo mediático.
Pero debiera inquietarnos más si cabe, las barreras que el poder económico y político trata de imponer de forma más o menos velada al ejercicio siempre incómodo para aquellos del periodismo independiente.
La información libre, rigurosa, equilibrada y objetiva se ha visto mermada por una actividad periodística devenida industria informativa, actividad empresarial en la que la información en ocasiones queda determinada más por motivos económicos, financieros y políticos que periodísticos.
La verdad a medias disfrazada o silenciada, y los estados de opinión, pueden ser diseñados y patrocinados a la medida por no siempre claros, cuando no obscuros intereses, que luchan por su cuota de poder médiatico en el espacio-tiempo informativo.
La aparición de criterios de evaluación del factor de impacto de la noticia en la audiencia al margen del valor periodístico de lo informado que pasa a ser secundario, y su mala utilización cuantitativa y cualitativa, orquesta en ocasiones como noticia mayor lo que es trivial y amortigua o sustrae en otras, lo realmente noticiable y trascendente.
Perdido el equilibrio de lo comunicado, todo lo comunicable, corre el riesgo de ser ninguneado o exagerado mediáticamente según lo exija el becerro de oro informativo de los medios de masa, el share.
Creo un error contribuir a alimentar y mantener -en mi opinión- un imprudente e hipertrofiado estrés informativo –como en el caso de la reciente tragedia aérea de Los Alpes– dilatando los límites en el tiempo del relato; bajando a niveles de detalle de los hechos y sus desafortunados protagonistas prescindibles por innecesarios; hurgando en sentimientos humanos deshabitados por la tragedia, desahuciados en un sufrimiento que los sitúa al borde del precipicio y del desmoronamiento emocional; dando explicaciones peregrinas sin evidencia contrastada de veracidad; aceptando como válida o digna de interés cualquier opinión de los siempre dispuestos a explotar su minuto mediático de gloria.
Un exceso que acaba convirtiendo lo que debería ser informado dentro de límites sensatos, en un festín informativo que degrada y desvirtúa el valor inicial intrínseco de lo comunicable, devaluado por el cuándo, cómo y por qué y por quién es comunicado.
La noticia pura en sus inicios, deviene entonces objeto de uso, desuso o abuso según dicte la competencia entre empresas mediatizadas por servidumbres políticas, económicas y publicitarias cuyo fin último deja de ser la noticia en sí misma, reconvertida en valor instrumental para conseguir el objetivo final inconfensable… lograr una mayor porción en la tarta informativa, sacrificada a veces la seriedad, calidad y rigor en aras de una mayor cuota de share.
Paradójicamente sin embargo, en otras ocasiones, en un ejercicio de cínica anestesia informativa, desensibilizados, asistimos ajenos, voluntarios o inducidos ignorantes a tragedias, guerras, hambrunas, miserias, injusticias, genocidios, catástrofes… un gota a gota incesante de espantos, que por cotidianos, en muchas ocasiones lejanos geográficamente aunque no siempre, trivializados y exangües de valor impactante como noticia, van perdiendo espacio e interés informativo hasta quedar arrumbados en el desván del olvido mediático, devaluados cuando no despojados de su valor añadido mediático, crucial para mantenerse a la cabeza del share.
Solo esporádicamente, una palada más de horror añadido al casi olvidado horror subyacente, reactiva fugazmente el interés informativo hasta que de nuevo éste, acabe diluyéndose más pronto que tarde, en el espacio-tiempo informativo.
Sin embargo la hiperestesia informativa creada por muchos medios –salvo raras excepciones- alrededor de acontecimientos trágicos muy puntuales surgidos con estrépito de forma imprevisible, inesperados e inexplicables, provoca, las más de las veces fruto de la urgencia precipitada, de deficiencias en el contraste de lo comunicado y de la captación precoz de la atención mediática, su descontrol informativo.
Un objetivo de imposible monopolización del tiempo y espacio mediáticos en el que algunos, de forma poco prudente, juegan y manosean en exceso los hechos –otra vez el miedo a perder la cuota de share- bordeando ética y profesionalmente, a veces transgrediéndolos, los límites de la intimidad, el respeto y el dolor ajenos de aquellos que son víctimas por partida doble de los hechos y de su tratamiento irresponsable en los medios
¿Quién delimita los límites cada día más permeables entre la información contrastada, veraz, equilibrada, objetiva y prudente y el circo mediático que desvirtúa el fin último de un periodismo sustituido por la compulsiva y obsesiva finalidad de liderar el share? ¿Quién valora y calibra el valor de lo que socialmente es de interés informativo? ¿Quién garantiza la independencia periodística para que no sea víctima de imposiciones de poderes ajenos al devaluado pero socialmente imprescindible cuarto poder? ¿Quién decide cuándo y cuánto deben mantenerse en la memoria social lo que debe ser recordado u olvidado? ¿Quién de lo que conocido e investigado objetivamente puede o debe –en mi opinión siempre- ser o no contado, emitido, escrito, hecho público?
Quizás tengamos que ser los ciudadanos de espaldas al shareshare y los intentos de manipulación y control de la información por otros poderes, los que ampliemos o derribemos los límites cualitativos y cuantitativos impuestos por aquellos que quieren un cuarto poder informativo estabulado y controlado en su global pesebre mediático.
La libertad tiene su precio, la libertad legítima de informar con autenticidad no debería tenerlo, pero lo tiene, a veces muy alto.
La libertad de acceso a la información veraz, imprescindible para contribuir a crear desde legítimas diferencias ideológicas pero sin sectarismos la opinión ciudadana, empieza a tener su precio en el sentido literal de la palabra.
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Hay ejemplos de nuevas formas de periodismo, ensayos de modelos de informar más flexibles y participativos, que intentan ser viables económicamente para salvaguardar la independencia de su proyecto intelectual periodístico, éste último, base del buen y gran periodismo
Vamos a tener que pagar por ello un precio, para ser y estar bien informados, sin coacciones, con el único límite auto impuesto por motivos éticos. Precio, que habrá gustosa, cívica, solidaria, democrática y libremente que pagarlo.
Amador Ramos Martos es socio de infoLibre