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La justicia pone fin a cuatro años de acoso mediático y jurídico de la derecha contra Podemos

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Podemos

Mario Martín Lucas

Hace justo doce meses, en mayo de 2014, se produjo la eclosión de un fenómeno político, desconocido en España, desde la Transición: una candidatura articulada sobre diversos movimientos sociales, constituida en partido político dos meses antes, logró 1.253.837 votos en las elecciones europeas lo que representó el 7,98% del total de votos emitidos, sustanciándose en la obtención de cinco eurodiputados.

Esa extraordinaria irrupción política continuó creciendo en el mapa político español hasta tocar su cima en enero de 2015, cuando las encuestas electorales le dieron una estimación de voto del 27,50%, lo que suponía ser la primera fuerza política en “apoyo popular”, superando, en mucho, el techo electoral del partido político con quien se intenta referenciar sus antecedentes y orígenes, IU (2.639.774 votos, en 1996, con Julio Anguita como candidato).

Podemos supo conectar con la frustración de una gran parte del electorado español que no se vio representado en sus partidos tradicionales y supo recoger votos de “desencantados”, tanto de izquierda, como de derecha, articulando la acertada idea de una necesaria regeneración en el sistema político español. 

Los primeros “ruidos” sobre sí, llegaron en el proceso de designación de sus propios cuadros dirigentes; al tiempo que el sorprendido resto de formaciones políticas, ya rivales, les pusieron en el objetivo de sus ataques (Venezuela, las exmilitancias de algunos de sus integrantes en otros partidos, etc…), el posible incumplimiento de Errejón en relación a un compromiso suscrito con la Universidad de Málaga, la tributación fiscal de Monedero sobre unos ingresos de 425.000 euros y algunos otros errores propios, al margen de sus propias dudas internas, fueron desgastando al auge de Podemos en las encuestas, hasta que, en las últimas publicadas, la intención de voto que se recoge es del 17,90%, situándose en el cuarto lugar, como formación política, en recibir apoyos.

Podemos, en palabras de su secretario general, aspira a ser una fuerza transversal, capaz de recoger votos de todo el espectro político de los votantes españoles, y ello se ha sustanciado en un programa electoral, presentado recientemente, con marcadas diferencias respecto con el que se presentó para las elecciones europeas de hace doce meses. Ha intentado ampliar su base de votantes buscando el “centro” pero en ese viaje es, más que posible, que se haya desenfocado su imagen para un amplia parte de sus apoyos. 

Esa dicotomía entre el mantenimiento de sus planteamientos iniciales y la moderación “centrista” de sus últimos mensajes puede ser la causa de las tensiones que se aprecian en su seno, tanto entre sus seguidores y simpatizantes, como entre sus propios cuadros y, por supuesto, en los círculos. En este ámbito es donde encaja la pieza de la dimisión de Juan Carlos Monedero, de todos sus cargos orgánicos en Podemos, dejando de ser su número tres y responsable de proceso constituyente y procesos.

Es incluso posible que la moderación de Podemos haya tenido un efecto en el reciente crecimiento de Ciudadanos, partido en el que exvotantes “desencantados” de PP o PSOE pueden ver una posibilidad de “regeneración” y de penalizar a los “viejos partidos”.

La aportación de Podemos, en este último año, a la vida política española es más que notable, supo conectar con los ciudadanos de la calle, articulando, en positivo, el efecto del sufrimiento por los recortes sociales y por el pago de una factura de la crisis de la que éstos no son responsables, hizo calar el mensaje de que otra política es posible, de que hay otras formas de hacer y esa conexión con los ciudadanos le dio su fuerza, con unas expectativas que aún anidan en millones de personas.

Podemos se enfrenta a la decisión de si lo que quiere es cambiar, y regenerar, el sistema en España o articular una alternativa para sustituir alguna de las ofertas políticas ya existentes, ambas cosas a la vez, no son posibles.

Este país ya vivió unos aires de cambio, seguidos mayoritariamente en su momento, que terminaron con cosas como: “La OTAN de entrada no”, para luego ser que sí, o “gato blanco o gato negro, lo importante es que cace ratones”. La mayoría social de España quiere, y necesita, que la principal preocupación de los políticos que ocupan nuestro Parlamento no esté en relación a su propio pluriempleo; que exista una real división de poderes, que la Justicia no esté sometida a los poderes legislativo y ejecutivo; que dejemos de perder 40.000 millones de euros al año por las cañerías de la corrupción, que el fraude fiscal no nos suponga otros 60.000 millones euros al año; que el presidente de gobierno de este país no mantenga correspondencia, vía sms, con un imputado por apropiación indebida, falsedad documental y fraude fiscal, sin ninguna consecuencia; que no se repita que un expresidente de la Generalitat de Cataluña sea un confeso evasor fiscal; que no se dilapiden 1.000 millones de euros de teóricas ayudas públicas para el desempleo, en el bolsillo de una trama protegida por el poder en Andalucía; que los partidos políticos no puedan recibir donaciones y que sí tengan obligación fiscal de tributar por ellas; que el despilfarro de las capas dirigentes no se pague con los recortes en sanidad, educación, dependencia y derechos sociales de toda la ciudadanía; no tener que ver dilapidada, en los tres años de esta legislatura, la protección del factor trabajo que nos habíamos otorgado lo españoles desde hace varios decenios con una reforma laboral injusta … y tantas otras cosas más.

En las acciones para conseguir esos retos, y en el planteamiento de las mismas, puede estar la clave de bóveda de Podemos para recuperar las sensaciones de aquel mayo de 2014 y su cenit de enero de 2015, más allá de errores propios y dimisiones.

Su reto es aplicar lo que decía Eduardo Galeano: "La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía?, para eso, sirve para caminar”.

Conseguir el poder no debe ser un fín en sí mismo, conseguir el poder es el medio para cambiar el mundo.

Mario Martín Lucas es socio de infoLibre

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