La era de la posverdad

Mariano Velasco Lizcano

La Real Academia de la Lengua define el vocablo “posverdad” como “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. Y es el caso que, en apenas unos años, los “hechos alternativos”, la desinformación, las fake news y la posverdad han irrumpido con agresividad en el mundo de la comunicación, hasta el punto de ser capaces de crear un “realidad paralela” que nada tiene que ver con la auténtica realidad. Y esto supone un atentado a la libertad y a la democracia absolutamente descomunal.

Pero ¿por qué podemos afirmar este aserto? Pues, fundamentalmente, porque el consumo de medios es cada vez más importante en la vida cotidiana, y a su vez, estos medios se han polarizado paralelamente a la polarización política, degradando la independencia de los mismos, que han pasado a convertirse en instrumentos de los intereses de las élites políticas y económicas. A su vez, la proliferación de las redes ha permitido que organizaciones sociales y grupos de presión puedan difundir sus mensajes de forma no mediada ni contrastada, pero siendo con ello capaces de poner en jaque a los medios profesionales en su labor de comunicación.

Es decir, los ciudadanos han pasado a tener el poder de producir noticias por sí mismos, a la vez de poder acceder directamente a las fuentes primarias, lo que viene a cuestionar la función tradicional de los medios de comunicación.

Es en este contexto en el que ha surgido esa nueva realidad creada por las fake news, la desinformación y la posverdad ¿Por qué ahora? ¿Con qué objeto? Pues con el más que evidente de manipular a la opinión pública a través de la desinformación a fin de alcanzar fines interesados, objetivos políticos y de poder. Porque es bien conocido el principio de que cuando las noticias puedan demostrarse falsas, ya habrán producido el efecto político deseado.

La opinión será siempre legítima —nos guste o no—, mientras que la información no contrastada, manipulada y/o tendenciosa constituye una inmoralidad

Y en este contexto, las redes sociales facilitan el entorno por excelencia para la difusión de la desinformación, toda vez que la producción de contenidos es, en gran parte, fruto de individuos que suben sus historias e interactúan con los contenidos producidos por otros. Y esto en un entorno digital que se ha convertido en el espacio de difusión de noticias de información general, donde mucha de esa información será, previamente, manipulada para ser enviada a grupos especialmente sensibles a ciertos temas y enfoques. Y para lograr estos fines, no se duda en recurrir al lenguaje del odio, el enfrentamiento y el linchamiento online.

Pero sería una exageración calificar todo el uso particular de las redes en cuestiones sociales y políticas como desinformación. En este sentido habrá que tener muchísimo cuidado en diferenciar lo que pretende ser información (o desinformación) de lo que es mera opinión. Porque la opinión será siempre legítima —nos guste o no—, mientras que la información no contrastada, manipulada y/o tendenciosa constituye una inmoralidad fruto de personalidades deleznables capaces de cualquier cosa con tal de ver colmados sus intereses.

Con todo, la acción pública sigue siendo imprescindible para contrarrestar la desinformación emitida desde el establishment político o económico del poder. Por ello, la cuestión de las fake news no puede pasar por limitar la libertad de expresión mediante censuras públicas o privadas. Luego entonces… qué hacer.

Pues lo único que se puede hacer: exigir al receptor de la información el suficiente criterio y juicio crítico para no aceptar todo lo recibido como verdad, y contrastar siempre lo que nos interesa a través de distintas fuentes. Ese, al menos en el momento actual, es el único modo de alcanzar una visión lo más fiable posible y lo más fiel a la objetiva realidad.

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Mariano Velasco Lizcano es escritor, Doctor en CC. Políticas y Sociología y socio de infoLibre

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