En una de las entradas de su diario, Jules Renard anotaba de alguien que, aunque no hablaba, se sabía que pensaba tonterías. En tales casos la situación puede tenerse bajo control siempre que se trate de un tonto discreto, como el conocido de Renard, que se mantiene soterrado como las vías del tren en las grandes ciudades, y que solo emerge a la superficie en las dos o tres estaciones para respirar y decir aquello de viajeros al tren, porque el tonto a estas alturas todavía no se ha enterado de que desde hace décadas eso ya se anuncia en cinco idiomas y por megafonía.
Lo que ya escapa de todo control es cuando el tonto se mete en política, cuya actividad principal, como se sabe, consiste en hablar y hablar de las cosas que no está haciendo o hace fatal el otro, como burdamente siempre hace el PP cuando está en la oposición a falta de mejor política. En casos como estos es cuando resulta imposible soterrar la tontería.
Aún más irresponsable y delictivo que hacer fuego alegremente en el campo es incendiar a la sociedad con mentiras, rociándola como si fuera gasolina
Sin que tenga nada que ver con la anotación de Renard, el otro día salieron, no se sabe bien de dónde, muy ufanos el señor Feijóo y su escudero Tellado dándonos a conocer después de lustro y medio su primera idea o, al menos, su primera ocurrencia. Se trata de una medida estrella para acabar con gran parte de los incendios. Como entienden que les pagan por hablar, hablaron de que eso de las 400.000 hectáreas que han ardido en España en 2025 lo arreglan ellos poniendo pulseras en la muñeca de los pirómanos, ocurrencia de la que se sienten tan orgullosos que no le perdonan una a las pulseras de los maltratadores y ni aun a las pulseritas de España. Sin embargo, los dos emergentes pasaron por alto en su solución que los pirómanos son esquivos y rápidos como el rayo, que como sabía el poeta nunca se detuvo prisionero en una jaula y este año ha provocado él solo en Aragón el 27 por ciento de los incendios.
A ver si cuando vuelvan a hablar nos cuentan también en primicia su nueva ocurrencia y nos explican cómo se ata esa mosca por el rabo o se le pone la famosa pulserita al rayo. Viajeros al tren. Sin megafonía.
Los fuegos se prenden todo el año
Esta solución pueril dada para un problema complejo como controlar los incendios de nuestros bosques mediante una solución que no soluciona nada, delata la existencia de cierta delectación en provocar o, al menos, en recrearse en el espectáculo de las llamas, ya que es sabido que los pirómanos suelen ser los primeros que acuden al sitio y simulan apagar el fuego. Los expertos en la materia (cualquiera menos los principales cargos del Cecopi en la dana de Valencia) aseguran que los incendios de los montes se apagan en invierno; mientras que los incendios de la sociedad se prenden y alimentan durante todo el año. Cosa que saben bien nuestros pirómanos políticos, que están perfectamente identificados porque operan a cara descubierta y a plena luz de día, y cada día queman más hectáreas de nuestro suelo convivencial y democrático.
Este tipo de pirómanos no cree en el cambio climático y en cambio cree en el cambio de Gobierno desde el minuto cero, por encima de la duración legal de los mandatos. No son inconscientes domingueros de barbacoa, sino que se reúnen temprano a diario como una organización criminal para acordar qué incendian hoy, y luego salen en tropel con sus teas a convertir al prójimo en cenizas.
Aún más irresponsable y delictivo que hacer fuego alegremente en el campo es incendiar a la sociedad con mentiras, rociándola como si fuera gasolina. Junto al plan general contra el fuego, para perimetrar este otro fuego antes de que se nos vaya de la mano y nos queme a todos, habría que hacer un plan nacional contra estos otros pirómanos que jamás han pisado el monte, aunque sepan incendiar como nadie. Ponerles, en este caso sí, la pulserita que dicen Feijoó y Tellado para que, cada vez que el mentiroso prenda la chispa, el embuste le estalle en las manos y les tizne la cara el hollín.
_______________
Miguel Sánchez es socio de infoLibre.
En una de las entradas de su diario, Jules Renard anotaba de alguien que, aunque no hablaba, se sabía que pensaba tonterías. En tales casos la situación puede tenerse bajo control siempre que se trate de un tonto discreto, como el conocido de Renard, que se mantiene soterrado como las vías del tren en las grandes ciudades, y que solo emerge a la superficie en las dos o tres estaciones para respirar y decir aquello de viajeros al tren, porque el tonto a estas alturas todavía no se ha enterado de que desde hace décadas eso ya se anuncia en cinco idiomas y por megafonía.