Sobre el racismo...

Antonio García Gómez

Recordaba Carlos Santana, el gran guitarrista al que desde hace años se le venera y se escucha con pasión en todo el mundo, que la primera vez que cruzó, desde su México natal cuando solo era un “chamaco” pobre y curioso, la frontera con EEUU, frente a un escaparate del guitarras muy cerca de la propia frontera, en el tejano territorio vecino y estadounidense, presenció cómo un par de soldados “blanquitos”, de imagen  y uniforme de “marines”, le chistaron para, sin razón ninguna salvo el de intentar ofender al adolescente absorto en su mirada hacia aquellas maravillas acústicas aquello de...

“¡Puto panchito, come frijoles, hijo de puta!”

Como si de un escupitajo se hubiera tratado, sin razón, solo por el hecho de molestar y ensuciar el alquitrán del asfalto.Y Carlos Santana, y como él millones y millones de otros seres humanos condenados a ser señalados, estigmatizados, no solamente por el color de su piel, sino por su apariencia o realidad de pobres, entendió que no pasaban del mínimo “humano” exigente para los más irracionales de cada tribu, como para ser tratados con natural igualdad, es decir sin levantar ni sospechas, ni rechazo.

Por miedo, por ignorancia, por odio larvado, por inhumanidad, por despecho y hasta por desprecio. Incluso también por el gusto de poder injuriar sabiendo que irían a quedar impunes. Sufriendo, “los parias de color”, más pobres que otros de su misma condición y etnia, no solamente el insulto a causa de su piel, insisto, sino sobre todo por tener que aguantar la culpa de su pobreza, de su desamparo, de su precariedad, frente a los bullidores de la maldad en estado puro.

Así, en medio del grito, el insulto y la exageración que evidencie lo peor de la especie humana, permanece inoculado el alma a favor de las directrices solapadas desde quienes, desde mucho más arriba, creen haberse protegido tras los parapetos del odio y la insidia.

Desde los más tontos de la tribu, ostentosos y alborotadores, tan peligrosos, como los emboscados, mucho más ricos, mucho más dañinos, mucho más peligrosos, alentando al insulto y al enfrentamiento para dejar a resguardo su clasismo, su miedo reconvertido en odio, su exclusivo mundo imaginado de quien más tienen sobre quienes menos posean, porque tiene tanto miedo a perder... Es un mundo que parece empeñado en irse por el sumidero de la auto aniquilación.

Entretenidos en sucesos menores, tan despreciables como aislados, como cuando se provoca en un partido de fútbol de categoría inferior, o en otro encuentro de la máxima categoría, y se presume de señalar al otro como “mono, gitano, muerto de hambre, invasor peligroso…”, y así hasta ver tolerable que a quien ofrezca una imagen “destartalada” pueda ser detenido, una y otra vez, para exigirle que muestre “sus papeles”.

Mientras, se presume de “no ser racistas”, así sin compromiso, salvo cuando se tenga algo que ver con esos “pobres”. ¿De dónde habrán salido?, es decir, de “qué selva, qué estercolero, qué descampado armado de chabolas, chamizos, pozos inmundos, incluso de qué barrios pobres…” tan distintos esos orígenes de esas urbanizaciones que solo admitirán pobres y pobras para limpiar… “la mierda” de los ricos.

Decía alguien que, si de debajo de los oropeles de este “primer mundo” saliesen los miles y millones de pobres, negros, cobrizos y parias en general, pinches, fregonas, limpiadores/as, criados/as, camellos de poca monta, matones, ... se decidiesen a parar siquiera una noche, el mundo rico e insolidario se hundiría paralizado en un solo día.

Sufriendo, “los parias de color”, más pobres que otros de su misma condición y etnia, no solamente el insulto a causa de su piel, insisto, sino sobre todo por tener que aguantar la culpa de su pobreza, de su desamparo, de su precariedad

Pero saben que eso resultará muy improbable, porque la necesidad apremia, y resulta que son los pobres quienes antes sienten la urgencia de abonar sus deudas, de cubrir sus ralas necesidades, por miedo a ser señalados, demonizados,... Aunque solo brillen los estúpidos e intolerables actos de, insisten, “cuatro desgraciados”, en arremeter contra quienes pueden rebelarse, siquiera un poco, “dieciocho denuncias ninguna sanción”, porque aseguran que “esos cuatro impresentables” no representan a nadie.

¡Cómo que no! Si, por ejemplo, en el caso de la provocación racista al portero en el encuentro del Sestao River contra el Majadahonda, se ha castigado de momento al guardameta que se revolvió, dicen: que mal hecho, contra los provocadores de las gradas, mientras dilucidan cuándo habrán de jugarse “los diez minutos” que no se jugaron, y nadie se plantea dejar sin efecto los “puntos” que pudo o no pudo ganar el club anfitrión.

Porque lo que es intolerable , a su vez que inadmisible, es la agresión racista que se produjo en público y a la vista de todos, y nada podrá ser “recosido” de ninguna manera si no resulta implacable el escarmiento que escueza a toda una sociedad contemplativa, conmiserativa y cómplice con “los más brutos”, “los más racistas de boquilla y vómito incluido”,  y también con los más hipócritas desde sus “palcos”, llamados a andadas y a cierto lamento de doble o triple vara de medir la indecencia, desde quienes, desde sus postulados racistas y posiciones de poder alientan el odio y el desprecio… Todo empezando por los más pobres, porque, en realidad, “los pobres no valen nada y además pueden llegar a ser muy desagradecidos”. ¿A que sí?

Cuando el racismo no es que sea ya una lacra rechazable, es que puede llegar a convertirse un buen reclamo, una estrategia, para quienes, desde sus posiciones de privilegio, concentren sus iras, sus inyectivas, sus acusaciones infundadas hacia los precarios de cada sociedad, persiguiendo, a su vez, enfangar la calaña moral de sus propios súbditos a favor del odio muy rentable, muy perverso, muy sometido al poder que asfixia, en primer lugar, a los propios, mientras que buscan y encuentran chivos expiatorios de supuesta menor entidad…

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Antonio García Gómez es socio de infoLibre.

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