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La gran paradoja del 21A: un Parlamento más soberanista, una ciudadanía menos independentista

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La sempiterna herencia

Librepensadores nueva.

Jose Amella Mauri

Se habla de neoliberalismo, se habla de fascismo, se habla de nacionalismos periféricos, se habla de la España vacía, de la desigualdad de oportunidades, de la España rural y de la urbana, se habla de la España imperial y de la España real, se habla del poder creciente de las sectas religiosas (por ejemplo, el Opus Dei), se habla de la desigualdad de las rentas, se habla de la Europa burocrática y de la Europa como espejo, se habla de tantas cosas... que si se echa una mirada a la Historia de España de los últimos 100 años, vemos que la mayoría de los temas de conversación y de discusión política son recurrentes en todo ese periodo. Claro es que hay que hay que excluir el paréntesis militar de la cruel dictadura.

Finalizada esa dictadura, fue posible retomar los viejos temas de conversación y discusión política, social y económica. Nada nuevo bajo el sol. Siempre se puede mejorar en beneficio de una mayor igualdad, solidaridad y fraternidad, por lo tanto nada debe extrañar que los temas eternos se reavivaran a la muerte de la dictadura. Lo extraño no es el resurgir de los mismos, sino que renacen como si las circunstancias de los tiempos fueran las mismas que las del año 1931, como si la Guerra Civil no hubiera tenido lugar más que como un acto bélico en el que unos ganaron y otros perdieron, como si el paréntesis de la dictadura fuera un paréntesis gramatical, en lugar de una parálisis, cultural, mental e institucional, que llevó al descrédito de la res pública, de la política, de las instituciones públicas, e inevitablemente, al encumbramiento de la vida privada alejada de toda acción colectiva. Ese olvido, ese quítame esas pajitas sin importancia que ensucian mi vestimenta, es el que explica el triunfo del cinismo, de la opinión sin datos, de la desfachatez con la que la mentira se divulga.

Muy pocos se escandalizan ante políticos que mienten sin pudor. Muy pocos se escandalizan cuando los partidarios de una u otra formación política cierran filas en cuanto se emite una opinión contraria o que difiere en algunos matices de lo que los líderes de esa formación política sostienen. Muy pocos se escandalizan cuando en la debates televisivos se alaban actitudes y opiniones que igualan a la extrema izquierda y a la extrema derecha, sin que se detallen las diferencias entre ambas. La conclusión de tanto olvido es que, como no hay nuevo bajo el sol, lo mejor es que nos dediquemos a lo nuestro ya que no hay nada que hacer.

Esta herencia que legamos a las generaciones nacidas desde los años ochenta del siglo XX es la misma, en esencia, que la que recibimos los nacidos en los años 40, 50, 60 y 70 del mismo siglo.

Este periodo democrático no ha servido para que la mayoría de la población se escandalice ante el triunfo de la mentira y el escarnio de lo verosímil, de la fe sin críticas en la idea de la nación periférica o centralista, del desmantelamiento de lo público, de la intromisión del poder eclesiástico en los ámbitos seculares, etc.

Para mucha ciudadanía, el enemigo es el que no piensa como nosotros. Demasiados ciudadanos van a degüello con el diferente por género, ideología, color de piel o corte de la vestimenta. Es como si el tiempo no hubiera transcurrido, pero ha transcurrido. Y no es de recibo que utilicemos la libertad de reunión y de pensamiento para legar a las futuras generaciones el mismo odio e ignorancia, desprecio por el diálogo, por lo público, por la formación integral, que han vivido las generaciones nacidas durante la dictadura.

Jose Amella Mauri es socio de infoLibre

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