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Sindicato Podemos

Óscar Dulce Recio

¿Cómo es posible que la clase trabajadora vote al PP? ¿Por qué es el partido más votado en lugares como Carabanchel o el Pan Bendito? No parece un problema exclusivo de España; comentaba Alberto Garzón, en una reciente entrevista, que en Francia son los hijos de los viejos comunistas quienes votan a Le Pen. En EEUU, es la clase trabajadora la que aúpa a Donald Trump frente a la clase liberal izquierdista de las grandes ciudades.

Las razones no son difíciles de entender. Existe una fractura evidente entre la izquierda, muchos de clase media y universitaria, y los curritos de los suburbios. Estos ven a los primeros como gente de estudios que se las dan de listos y que les desprecian porque les gusta el futbol. En cambio a la gente del PP la perciben más próxima, apenas leen, tienen aspecto más llano, menos intelectual, se expresan de la misma manera que ellos y son muy dados a los lugares comunes: “Todos los políticos son unos corruptos” “Esos van a hundir el país”, etc.

Así que, aunque suponga ir en contra de sus intereses reales, votan a quien sienten más cercano y castigan al que sienten por encima. Como diría Zizek, pura lucha de clases.

¿Cómo revertir esto? Desde luego la izquierda debe tomar nota. Me comentaba un compañero de Podemos, que de joven militó en la ORT que, por aquel entonces, los activistas bajaban a Vallecas o al Pozo porque entendían que no era posible hacer política sin mezclarse con las verdaderas víctimas del sistema. Y aunque nunca llegaban a una integración plena, luchaban, codo con codo, con los trabajadores.

Quizás se deba recuperar aquel espíritu. Se habla de volver a los barrios, de crear comunidad, de reintegrarse en los movimientos sociales… Y todo ello tiene mucho sentido, pero corre el peligro de quedar en nada por su falta de concreción.

La concreción pasaría, desde mi punto de vista, por la construcción de un nuevo sindicalismo. Así como el partido Podemos ha supuesto un revulsivo de las organizaciones políticas tradicionales, necesitamos un sindicato Podemos que suponga los mismo de las organizaciones sindicales tradicionales. Y he aquí algunos puntos que considero esenciales:

Uno de los méritos de Podemos es su independencia respecto de los bancos, lo cual hace más creíble su proyecto. Un sindicato debe financiarse fundamentalmente con las cuotas de los afiliados, de manera que sus intereses sean los intereses de los trabajadores.

Debe evitarse la profesionalización del sindicalismo, debe haber una mayor permeabilidad con los trabajadores mediante elecciones, procesos rotatorios e incluso sorteo. Estar afiliado a un sindicato debe significar también la máxima participación posible, procedimientos asamblearios y de democracia directa en todos los niveles y el control más exhaustivo de los representantes. Cualquiera tiene que poder sentir que el sindicato no es un ente ajeno sino los mismos trabajadores.

Hace falta un sindicalismo ofensivo, que no se limite únicamente a la defensa y a la recuperación de espacios que, paulatinamente en las últimas décadas, nos ha estado sustrayendo el neoliberalismo. No se trata de recuperar lo perdido porque así no hacemos más que retroceder, se trata de lanzar una ofensiva coherente con un proyecto coherente, que es, como muy bien dice Garzón, lo que se debe ofrecer a la clase trabajadora.

Desde este punto de vista hablaríamos de un sindicalismo mucho más ideologizado, pedagógico, que integrara su práctica en un programa compartido, y no solamente en la gestión de los abusos. Por ejemplo, teniendo claro que luchamos no para paliar los palos que recibimos en una inevitable economía capitalista sino para construir un modelo alternativo, asumimos como esencial no ya la vaga “conciliación familiar”, sino la jornada de 6 horas. Y así como el sindicalismo de hace un siglo se batía en todos los frentes para la histórica reducción de jornada a 8 horas, se trata de que ahora volvamos a recuperar la misma lucha.

Y no valga este ejemplo por la demanda en sí misma, sino porque dicha demanda se enmarca en la clase de sociedad en la que queremos vivir, una sociedad que valora el ocio por encima del dinero y que prioriza ciertas necesidad humanas, como los afectos y la autorrealización, que asume que la “precariedad” no es una exigencia inevitable de la economía moderna sino condición de la explotación y de la desigualdad.

Creo que un sindicalismo fuerte de esta naturaleza, muy presente y arraigado en el mundo laboral, es la forma de que el proyecto de la izquierda vuelva a ser el proyecto de la mayoría social. _______________

Óscar Dulce Recio es socio de infoLibre

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