Desde hace muchísimo tiempo hemos podido asistir gratuitamente a tertulias en las radios y en las teles. Lo que pasa es que las tertulias tienden cada vez más a que nos entre todo por los oídos más que por los ojos. Si nos llama la atención visual la presencia de alguien es para disimular y distraernos.
La presencia de algunos tertulianos y tertulianas han modelado ya nuestra capacidad reflexiva y convierten en evidencias cuestiones que dejan mucho que desear. Así, las figuras que se han ido configurando por el bote pronto del nepotismo —en un sentido amplio— nos han ayudado a dejarnos llevar por ocurrencias que no son éticas, porque sus autorías han sido perdonadas y nos perdonan a todos el que nos hayamos tragado este estatus, que podemos considerar más que cuestionable.
No estamos ya hablando de puertas giratorias a las que la élite política nos tiene ya acostumbrados.
Ahora se trata sólo de una tómbola que reparte la suerte sin mirar la preparación ni el nivel cultural y ético del que juega, pero que no se la juega. No como en las demás tómbolas: hay que pagar.
Conviene recordar que para ser diputado o tertuliano no se necesita más titulación que la de ser mayor de edad y, eso sí, contar con el crédito —demasiado, a veces— de su formación política, que es la que considera que el candidato (en muchísimos casos sin blanca) está preparado para no dejar en mal lugar a sus compañeros ni a su propia organización. Por tanto, con estos mimbres, nadie necesita esmerarse en inventarse un currículum que no posee para poder ejercer. Es que nos lo han puesto así de fácil a todos para poder participar, en buen grado, en las tertulias o hasta en el Congreso. (Parece quedar lejos el aval de dos afiliados de la CNT para acceder al grupo).
Estamos tan acostumbrados que las puertas giratorias ya no nos marean al pueblo llano. Podemos seguir así, porque nada impide seguir con esa insensibilidad y complacencia vicarias.
De esta manera, podemos conformarnos con que una ministra termine recogiendo un capotazo crematístico de una eléctrica por obra y gracia de su Virgen del Rocío; con que no importe que otra autoridad pueda haber afirmado que el meridiano de Greenwich pasa por Canarias, según parecía deducirse de los mapas de nuestra infancia; con que otro tenga a gala comer yogures caducados; con que el gran estratega y benefactor de la guerra de Irak cobre de una buena compañía — eléctrica para más señas— sin sufrir apagón alguno en su economía; con que quien nos dejó huérfanos de Bankia después del leñazo económico que se había pegado su cofradía internacional, siga de técnico mayor o menor de otras arcas internacionales... y todo, aunque se nos sinceren y digan que se aburren.
También nos podemos arriesgar a seguir de televidentes, que no de teleevidentes, con tertulianos y tertulianas. Esos que inocentemente jugaban con las maquinitas en la mismísima presidencia del Congreso de los Diputados o quienes se iban de compras, pero volvían sin pagar, y no por emular a “La Collares”...
Afirmamos que nadie está obligado a mentir en su curriculum ni tampoco, después de haber podido meter mano, sacar los pies del plato, aunque la ingeniería de las leyes hayan perdido los planos y los planes de democracia
Sabiendo cómo está el patio de vecinos y que “a las ocasiones las pintan calvas y hay que cogerlas por los pelos”, con las facilidades que hemos referido, afirmamos que nadie está obligado a mentir en su currículum ni tampoco, después de haber podido meter mano, sacar los pies del plato, aunque la ingeniería de las leyes haya perdido los planos y los planes de democracia.
El “no mentir” —con todas las formalidades y legalidades— no es tan difícil de cumplir.
Otra cosa es que, por encima de nuestras cabezas y en nuestra cara, se premie con un trabajo amigo, por sus infidelidades, a quienes deberían pasar unas cuantas jornadas de secano, para reflexión e, incluso, para preparación, que es lo que se les exige al resto de los mortales, éticamente hablando.
Con estos líos, que ya nos cubren gloriosamente los anales históricos de la falsificación pura y llana y de la falsedad, muchas veces hasta institucional y, como el preguntar no es delito, ya que preguntan los jueces, los abogados, los fiscales, los camareros, los periodistas...podemos hacernos muchísimas cuestiones. Así nos ha pasado a muchos, porque estamos muy atareados siempre.
Nos podemos preguntar, por ejemplo: ¿Por qué ahora nos hemos enterado que existía la UCO? O también: ¿dónde está Blesa?
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Jose Maria Barrionuevo Gil es socio de infoLibre.
Desde hace muchísimo tiempo hemos podido asistir gratuitamente a tertulias en las radios y en las teles. Lo que pasa es que las tertulias tienden cada vez más a que nos entre todo por los oídos más que por los ojos. Si nos llama la atención visual la presencia de alguien es para disimular y distraernos.