Ucrania: ¿déjà vu?

Marcelo Noboa Fiallo

"La ambición no hermana bien con la bondad,

sino con el orgullo, la astucia y la crueldad."

L. Tolstói

En 1721, el Zar Pedro I se proclamó a sí mismo emperador del Imperio Ruso. Cambiando así los destinos de lo que hasta entonces era conocido como el “Zarato Ruso” (El país del Pueblo Ruso) y designó como capital del nuevo Imperio a la ciudad de San Petersburgo.

En aquellos tiempos, las configuraciones territoriales duraban lo que “un caramelo a la salida de la escuela”. En los vastos territorios de Europa y Asia, cambiaban de “propietario” en virtud de las anexiones guerreras o matrimonios de conveniencias dinásticas. El nuevo Imperio Ruso se caracterizó, entre otras cosas, por definir una saga hereditaria que duraría desde 1721 hasta 1917. Largo periodo regido por 14 emperadores, desde Pedro I hasta Nicolás II.

Tras la fracasada experiencia soviética y el derrumbe de las instituciones de la URSS, Rusia jamás encontró “su lugar en el mundo” y entró en un periodo de descomposición, con Boris Yeltsin, hasta que entró en escena Putin. Este personajillo nacido, crecido y amamantado en los resortes de las cloacas del extinto Estado Soviético (KGB), lleva en el poder desde el año 2000, es decir 23 años, y con la nueva Constitución, diseñada a su imagen y semejanza, “un traje a la medida”, gozará (previsiblemente) de todos los poderes hasta 2036. Superando en longevidad de poder absoluto a la mismísima Catalina La Grande y, por supuesto, a cualquier Secretario General del Politburó del Partido Comunista de la ex Unión Soviética y Jefe de Estado de la misma.

Vladimir Vladimirovich Putin creció en uno de los barrios más pobres de la ciudad y en la escuela fue un auténtico macarra, violento y abusón con los más débiles. El magnífico documental/serie dirigido por Nick Green y producido por la BBC revela datos inquietantes del que, para sorpresa de todos, se ha convertido en uno de los amos del mundo, gracias a su padrino y protector Boris Yeltsin y a lo aprendido en la KGB: “Putin está haciendo lo que le enseñaron a hacer: manipular, mentir, reclutar, reprimir…y se le da bastante bien” (Vladimir Kara).

Un pequeño grupo de oligarcas a la sombra de Yeltsin se lo quedaron todo y se enriquecieron de manera espectacular en pocos años. A ellos se dirigiría, más tarde, Putin

En 1996, su maestro y protector, el alcalde de San Petersburgo Anatoly Sobchak, pierde las elecciones y le ofrecen trasladarse a Moscú a trabajar en los servicios de seguridad del Kremlin. El ascenso de Putin es espectacular, en un año se convierte en el Jefe de Seguridad del Estado, en el jefe de la SFB (antigua KGB), en los momentos en los que un decrépito y enfermo alcoholizado Boris Yeltsin atraviesa por sus peores momentos y está a punto de ser procesado. La Fiscalía General del Estado había reunido suficientes pruebas para su procesamiento y destitución. Putin conseguiría, mediante grabaciones clandestinas, socavar el prestigio del Fiscal General y apartarlo de la causa. Yeltsin se salvaría, gracias a Putin. Desde ese mismo momento Putin ya “olía” el poder y pondría en marcha todos sus recursos para no soltarlo.

Ocupa el cargo de Primer Ministro en uno de los peores momentos por los que atraviesa la Federación Rusa, el hambre, la economía, el desprestigio de su presidente, sume a sus ciudadanos en la frustración y el decaimiento. Su nuevo Primer Ministro (un desconocido para el gran público) necesitaba buscar un revulsivo. Chechenia fue ese revulsivo. Se producen una serie de brutales atentados que convulsionan a una sociedad sin rumbo, sin liderazgo. Los atentados son atribuidos a milicias chechenas (hasta hoy no se han encontrado pruebas contundentes para su incriminación). Pero el azar sí quiso que se descubriera a tres agentes de la SFB con las “manos en la masa”, con un cargamento entero de explosivos y material terrorista escondiéndolo en un local. Los tres agentes fueron liberados por orden de Putin.

Putin ordenó la invasión de Chechenia para castigar a los “terroristas que tanto daño habían causado al pueblo ruso”. El sufrido pueblo ruso a su vez había encontrado al héroe que necesitaba la nueva Rusia, para recuperar la dignidad perdida con Yeltsin: nacía el mito, el defensor de la patria, el defensor de la Nueva Rusia. Yeltsin le había preparado todo el terreno en 1998: “Si queremos avanzar en la construcción del capitalismo ruso, tenemos que lanzar un ambicioso programa de privatizaciones masivas”. Un pequeño grupo de oligarcas a la sombra de Yeltsin se lo quedaron todo y se enriquecieron de manera espectacular en pocos años. A ellos se dirigiría, más tarde, Putin: “Ustedes podrán seguir enriqueciéndose, pero con la condición de que no entren en política… las reglas han cambiado en Rusia”.

Anna Politkóvskaya, la periodista más lúcida y valiente, cometió el “pecado” de destapar los horrores de la guerra de Chechenia cometidos por las fuerzas especiales del Kremlin. Fue asesinada a sangre fría el mismo día en que Putin cumplía años. El rosario de víctimas del amigo de Trump y Berlusconi son incontables y no ha terminado: empresarios, periodistas, opositores, jueces…todo aquel que se le ponga por delante, “el pescado huele mal desde la cabeza a los pies” (Putin).

Con este tipo es con el que hay que negociar y convivir.

Con la invasión de Ucrania para “rescatarla de los nazis y drogadictos”, pensaba que sería un paseo triunfal de semanas. Las cosas no han salido como él imaginaba y el desgaste es evidente (se calcula en al menos 20.000 las bajas de soldados rusos). El invierno se acaba y, al parecer, Ucrania, prepara una contraofensiva. El jefe del grupo Wagner (mercenarios mafiosos), Yevgueni Prigozhin (que le hacen el trabajo sucio a Putin) ha amagado con abandonar el campo de batalla el 10 de mayo (en un vídeo plagado de insultos al Kremlin por falta de municiones). Luego ha dado marcha atrás.

Con la celebración del Día de la Victoria contra la Alemania nazi, Putin necesitaba un revulsivo como en 1998 (Chechenia) para recuperar la moral de victoria. Lo que ocurre es que la jugada, esta vez, ha tenido el tufo del “timo de la estampita”. Nadie puede creer que unos drones lleguen a la fortaleza más vigilada del mundo, el Kremlin, pero ha surtido algún efecto. En su círculo cercano piden directamente “el asesinato de Zelenski y de su camarilla”. (Medvedev).

China y Brasil, metidos ya de lleno en las futuras negociaciones por la paz, todavía no han dicho nada al respecto. ¿Prudencia? Toda prudencia es poca cuando vas a tener al otro lado de la mesa al ex agente de la KGB y pupilo de Sobchak y Yeltsin.

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Marcelo Noboa Fiallo es socio es infoLibre.

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