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Cultura

Bernardo Atxaga y "la lengua normal"

El escritor vasco Bernardo Atxaga, el pasado octubre en Madrid.

El Ministerio de Cultura otorgaba este lunes por la mañana el Premio Nacional de las Letras Españolas a Bernardo Atxaga (Asteasu, Gipuzkoa, 1951), nombre clave de la literatura en euskera. Así lo reconocía, claro, el fallo del jurado, que destacaba "su contribución fundamental a la modernización y a la proyección internacional de las lenguas vasca y castellana, a través de una narrativa impregnada de poesía en la que ha combinado de una manera brillante realidad y ficción". Así que, inevitablemente, premiando a Atxaga el Gobierno homenajeaba tres entes distintos: al escritor Bernardo Atxaga, autor de libros como Obabakoak, un túnel que comunicó la escritura en euskera y el best seller; a Joseba Irazu Garmendia, nombre real tras el seudónimo; a la literatura en lengua vasca, que nunca había sido reconocida expresamente a través de este galardón.

El premio, otorgado por el Gobierno, está dotado con 40.000 euros y distingue el conjunto de la obra de un autor o autora en cualquiera de las lenguas cooficiales del Estado. En la teoría, porque en la práctica solo ha reconocido la obra de escritores con obra en castellano y en catalán (entre estos últimos, Carme Riera, Josep Maria Castellet o Joan Perucho). Aunque el galardón, uno de los principales reconocimientos a la obra de un escritor junto al Cervantes, sí había destacado en ediciones anteriores nombres de la literatura vasca como Raúl Guerra Garrido (nacido en Madrid y criado en El Bierzo, pero residente en Euskadi desde la juventud), Julio Caro Baroja o Gabriel Celaya, es la primera vez que el Ministerio de Cultura reconoce a un autor que desarrolla el grueso de su obra en euskera. Atxaga ha abordado largamente y de distintas formas su relación con el idioma vasco, su lengua materna, a la que luego sumaría el castellano. "Hay lenguas que nos marcan más que otras y ocupan un territorio amplio de nuestro espíritu", ha escrito el autor. "Es mi caso con el euskara: no porque fue la lengua de mi niñez, ni por llevar consigo —como dicen algunos escritores— una particular visión del mundo —me parece difícil—, sino por razón de su especial historia; una historia dura en la que mi familia, mis amigos, los miembros de mi generación, una tercera parte o más de los vascos, y yo mismo, nos hemos visto implicados".

A Bernardo Atxaga el premio le ha llegado justo a tiempo. Su última novela, Etxeak eta Hilobiak, se acaba de publicar en euskera, y llegará en castellano, bajo el título de Casas y tumbas y con la editorial Alfaguara, el próximo febrero. Es su última novela en todos los sentidos: Atxaga quiere dejar el género. Eso aseguraba en la presentación del libro en San Sebastián, a mediados de octubre, como recogió entonces la agencia Efe . El nuevo libro será, así, su despedida de una disciplina que le exige un trabajo "muy duro" y en la que "una sola frase", se lamenta, puede estropear el conjunto. A partir de ahora se dedicará, aseguraba, a la "miniatura": relato, poesía, ensayos breves. Pero hay cierta esperanza para sus seguidores, azuzada quizás por el galardón: "Tengo este deseo, aunque eso no quiere decir que dentro de siete años vuelva, aunque no lo creo", decía.

No hay que alarmarse: no ha sido la novela el único camino, ni mucho menos, que Atxaga ha encontrado para llegar a su público. Obabakoak Obabakoakfue presentada así en 1988, un año después en su versión en castellano, pero también era en cierta medida un libro de relatos, un álbum de Obaba, el pueblo vasco que el escritor inventó a principios de los ochenta y que le ha acompañado a lo largo de toda su carrera. En Obaba, una réplica ficticia del espacio infantil del autor, "allí donde se asientan los pueblos de Alkiza, Albiztur, Asteasu y Zizurkil", Atxaga recupera y transforma las leyendas contadas por los mayores (sobre niños que se convierten en animales, sobre los harri jasotzaileak, los levantadores de piedra). En ese universo ha tratado de retratar un mundo huidizo, uno que no era exactamente "rural", ni "mítico". "La palabra tenía que ver con el tiempo, con lo que existió antes que nosotros, y era —lo digo por fin— antigüedad", concluiría luego. "Antiguo era, ciertamente, el lugar que conocí en mi niñez; antiguos eran, en general, todos los lugares que, como Extremadura, Castilla o Galicia, estaban habitados por campesinos. Naturalmente, ya no lo son. Cuando se impusieron la televisión y otros aparatos, el pasado, lo que de él había sobrevivido, se deshizo con rapidez, como una tela vieja". Pero quedaba Obaba.

Obabakoak fue un hito en el camino. En el suyo, y en el de los vascoparlantes. Le valió el Premio Nacional de Narrativa, el Premio de la Crítica y el Premio Euskadi. Agotó en seis meses la primera edición en el euskera original, de 6.000 ejemplares (desde entonces, según el sello Erein, se han vendido más de 60.000 ejemplares en esta lengua). Se convirtió en el primer libro en euskera en obtener el Nacional de Narrativa —después de él, lo han hecho dos más—, y uno de los primeros en encontrar una gran masa de lectores y una atención de la prensa más allá de Euskadi. Se publicó en más de treinta países. Fue adaptada al cine, por Montxo Armendáriz, y recientemente también al teatro, por Calixto Bieito. Después de ese primer volumen, Obaba sería el paisaje de obras posteriores como Sugeak txoriari begiratzen dionean (Cuando la serpiente mira al pájaro) (1984) o Bi anai (Dos hermanos), que le valdría también el Premio de la Crítica. Con Obabakoak guarda relación, según el propio autor, Casas y tumbas, que sigue a dos amigos de infancia, luego compañeros de la mili, componiendo pedazo de historia, entre Madrid, Euskadi y Francia, a lo largo de las décadas.

La carrera de Atxaga no se ha desarrollado solo en el terreno de la narrativa. Ahí está Etiopia Etiopia(1978), un poemario vanguardista en el que el autor jugaba con el nombre del país africano y la idea de utopía, recuperado luego en Nueva Etiopía (1996), un libro-CD en el que músicos como Ruper Ordorika, Mikel Laboa o Jabier Muguruza ponían música a los versos del escritor, ya por entonces consagrado. Más recientemente, el vasco ha acompañado a Paco Ibáñez, en un espectáculo junto a los poetas Joan Margarit, Luis García Montero y Antonio García Teijeiro, para reivindicar la "armonía" entre las cuatro lenguas cooficiales. La reflexión sobre el idioma propio ha estado presente en toda la obra, literaria e intelectual, de Atxaga. "Durante un breve periodo de mi niñez el euskara o vascuence fue para mí una lengua completamente normal. Carecía de opiniones sobre ella, y su futuro no me preocupaba", escribía en uno de sus textos más conocidos sobre el tema, fechado en 2006. El euskera iba pronto a dejar de ser la lengua en la que hablaba con sus padres, la lengua en la que transcurría la mayor parte de su vida, excluyendo el castellano de la escuela y la televisión, y las salpicaduras de inglés, francés y el latín de la misa, para convertirse en algo que no solo decía, sino que significaba políticamente. "La idea de que el euskara era una lengua normal iba a verse pronto desmentida".

"El euskera no era como las otras lenguas que conocía", explicaba. "Había una lucha en torno a ella, y esa lucha era violenta. Los que habían estado a favor del bombardeo de Guernica increpaban con un 'hable usted en cristiano' a los vascos que utilizaban su lengua en público; los periódicos, por su parte, se referían a ella tratándola de 'lengua rústica', negada para la cultura; para la cultura moderna, al menos". Del otro lado tampoco era sencillo: ETA tenía también como objetivo, admite, "la defensa de la lengua y de la cultura vascas", una meta que también perseguían otros tantos que se oponían frontalmente al terrorismo. "Una palabra de más y el euskaldun se convierte en una nacionalista furibundo e incluso en un colaborador de los terroristas de ETA. Así me ocurrió a mí, y así le ocurrió a algunos músicos, cineastas o periodistas cuando la derecha nacionalista gobernaba en España". De hecho, este asunto ha sido incluso objeto de polémica dentro del propio círculo literario vasco. Fernando Aramburu, autor de Patria, por ejemplo, ha sido muy crítico con el escritor: "Le tengo un gran afecto", decía en una entrevista en 2011, "es una excelente persona, pero ha tocado el tema de ETA de manera metafórica, sin nombrar lo evidente: el sufrimiento y la sangre. No es un hombre libre y trata de complacer a unos y a otros".

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Quizás por una preocupación sobre la lengua desde su mismo aprendizaje —cuenta que fue maestro de euskera—, Atxaga se ha asomado también a la literatura infantil, espacio en el que ha publicado más de 20 títulos. Entre ellos, quizás destaquen Las bambulísticas historias de Bambulo, un perro bilbaino que irá descubriendo su historia familiar, y con ella la Historia con mayúsculas. "La literatura infantil me permite una mayor libertad para experimentar de una manera menos comprometida", decía el escritor a su salida. Y no exageraba: Bambulo no solo aunaba distintos tipos de documentos, de cartas a narraciones, sino que trataba de eliminar el género de sus personajes —humanos y animales—, debatiéndose contra el género neutro. Uno de los ensayos de Atxaga, Alfabeto sobre la literatura infantil, está dedicado, de hecho, a la literatura para niños. 

El lunes, Bernardo Atxaga celebraba que le hubieran dado el premio "antes de los 150 años" —Francisca Aguirre, la anterior homenajeada, murió a los 88 años meses después de recibirlo—, aunque hace ya 47, dice, que comenzó a escribir. Se decía consciente de que su relación con el euskera y el castellano ha sido determinante para la concesión del galardón. "Hace mucho tiempo", decía tras recibir el fallo, "se impuso la corriente de literatura en una sola lengua, y hay otra, que se ha notado últimamente por ejemplo en el Instituto Cervantes, que es la de que la literatura en España es plural". Esta segunda corriente, a la que apoya, decía, podría haberle "favorecido". Y, como Atxaga es también un escritor humorístico, zanjaba: "Y el que diga que prefiere la monocultura que se vaya a vivir a un bosque donde sólo haya pinos".

 

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