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Literatura

Lo bueno y breve

App de Twitter en un móvil.

Máxima o sentencia que se propone como pauta en alguna ciencia o arte.

La RAE concede a los aforismos una voluntad de sentar cátedra ("que se propone como pauta"), de crear un modelo, de establecer una norma. Definición que se compadece mal con lo que uno de sus ejecutantes, Karl Kraus, aseveró: "Un aforismo nunca puede ser la verdad completa; puede ser una verdad a medias o una verdad y media". En fin.

Hay otras denominaciones posibles: pensamientos, apuntes, axiomas, adagios…

A veces, el pensamiento breve se convierte en greguería, aunque para serlo, ha de venir firmado por Ramón Gómez de la Serna, ajustarse a la fórmula matemática "metáfora+humor", y tener más de creación ingeniosa que de apotegma bienhechor para dirigir las acciones morales

Otras, la reflexión corta nos llega como pecio, pero entonces es obligatorio que sea signada por Rafael Sánchez Ferlosio, quien se inició en este género con esta meditación: "Lo más sospechoso de las soluciones es que se las encuentra siempre que se quiere". Los pecios, explica su creador, son muy literarios, "sumamente literarios. Lo son en un grado muy superior al de la escritura de los ensayos". Pero, no necesariamente cortos, los hay muy extensos. "Recuerdo en concreto el titulado Tópicos: el peso de la Historia, que ocupa varias páginas. Ese pecio es una cosa muy estudiada, muy desarrollada".

Así que el pecio y la greguería son-pero-no-son aforismos, variedad literaria que en España tiene santo patrón, Baltasar Gracián ("lo bueno, si breve, dos veces bueno"), cuyo magisterio perdura. La prueba: la reciente aparición de los libros, firmado uno (Tazas de caldo) por Vicente Verdú (responsable también de la pintura que ilustra la portada), y el otro (Se te tiene que ocurrir) por Javier Ruiz Taboada, autores que vienen a sumarse a una bibliografía extensa y, quizá sobre todo, intensa.

"Hay una influencia de las greguerías de Ramón Gómez de la Serna", admite Vicente, quien señala a Kafka como "mi escritor más persistente", hasta el punto de que "hubo un tiempo muy largo en que prefería Kafka muerto que Vicente Verdú vivo".

Menos conciso se muestra Ruiz Taboada, poeta y radiofonista, quien señala un distintivo de la especialidad: "en el inmenso océano de las citas es curioso cómo todos atribuimos frases erróneamente a los autores equivocados. Hasta el punto de dar la impresión de que Einstein, Napoleón, Unamuno, Woody Allen y Anónimo, lo han dicho todo".

Obligado a elegir, se decanta por Oscar Wilde ("Sé tú mismo, el resto de los papeles ya están cogidos"), "un prodigio de ingenio y un exponente del lenguaje directo, pero políticamente incorrecto. Gómez de la Serna es un referente para el lector español, es el hermano de la greguería por y con excelencia ('el lápiz solo escribe sombras de palabras')". Estos días se asoma a Ramón Éder ("Se miraron y tuvieron una niña") y Benjamín Prado ("Es imposible mirar para otro lado, cuando lo que no quieres ver está por todas partes"), escritores "dignos de mención y herederos de la mejor tradición de este 'género' literario".

Un género al que Azahara Alonso se asomó hace ya algunos meses con Bajas presiones. "He leído con devoción a los clásicos (Pascal, La Rochefoucauld, Nietzsche, entre otros) y me interesa también y algo más lúdico, como las greguerías de Ramón Gómez de la Serna. Mis preferidos probablemente sean Cioran, Wittgenstein, Canetti... La razón es que sus aforismos están completamente cargados de reflexión y agudeza lingüística: a través de ellos encuentro un sistema de pensamiento".

El escritor ante el aforismo

Con Azahara, nacida en 1988, completamos un trío que abarca varias generaciones literarias: Verdú es de 1942 y Ruiz Taboada, de 1962, lo cual basta para constatar la pervivencia del aforismo.

A los tres preguntamos cómo llegan al grado de condensación adecuado. Los aforismos, ¿nacen reducidos o son fruto de un trabajo de destilación?

"En mi caso ―apunta Verdú― nacen muy completos y rara vez me enredo en consideraciones para destilarlos más". Es su experiencia, que no coincide, al menos no plenamente, con la de Azahara, cuyos aforismos "nacieron al principio de un trabajo de destilación y posteriormente, cuando podía tomarle casi sin querer el pulso del género, nacieron o nacen directamente casi con su forma final".

Cada qué, según cada cual y en función de cada cuándo. "En algunos casos pasan por el taller y por el túnel de lavado, tras algún accidente mental transitorio en el que haya sido necesario hacerles un arreglo de chapa, pintura y mecánica en general ―declara Ruiz Taboada―. Son el resultado de limar mucho un concepto hasta dejarlo listo para espolvorearlo y que, a la vista de los demás, parezca que te hayan echado un polvo (de estrellas). En otras ocasiones salen de la cabeza como una bala de fogueo disparada desde dentro, a bocajarro: rotundos, redondos, directos, cortitos, calientes, al pie, sin necesidad de darles muchas vueltas, sin que se mareen ni mareen al lector".

El lector ante el libro de aforismos

Y del mismo modo que el autor de aforismos (la Academia no recoge la palabra "aforista" para definir a quien los escribe, pero sí "aforística" como adjetivo: perteneciente o relativo al aforismo, o como sustantivo: ciencia que trata de los aforismos y colección de aforismos) los produce como puede y quiere, el lector los consume como le apetece.

Ruiz Taboada los entiende como puro picoteo, "carne de mesilla de noche y alma de repisa de cuarto de baño. Son la bolsa de pipas de la lectura. Píldoras que nos hacen pensar sin hacernos sufrir demasiado, pastillas para admirar. Eso no quita para que no se puedan leer también de un tirón. Personalmente recomiendo acampar en cada uno y buscar en cada frase la puerta de atrás que generalmente esconden".

Sin embargo, la estructura de esos libros integrados por decenas de textos breves y autónomos, no está a cargo del azar. Alonso recalca que "el autor o la autora han pensado en una disposición muy concreta para transmitir algo. Si el lector o lectora quiere percibirlo, seguir esa invitación le ayudará". Lo cual no le impide respetar el derecho que asiste a cada lector de hacer uso del libro como tenga a bien, "leer en desorden y según apetencia. Que el libro pueda responder a ambas opciones lo enriquece como tal (una novela, por ejemplo, no se presta a ello). No sé si vivimos tiempos distraídos o más bien concentrados en muchas actividades simultáneas; en todo caso, la literatura sigue requiriendo la entrega de siempre, a cambio de la cual recibimos tanto como lectores".

Lo cierto es que, a diferencia de otros libros de pensamiento que, en opinión de Verdú, "se leen más pesadamente", los aforismos, al menos los que él ha agrupado, son como "pellizcos sobre la vida cotidiana que, en mi opinión, lo hacen ameno y hasta divertido".

"Pellizcos", dice, y una piensa en picotazos. Al fin y al cabo, los textos de Twitter exigen un ejercicio de decantación en el que algunos se demuestran consumados maestros. Por decirlo en términos verdunianos, el aforismo "es coherente con el modo veloz y conciso de expresarse en las redes". O, en nuestros propios términos, en tiempos de prisas y piantes, es lógico que tendamos al aforismo.

En esa línea, Ruiz Taboada considera probado que las redes sociales, y en concreto Twitter, "ha influido en que el aforismo resurja de unas cenizas que nunca se apagaron del todo y, con él, se haya retro iluminado la ironía y ensombrecido el sarcasmo. Es lógico que vuelvan a proliferar el uso y las publicaciones que recogen tanto pensamiento concentrado y brutal".

La aceleración de la rutina y la hiperconectividad están aquí, es verdad, aunque Azahara defiende que "la literatura no se rige por este tipo de inercias: seguimos leyendo con entusiasmo grandes novelas de cientos de páginas. La literatura nos sigue salvando". ¿A qué atribuir entonces el auge? "A la facilidad en su difusión o a una cierta idea de frescura, pero su degustación requiere tiempo: no por más breve el aforismo se lee (en el sentido más completo de este término) más rápidamente".

Florilegio de madrastras

Florilegio de madrastras

Terminamos. Puesto que atribuimos a esos epígrafes una vocación consejera o instructora, pido a mis interlocutores que nos dejen con un aforismo que guíe o defina su vida… y sirva para orientar las nuestras.

"La culpa es el motor del quehacer" es la propuesta de Vicente Verdú. Ruiz Taboada se decanta por uno que ha parafraseado para su libro Se te tiene que ocurrir: "La vida es una caja de cabrones, nunca sabes cuál te va a tocar'. Mítica frase de la película Forrest Gump, aunque más dulce en su génesis". Para los amantes de algo más profundo, se acoge al comodín de Marx, Groucho Marx: "Es mejor permanecer callado y parecer tonto que hablar y despejar las dudas definitivamente'. Imagino que porque vivo con el miedo a que alguien me lo sugiera alguna vez a mí".

Azahara Alonso, por su parte, empieza señalando que "definir la propia vida es siempre un poco tramposo, pero como supongo que el gusto nos define bastante, diré que hay un aforismo de Cioran que siempre me ha fascinado: 'Todo el mundo me exaspera. Pero me gusta reír. Y no puedo reír solo". Y añade unos versos de Szymborska que funcionan a la perfección como aforismo: "Mis señas de identidad son el entusiasmo y la desesperación".

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