Cine

El cine de la Transición (marroquí)

Un fotograma de 'Zéro', de Noureddine Lkhamari.

Entre el mar y la montaña, el sol y la lluvia, el desierto y la vegetación: Marruecos es un país de contrastes. También en la vida social y política, y con ella en el cine, entendido como su espejo. Esa es la premisa de la que parte el ciclo de películas, charlas y debates que se celebrará entre el 9 y el 15 de enero en la sala Berlanga de Madrid, Después de Tánger: Una mirada ética sobre el movimiento.

Financiada por el Estado desde los años noventa, la creación fílmica del país norteafricano dio un vuelco en aquellos años, en los que se liberó de su corsé para hablar con libertad de cuestiones como el feminismo, la sexualidad, la delincuencia, la religión o una sociedad crecientemente urbanita. Hijos de aquellos tiempos, directores como Omar Mouldouira, Narjiss Nejjar o Tarik El Idrissi, hoy en la cima de sus carreras, en torno a los 45 años, han ido construyendo una narrativa propia que aporta al tiempo una perspectiva cosmopolita sobre los temas existenciales. 

“A finales de los años noventa se produce la llegada de jóvenes directores que evolucionan fuera de Marruecos y que tienen la mirada limpia de la cuestión política”, explica El Arbi El Harti, periodista, escritor y comisario del ciclo, que se completará los días 9 y 10 con una serie de charlas en las que participarán los cineastas Narjiss Nejjar, Nourddine Lkhamari y Leila Kilani, la actriz Farah Hamed y expertos como Abdelali Barouki, profesor de la Universidad Mohamed V-Rabat, o la politóloga y periodista Dina Bousselham.

Acompañados por la directora Chus Gutiérrez, el periodista y escritor Javier Valenzuela o Luis Planas, exembajador de España en Marruecos, los ponentes debatirán sobre la deriva política del mensaje que emana de esta generación de artistas y también sobre su valor estético, alejado del artificio del cine marroquí anterior para mostrar la realidad de manera cruda y verídica. “Tienen un discurso nuevo, una mirada cinematográfica limpia. Hacen un cine que no tiene propaganda, trabajan los temas sin tabúes. Es como el cine de la Transición española: es un documento sociológico”.

La “paradoja” (una más) de esta explosión de creatividad –apuntalada por el éxito internacional de muchos de estos cineastas- reside en el hecho de que, a pesar de que es el Estado marroquí el que financia las películas, son los propios marroquíes los que deciden no verlas. Dice El Harti que se trata de una cuestión de “gusto”. “Los marroquíes prefieren el cine americano, el de Bollywood, las series… Se ven culebrones turcos o venezolanos traducidos a la dariya”, cuenta. “Se ha instalado una cultura del ripio”.

Educar en la sensibilidad estética, así como también –y sobre todo- en la asimilación de los derechos humanos, perfila las claves del trabajo de estos directores, entre los que abundan -cosa no tan común en la profesión- las mujeres. “En el programa hay varias, todas con voces muy potentes”, apunta El Harti, que incide en las razones del proceso que está transformando su país desde hace dos décadas: “Hasta entonces teníamos una burguesía totalmente acultural que no aportaba ni un duro de capital. El hecho de que surja un grupo que empieza a influir en la financiación cultural es una gran revolución en Marruecos”.

Las distancias de España con tan cercano país se ensanchan a través de esa idea de la financiación estatal, muy en entredicho aquí, donde el gobierno busca -asegura- la implantación de un modelo "mixto" público-privado. El Harti, que ha organizado numerosos festivales en ambos países, opina que propuestas como la (aún no puesta en práctica) Ley de Mecenazgo solo sirven “para quitarse el muerto de encima”. “Tiene que ser un apoyo”, subraya, “pero si hay de por medio una empresa de petróleo, eso le va a quitar libertad al creador. El Estado tiene una responsabilidad que asumir: los proyectos de sociedad nacen de un consenso, y quien lo puede llevar a cabo es el Estado”.

Subraya el comisario que, en cualquier caso, comparar las democracias española y marroquí es una cuestión “muy relativa”: “No se puede analizar desde parámetros occidentales”. Con su propio fluir, Marruecos es hoy "un país que se está buscando”: “No sabemos cómo vamos a evolucionar. La Primavera Árabe no nos ha afectado, y tenemos que preguntarnos por qué. Mi respuesta es que llevamos desde los noventa con la Primavera Árabe, con la gente en la calle y un Estado que se reforma”. En ese sentido, y aunque no se ha organizado como grupo o corriente establecida, el trabajo de esta hornada de cineastas aporta una visión compartida sobre el cambio y sus metas. O como afirma El Harti, “a través del cine podemos vernos en una realidad descarnada”.

LAS PELÍCULAS

Los ojos secos, de Narjiss Nejjar.

Nuestros lugares prohibidos, de Leila Kilani.

Zero, de Noureddine Lkhamari.

Los caballos de Dios y Mi tierra, de Nabil Ayouch.

Los pioneros del desconocido, de Hassan Kher.

En Casablanca, los ángeles no vuelan, de Mohamed Asli.

Muerte en venta, de Faouzi Bensaïd.

La vida da vueltas, de Tarik El Idrissi.

Amal, de Ali Benkirane.

Una vida corta, de Adil Fadili.

Margelle, de Omar Mouldouira.

Cuando Duermen, de Maryam Touzani.

La mano Izquierda, de Fadil Chouika.

Mokhtar, de Halima Ouadiri.

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