“El feminismo debe conquistar el cine”: las directoras reflexionan sobre el rumbo de su generación

Zaida Carmona y Alba Cross en 'La amiga de mi amiga'.

A la hora de rastrear cualquier tendencia es fácil pecar de adanismo. Asumir, desde los pálpitos del presente, que todo está ocurriendo por primera vez o empezó a ocurrir hace poco. De ahí que, con la afloración de mujeres cineastas a lo largo del mundo, podamos considerar puntos de inflexión el Oscar de Chloé Zhao a Mejor dirección por Nomadland —al que siguió en 2022 el de Jane Campion por El poder del perro—, o el hecho de que el último lustro reúna las taquillas más holgadas jamás invocadas por una mujer en puesto de mando hollywoodiense. Wonder Woman de Patty Jenkins en 2017, Capitana Marvel de Anna Boden (codirigiendo Ryan Fleck) en 2019. O puede que alguien considere dentro de poco que Barbie de Greta Gerwig, con sus 1.000 millones, fue el auténtico parteaguas.

Y no pasa nada. Para entender el presente inmediato necesitamos rastrearlo desde algo conocido, que podamos comprender, aunque esto entrañe un peligro tan obvio como categorizar de moda lo que no es sino devenir histórico. De amplio recorrido, además. Kathryn Bigelow, antes de Zhao, había ganado en 2010 el primer Oscar a Mejor dirección concedido a una mujer, por En tierra hostil. Ese mismo año Sofia Coppola se había alzado con el León de Oro en el Festival de Venecia gracias a Somewhere, pero no era la primera mujer que lo conseguía. Antes que ella habían estado Agnès Varda o Mira Nair, y la misma Campion de El poder del perro había ganado la Palma de Oro por El piano en Cannes, allá por 1994. Hay precedentes suficientes como para matizar la excepcionalidad de nuestros días y no obstante, en el caso español, es fácil que siempre nos lleven a un mismo momento.

Es un momento inmediatamente previo a la victoria de Bigelow. Corre parejo a la fundación de la Acadèmia del Cinema Català en 2008 y la correspondiente creación de los premios Gaudí, que luego de inaugurarse con la victoria de Albert Serra y El cant dels ocells, al año siguiente celebraron por todo lo alto Tres dies amb la família. Se trataba de un drama minimalista por el que Mar Coll ganaría luego el Goya a Mejor dirección novel: no era la primera cineasta que lo conseguía, ni mucho menos la primera mujer en ser valorada por la academia española, pero algo cambió con su triunfo. Varias de las mujeres convocadas por Carlos Losilla en El cine deseado: 10 directoras españolas del siglo XXI (Imprenta Dinámica, 2023) coinciden en que ver aquella película les animó a empuñar una cámara. 

Estas mujeres se iban a encontrar eventualmente con un entorno industrial en progresivo cambio, susceptible de celebrar otro posible acontecimiento fundacional con Las amigas de Àgata en 2015. Este era un film colectivo impulsado tras los muros de la Universitat Pompeu Fabra, que con el tiempo podría haber llegado a conformarse como un pistoletazo generacional: la Generación Àgata. De aquí salieron Elena Martín Gimeno (Creatura) o Alba Cross. Esta última dirigía originalmente, pero en 2022 se dejó ver como actriz en otro film de amigas (más o menos). La amiga de mi amiga, cuya directora Zaida Carmona se resiste a manejar no obstante presupuestos generacionales. Cree que es “peligrosísimo”.

Los dilemas de una no-generación

“El hecho de que se hable de estas películas y directoras como un todo viene a decir que el cine hecho por mujeres es, en sí, un género cinematográfico. Como si esas películas tuvieran algo en común por ser dirigidas por mujeres y además fueran un género menor”, cuenta Carmona para infoLibre. “De repente te juntan a una Carla Simón (Alcarràs) con una Carlota Pereda (Cerdita) y eso no tiene ningún sentido, sus películas no tienen nada que ver. Nunca hablaríamos de una generación de directores metiendo en el mismo saco a un Sorogoyen, Paco Plaza o Bayona”. La cineasta, que debutó con el largo en una comedia de enredos amorosos entre mujeres lesbianas, también cree que es una retórica problemática desde otros ángulos. “Está muy ligada a lo joven, a lo nuevo, a lo funcional”.

“Se echa de la ecuación a mujeres que estaban antes como Icíar Bollaín, Isabel Coixet o Mar Coll, o más atrás Pilar Miró —primer Goya a Mejor dirección ganado por una mujer en 1996, por El perro del hortelano— y Josefina Molina. Hablar de olas siempre tiene algo capitalista y estresante, como de consumo rápido. Además la sensación de no estar dentro de esa ola genera ansiedad y muchas inseguridades para las cineastas. Puede visibilizar por una parte, pero por otra simplificar los discursos y expulsar a ‘las otras’”. Más allá de la coincidencia temporal —que antes que con Tres dies amb la família suele cifrarse desde el estreno de Verano 1993 de Simón en 2017— el argumentario crítico que justifica la existencia de esta generación suele pasar por las temáticas y los referentes.

Por un lado hablaríamos de historias autobiográficas con hincapié en universos femeninos y ambientes rurales, y por otro de un caudal de nombres franceses al que Carmona se ajustaría dedicándole La amiga de mi amiga a Éric Rohmer. Y quien habla de Rohmer podría hacerlo de los hermanos Dardenne con respecto a Belén Funes (La hija de un ladrón, Goya a Mejor dirección novel de 2019), o de Jean Renoir mediado por las teorías realistas de André Bazin en Carla Simón. Esta última, preguntada por Losilla en El cine deseado, también abordaba el asunto generacional. “Hablando entre nosotras nos preguntamos por qué se nos dice a veces que hacemos la misma película, o un cine muy parecido. No tengo una respuesta. Podremos conocernos, pero no tratamos los mismos temas por eso”.

“Más bien surgen de nuestro interior. Estamos viviendo un tiempo de reparación histórica para las mujeres: quizá contemos todas estas historias porque nadie las había contado antes desde ese punto de vista”, sigue Simón. “Por eso hablamos tanto sobre maternidad o adolescencia conjugada en femenino. Esas películas antes no estaban ahí: nos faltaban”. La directora de Verano 1993 sugiere que, “cuanto todo se haya equilibrado”, quizá empiecen “a hacer westerns o películas de terror”. La reparación, por tanto, dista de haber acabado —como distamos de hacernos una idea de cuándo comenzó, si bien podríamos parapetarnos en la resolución de cuotas y ayudas expedidas por el estado más o menos a partir de 2018—, y aún habría mucho que reparar. Carmona asegura que hay “una sensación de falso oasis”.

“Los porcentajes nos siguen diciendo que necesitamos más mujeres haciendo cine, que la equidad sigue lejísimos”, comenta la directora echando mano del informe de CIMA de 2022, según el cual las mujeres representarían un 37% del total de profesionales haciendo largometrajes (y un 26% dirigiendo ficción). Frente a un entorno que sigue siendo hostil pese a las pequeñas celebraciones entre premios patrios y extranjeros, la clave de esta no-generación bien podría radicar no tanto en las temáticas, como en la forma de trabajar. A través de esta, y de los espacios que la articulen, se podría plantear un desafío. 

Amigas, compañeras

“Hay un sentimiento de colectividad muy fuerte, sobre todo entre las mujeres”. Clara Roquet, Goya a Mejor dirección novel por Libertad y coguionista de dos films de 2023 tan comentados como Que nadie duerma y Creatura, también presta testimonio en El cine deseado. “Siempre surge la cuestión de que hay una forma de trabajar que se basa en la colaboración, en tener muy claro que para que una película funcione tiene que existir una mirada, pero no una autoridad”. A Roquet le gustan las estructuras “más horizontales”, y es algo que comparte la citada Belén Funes cuando le confiesa a Losilla que se siente incómoda al ver en pantalla “una película de…”. “Prefiero ‘una película dirigida por…’”.

Las mujeres bregan con múltiples obstáculos en la industria actual. La proverbial discriminación machista alterna ahora con la posible imposición de ciertos moldes generacionales y estéticos —Roquet lamenta sin ir más lejos que a veces es “como si hubiera que preguntar a los festivales y los labs para hacer la película que quieren ellos, no la que quieres tú”—, frente a la que hay que enfrentarse manteniéndose fiel a la idea de partida, y a una filosofía que no queda otra que describir como feminista. “El feminismo debe conquistar el cine”, afirma Funes. “No solo en temas de narración o representación, sino también en una perspectiva industrial: voces, organización de trabajo, jerarquías”.

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“No solo consiste en arrebatarle el poder a los hombres, en ‘empoderarse’ (...) Tiene que ser algo más amplio, una nueva forma de pensar y estructurar el mundo”. Algo que se halla en plena construcción y que por propia naturaleza es perfectible: Carmona reconoce que en los últimos años no ha notado muchas más facilidades, aunque sí espacios afines “dentro del underground y la cinefilia” como el circuito D’A o lo que pudiera ofrecer Filmin, plataforma donde trabaja. La directora de La amiga de mi amiga plantea otra cuestión además, como es el hecho de ser mujer queer. “Puede que eso me haya generado obstáculos porque el hecho de ser visiblemente lesbiana, con pluma y discurso constante sobre mi identidad, me convierte de facto en alguien no funcional para el sistema cisheterocapitalista”.

La acogida en 2022 de La amiga de mi amiga no llegó a ser tan amplia como la que conseguiría una película como 20.000 especies de abejas al año siguiente. Aún así el premiado film de Estibaliz Urresola, protagonizado por una niña trans, participaba igualmente de una eclosión de ficciones LGTBIQ+, y fue celebrado en términos equivalentes. “Las lesbianas tenemos una necesidad constante de referentes, de películas que hablen de nosotras, y si no fuera por esto La amiga de mi amiga no habría llegado adonde ha llegado ni habría roto tantas fronteras, dentro y fuera del colectivo”, prosigue Carmona. “Quizá lo bollero no es un contenido tan ‘de nicho’ como nos habían hecho creer”.

Al final de eso va todo, de referentes. Y la máxima prueba de que lidiamos no con una moda puntual o una proyección mediática, sino con una fase histórica excepcional, la tenemos en que nunca ha habido tantos como ahora. Nunca ha habido tantos lugares donde mirar, tantas perspectivas que puedan posibilitar, finalmente y como decía Funes, la gran conquista feminista.

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