‘Wolfgang’ es un niño con síndrome de Asperger en un producto estereotipado y totalmente aséptico

El escenario catalán, en concreto barcelonés, es esencial para Wolfgang y vincula su existencia a la reciente ola de cine catalanoparlante celebrado eufóricamente por crítica y público, con El 47 y Casa en flames como puntas de lanza. Sus particularidades culturales resuenan desde la presencia de Laia Aguilar adaptando como guionista su propia novela, y siguen latiendo a través de chistes esporádicos derivados de los intentos de Miki Esparbé por triunfar como actor. Su personaje se llama Carles, lo que aboca a divertidas confusiones con el hecho de que Carlos Cuevas (Merlí) sea la estrella local y le robe los papeles. Sin embargo, y puestos a cifrar el vínculo meta de Wolfgang con la industria, nada hay más importante que la presencia, casi fantasmal, de J.A. Bayona.
El mayor deseo de Carles es conseguir un papel en la próxima película de Bayona, en lo que supone un gesto de gran honestidad para consigo mismo por parte de Javier Ruiz Caldera. Caldera es el director de Wolfgang y, aunque su carrera previa se componga casi íntegramente de comedias, no ha dejado nunca en cierto sentido de seguir los pasos de Bayona en lo que se refiere a practicar la depuración metódica de idiosincrasias nacionales, con una buscada sensibilidad hollywoodiense que facilite la exportación. Bayona lo logró con unos espectáculos grandes y sólidos que movían a considerar los primeros pasos de su obvio referente, Amenábar, como atolondrados ejercicios de honestidad creativa. Ambos lograron viajar a Hollywood, solo que Bayona lo hizo más rápido.
¿Qué hizo Caldera por su lado? Parodiar el cine de Amenábar en su debut tras las cámaras, y llamar a su película Spanish Movie. Tras graduarse en la ESCAC, los primeros pasos de Caldera iban a confluir con la fase de la comedia española que más intuitivamente ha absorbido la norma estadounidense, con el binomio Borja Cobeaga/Diego San José apañándoselas para fundir el corazón de la Nueva Comedia Americana con sus raíces vascas. La creencia de que era posible mantener una determinada esencia cultural empleando hábilmente fórmulas exógenas cotizaba al alza, y así fue que Caldera tuvo que titular su primer largometraje con el palabro “spanish”. Con eso bastaba para la visibilidad comercial. Parecía incluso pertenecer a los derivados de la saga Scary Movie que con tanta asiduidad llegaban de EEUU. Date Movie, Epic Movie, Spanish Movie.
Como Spanish Movie reunía a Chiquito de la Calzada con Leslie Nielsen, no habría que desmerecer en absoluto los esfuerzos de Caldera. Aparte de cálculo había algo más. Convicción, corazón. Promoción fantasma es una de las mejores comedias de esa época —2009-2014, pues Ocho apellidos vascos inauguró otra fase diferente— con su imposible equilibrismo entre fantasmas franquistas y El club de los cinco, mientras que Anacleto: Agente secreto y Superlópez prolongan el mestizaje con la pequeña pega de que prefieren leer la taquilla antes que las fuentes originales. De hecho, siendo films muy logrados, aquí se rastrea la transición que apunta a haber culminado en Wolfgang. Ruiz Caldera no ha llegado a dar el salto a Hollywood porque no le ha hecho falta: ha bastado con recrear Hollywood en Barcelona y enseñarle alegremente la réplica a Bayona.
El enrevesado camino descrito justifica la imposible cantidad de tópicos que maneja Wolfgang, pareciendo toda ella el resultado de una IA generativa a la que se le ha pedido que elucubre una feel good movie. La feel good movie más catalana de la historia, quizá, pero una feel good movie que a fin de cuentas nos presenta a un niño inteligentísimo que ha perdido a su madre, siendo el padre al que acaba de conocer (Esparbé) el encargado de cuidarlo a partir de ahora. Este niño superinteligente quiere ser el mejor pianista del mundo y tiene un desinterés manifiesto por ser simpático con los demás. Desprecia a su padre llamándole “bajocien” en referencia a su cociente intelectual. Y está diagnosticado con el síndrome de Asperger. Cómo no.
Que el niño de Wolfgang (Jordi Catalán) sea presentado en esos términos ilustra que Ruiz Caldera no solo maneja un material sobadísimo, sino además desfasado y estereotipado. El director de Promoción fantasma trabaja con un arsenal de tópicos que ha acostumbrado a figurar personajes dentro del espectro autista como genios intelectuales a la vez que analfabetos cívicos —desde Rain Man al Sheldon de The Big Bang Theory— mientras las críticas del colectivo iban ganando peso mediático, denunciando una representación que encendía el estigma y los prejuicios. Wolfgang, articulada cómodamente como la emanación automática de un modelo productivo, ni siquiera parece consciente de que hace años que los médicos desaconsejan emplear este diagnóstico.
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Lo desaconsejan por lo indefinido de los síntomas, y últimamente también porque ha trascendido que el tal Hans Asperger colaboró con los nazis dentro de un programa eugenésico al que le venían muy bien este tipo de divisiones y descripciones gruesas. Pero a Wolfgang no le importa en absoluto la realidad —suele pasar con estos cachivaches posmodernos— y solo quiere esparcir buenos sentimientos mientras el público se siente cómodo con una historia que ha visto ochenta veces, cumplimentando disciplinadamente las casillas y giros dramáticos necesarios. La persecución de Caldera a Bayona ha terminado con la total evaporación del primero, y con la triunfal transformación de Wolfgang en una producción apátrida, edificada sobre el vacío.
Hay cosas a rescatar, pese a todo. El personaje de Esparbé tiene cierto encanto por distanciarse muy ligeramente de lo que el cliché dictaminaría —no es alguien inmaduro que tenga que aprender poco a poco a querer al chaval, sino alguien decidido desde el principio a dejar atrás la inmadurez por un bondadoso sentido de la responsabilidad—, y Wolfgang no es lo suficientemente inútil como para quedarse sin recoger alguna recompensa del género. Así que, aunque sea bastante lamentable cómo se gestiona el trauma de la madre muerta —la puesta en escena de Caldera perdió hace tiempo no solo el timing cómico, sino directamente cualquier imaginación expresiva—, se le puede conceder que el ingrediente musical hace pie en la lenta apertura del niño repelente a nuevos horizontes.
La utilización del Modern Love de David Bowie como punto de conexión familiar a la vez que desafío a la rigidez de Wolfgang —saboteando a través de pop y jazz la norma de conservatorio en la que está instalado— inyecta un poco de vitalismo al conjunto más mustio del que hoy es capaz de presumir el globalizado cine español. Vitalismo matizado, por otra parte, cuando caemos en la cuenta de que Bridget Jones: Loca por él también empleaba esa canción hace nada, y ya que cuenta con la misma distribuidora nos preguntamos por el pack de licencias tan provechosas que habrá tenido que adquirir Universal Pictures. Ser internacional es lo que tiene.