Cultura

Condensar un libro en una imagen

Portada del libro 'Los chicos de la nickel' de Colson Whitehead.
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Cuenta Diego Areso, director de arte de El País, que la propuesta fue del jefe de cultura, Iker Seisdedos. Le parecía que no se prestaba mucha atención a las cubiertas de los libros, y que estaría bien hacer una sección ocasional de "crítica gráfica". A él, a Diego, le interesa mucho "explicar de una forma sencilla y desenfadada por qué algunos diseños funcionan y otros no, cómo el aspecto final de una cubierta es la suma de pequeñas decisiones gráficas y, sobre todo, que el aspecto de una cosa es muchas veces tan importante como la cosa en sí".

En España, la identidad de las editoriales eclipsa casi por completo la identidad individual de cada libro, "y estoy convencido de que los lectores tienen grabado a fuego el amarillo de la editorial Anagrama o el negro Tusquets. Imagino que hay ahí una visión de marketing muy concreta, y que les funciona. Pero el caso es que deja poco espacio para la creatividad".

Lamenta, además, que muchas editoriales abusen de genéricas imágenes de stock, tipografías nada originales; en demasiadas ocasiones, se percibe cierto amateurismo gráfico. Añádase que, a veces, las editoriales españolas creen necesario o se ven obligadas a respetar la cubierta original. "Aunque hay adaptaciones realizadas con gran habilidad, en demasiadas ocasiones se toma el diseño original y se mezcla con las tipografías y normas gráficas propias del estilo de cada colección o editorial. Un buen diseño es un conjunto coherente de equilibrios delicados, y esos cambios suelen degenerar en híbridos fallidos. Las mejores portadas del mercado americano son diseños únicos, adaptados a cada título concreto. Es complicado encorsetar esa creatividad sin que se resienta el resultado". Y pone este ejemplo:

Entrar por lo ojos 

En uno de sus artículos, Areso citó a Chip Kidd, autor de cientos de portadas de libros: el diseño necesita de la participación mental del público, "es una experiencia cerebral, no física. Un viaje dentro la cabeza, de los ojos al cerebro".

"No sé en qué contexto debió decirlo, pero bueno, eso es la comunicación visual ¿no?", me dice Miguel Navia, ilustrador. "Concibo la ilustración como una propuesta a participar de algo que debe ser resuelto ―afirma su colega Elisa Arguilé, Premio Nacional de Ilustración 2007―. Así que, sí, estoy de acuerdo. Igual que la lectura es la relación que establezco con un texto, la imagen necesita establecer relación con quien mira".

Navia y Arguilé son habituales del mundo editorial. El primero, de Reino de Cordelia o Rayo Verde; la segunda, lleva una década colaborando con Contraseña pero también lo hace con otras: Kalandraka, Cuatro Azules, Nórdica o Xordica.

"Esto de ponerte al servicio de una historia que no es tuya es muy frecuente en esta profesión, en la que, como su propio nombre indica, ilustramos textos, ideas y conceptos que generalmente suelen ser de otros", explica Navia. A veces es frustrante y es normal que lo sea, "empiezas dibujando lo que a ti te gusta, pero desde que accedes al mundo laboral vas saltando de unos temas a otros que, en muchos casos, ni siquiera tienen que ver contigo". Con el tiempo, aprenden a expresarse mediante ideas ajenas y "si consigues que se te asocie con una serie de autores con los que estés en sintonía, ilustrar libros es un trabajo estupendo".

Arguilé subraya que, en cualquier caso, las historias de los libros pertenecen a quienes las leen: la lectura es apropiación. "No veo una manera posible de ilustrar un libro que no sienta mío. Leo, me apropio del texto, condenso la esencia de mi lectura en una imagen mínima. Esto es, para mí, hacer una cubierta". Le pregunto por la restricción que impone el formato, el exiguo espacio de la portada de un libro: sí, acepta, es una limitación, "pero las limitaciones, en contra de lo que puede parecer, son necesarias para desarrollar cualquier trabajo creativo".

La ilustradora aragonesa frecuenta el mundo de la edición infantil, y ha sido reconocida por ello. En esa faceta, ilustra el libro entero "y la portada es solo un elemento más de lo que se encuentra en el interior"; desarrollar un texto en varias ilustraciones significa convivir mucho tiempo con ellas y, al final, elegir una como cubierta, "no tiene nada que ver con sintetizar todo el texto de un libro en una sola imagen". Asegura que nunca hace distinciones entre ilustración infantil o para adultos, lo único que tiene en cuenta cuando empieza cualquier trabajo es la relación que establece con el texto que está leyendo, lo que le genera y le despierta.

Me pregunto si los ilustradores han de tener en cuenta lo que su trabajo, sus propuestas, generan y despiertan en los autores de los textos, a los que se les supone un criterio, y a los que imagino deseosos de emitir su opinión. "Por lo general, las editoriales me suelen mandar un texto por email y me dan una fecha de entrega. Algunas veces hay que ilustrar la novela sin haberla leído usando sólo una sinopsis como referencia. Esto es más común con las editoriales grandes que dependen de cosas como el calendario escolar, las vacaciones de verano, la campaña de navidad o la cercanía de ferias tipo las de Frankfurt o Guadalajara (de México)". En esos casos, él intenta contactar con los escritores para que le hablen de su libro, pero las grandes "suelen ser reacias a poner en contacto a escritores con ilustradores ya que, si no hay un punto de vista en común sobre cómo abordar el trabajo entre ambos, pueden surgir muchas disputas que al final repercuten en la campaña del libro". Una experiencia diametralmente opuesta a la que ha vivido cuando ha ilustrado los libros de, por ejemplo, José Luis Garci, con el que muestra plena sintonía.

¿Y qué hay de lo mío? 

El terreno editorial es vasto, y Rubén Megido, diseñador gráfico e ilustrador, ha elegido diseñar portadas para escritores independientes y pequeñas editoriales tanto de España como Latinoamérica.

Lo hace mediante el proyecto Descubierta (estudio Rugido), una idea que nació de una constatación: para un autor novel es difícil hacerse un hueco en el mercado, "tan saturado de títulos y dominado por los grandes grupos editoriales"; de ahí que muchos escritores debutantes opten por la modalidad de autopublicación. "Nos dimos cuenta que, bien por falta de recursos o de conocimientos técnicos, las cubiertas de sus libros suelen tener un diseño muy poco atractivo que, en demasiadas ocasiones, no llega al nivel mínimo de calidad que se exigiría en cualquier editorial".

Han visto de todo, incluyendo portadas que utilizan imágenes descargadas de internet sin ninguna clase de permiso, fotografías tomadas desde teléfonos móviles o dibujos realizados por el propio autor con buena intención, pero nula pericia. "Es una lástima ya que hay autores con obras interesantes pero que generan rechazo o desconfianza entre sus lectores potenciales simplemente porque tienen un diseño de portada descuidado y poco profesional. ¡Qué un libro sea autopublicado no quiere decir que tenga que salir al mercado de cualquier manera!"

De ahí su propuesta: ofrecer a principiantes un diseño de portada tan profesional como los libros editados por cualquier gran editorial y sin necesidad de tener que realizar una gran inversión económica.

¿Qué define un buen diseño de portada?, le pregunto. "Siempre es claro, conciso y directo. De un solo vistazo comunica al lector cuál es el tema del libro con pocos elementos. Como norma general, es recomendable sugerir en vez de mostrar explícitamente personajes o escenas concretas del libro para así conseguir despertar la curiosidad del lector". La experiencia le dice que los diseños sencillos siempre funcionan mejor, que es importante escoger una tipografía adecuada y, claro, que la ilustración de portada ha de estar relacionada directamente con la temática del libro.

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Parece sencillo; no lo es. "Es complicado encontrar el equilibrio entre la función puramente comercial de la portada, que consiga vender cuantos más libros, mejor, y la función ‘artística’ de dar un rostro y una personalidad a la novela", afirma Areso. ¿Su portada perfecta? Una que resulte original, ingeniosa y diferente; que llame la atención en la mesa de una librería o en el escaparate minúsculo de una web y, aunque su diseño e ilustración no necesariamente resuman el argumento, pero sí cree un estado anímico que se corresponda con el contenido del libro.

Ni que decir tiene que ninguno de los entrevistados duda de la importancia de la cubierta, aunque tampoco la sobrevaloran. Areso da por hecho que casi siempre compramos los libros por el autor, por el boca a oreja. "En las librerías hojeo los libros que me llaman la atención (y a veces compro). Y, desde luego, tengo más cariño a los libros bien diseñado. Lo que sí he hecho, desde luego, es NO comprar un libro porque el diseño me causaba sonrojo".

En esto coincide Megido que, para ilustrar la importancia de las cubiertas, trae a colación unas declaraciones recientes del director de cine Denis Villeneuve. "En una entrevista contaba que su sueño como director era realizar Dune desde que, siendo un niño, se enamoró del libro al haberlo descubierto gracias al llamativo diseño de cubierta de la edición francesa de 1970 ilustrada por Wotjek Siudmak".

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