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Cómic

Una España de TBO

Cubierta de Ambrós para El Capitán Trueno (Bruguera), núm. 119, de enero de 1959.

En una viñeta, una banda de insectos redondos y de ojos saltones se atizan entre sí. Una hormiga con pantalones de Mickey amenaza con un alfiler a lo que parece ser una araña con una estaca. Otro bicho indeterminado rocía con aerosol a cuatro adversarios, al tiempo que una libélula hace caer sobre ellos un petardo encendido. En la esquina superior izquierda, un texto mecanografiado reza: "Las huestes de Rob se defendieron dignamente del enemigo. Se usaron todos los medios y la lucha fue de un ensañamiento tal que aún se recuerda en la vida de los insectos". La firma el dibujante Cabrero Arnal y apareció en la revista Pocholo. La fecha, premonitoria: alrededor de 1933. 

Esto es un ejemplo de lo que no se cansa de repetir Antoni Guiral, divulgador del cómic y comisario de la exposición Historietas del TBO 1917-1977, en el Museo ABC: "Los tebeos, como cualquier manifestación cultural, son hijos y reflejo de su tiempo, y están condicionados por los planteamientos sociales, políticos y económicos del momento". La muestra, que permanecerá en este centro madrileño dedicado al dibujo hasta el 4 de febrero, recoge a través de 300 obras (180 originales y 120 revistas) la historia del tebeo en España durante su aparición como fenómeno editorial, su auge y su caída, sustituido por otros formatos más adultos.

Guiral dice tebeo, no cómic, ni novela gráfica ni ningún otro nombre utilizado para elevar lo que considera como "una de las máximas esencias de la cultura popular". Y es el nacimiento de TBO, la publicación que bautizará la historieta española, lo que marca el comienzo de la muestra: en 1917, Arturo Suárez y Ediciones Buigas levantarían una publicación que se mantendría en los quioscos hasta 1998. Dos años antes, la revista Dominguín (que solo resistirá hasta 1916) se había convertido en la primera publicación que solo edita historietas. El punto final de la exposición está marcado por la aparición de Totem(que se publica hasta 1986), revista que publicaba trabajos venidos de Italia o de Estados Unidos y publicados originalmente en los años sesenta y setenta, dando entrada a una nueva estética y una nueva industria. "A partir de ahí", explica el comisario, "ya no hablamos de tebeo sino de cómic para adultos". No es lo único, claro, que sucede en 1977. 

Millones de lectores

Esta horquilla comprende lo que el comisario define como la "edad de oro" de la historieta patria. Aunque con matices: "Si hablamos de autores con libertad para hacer cualquier tipo de cómic, es ahora. Si hablamos de una industria que dé trabajo a mucha gente, es entre los años cincuenta y setenta". Las tiradas podían llegar entonces a los 120.000 o 300.000 ejemplares, cuya lectura se multiplicaba en los préstamos entre amigos, así como en las tiendas en las que se vendían, cambiaban o incluso alquilaban tebeos de segunda mano. La muestra no duda en asegurar que las historietas más populares eran leídas por millones de personas, e, insiste Guiral, no solo por niños. O, ¿quiénes comprendían mejor los roles y trifulcas de la "La familia Ulises", esa saga creada por Joaquim Buigas y Benejam?

 

Historieta de Mortadelo y Filemón, por Francisco Ibáñez, para Pulgarcito, núm. 1.478, de agosto de 1959.

Su carácter de publicación infantil les hará caminar por una cierta ambivalencia: por un lado, el régimen franquista las vigilará de cerca, temeroso de que inculquen ideas subversivas a sus lectores; por otro, el chiste y el cuento para niños permitirá que se cuele una ácida crítica social que había hecho saltar todas las alarmas en las publicaciones para adultos. Cuando llega el golpe de Estado, TBO compite ya en la paga semanal con Pulgarcito, Pinocho, La risa infantil, Pocholo o KKO, que publican tanto historietas de humor como de aventuras.

El franquismo no dudará en usar el género a su favor, publicando semanarios como Flechas y Pelayos (editado por Falange y las JONS), ¡Zas! y Clarín (por la Junta Nacional de Acción Católica) o Chicos (editada en un momento dado por la Delegación Nacional de Prensa). Guiral defiende estas publicaciones: "Los historietistas colaboradores no compartían necesariamente la ideología de sus editores. Y una gran parte de los contenidos eran entretenimiento puro". Es decir, que Flechas y Pelayos podía tener como subtítulo "Por el Imperio hacia Dios" y dedicar unas páginas a la "Historia del Movimiento Nacional" (en la época Pelayos), pero las "Aventuras de Polito y su amigo Paco el minero" no tenían nada de falangistas. 

Evitar la censura

Hasta 1951, cuenta el comisario, muy pocos tebeos tenían permiso de publicación periódica, lo que significaba que tenían que obtener el permiso expreso para editarse con cada número. Así, TBO, que regresa a los quioscos en 1943 después de un paro durante la guerra, saldrá de forma irregular, sin numerar y cambiando el antetítulo a cada nuevo título. Lo mismo ocurre con otras grandes cabeceras de la época, como Pulgarcito o Jaimito. Hasta que el recién creado Ministerio de Información y Turismo comienza a extender permisos para que las revistas de historietas puedan editarse como publicaciones periódicas. Comienza aquí el reinado de Bruguera, con El DDT contra las penas o El Cachorro. Con todo, en 1955 se imponen ciertos límites a la prensa infantil y juvenil, entre los que están la prohibición de publicar "ejemplos destacados de laicismo" o la exaltación del "odio, la agresividad y la venganza". 

 

Historieta de Florita y Fredy, de Vicente Roso, para Florita de 1949.

Guiral responde a las voces que critican que, bajo estas condiciones, la historieta era un medio eminentemente conservador: "El tebeo es un medio de comunicación y por lo tanto puede ser manipulado. Pero la mayoría de lo que se publicó bajo el régimen dictatorial no tenían una ideología dictatorial. De hecho, te preguntas cómo es posible que se publicaran muchos de estos tebeos". Cita a Carpanta, ese personaje que sueña con pollos asados y cuya mera existencia da fe de un hecho que el régimen ni siquiera parece considerar problemático: en España se pasa hambre. En El Capitán Trueno, que nace en 1956, defiende el comisario, "se acude a menudo a salvar a pueblos oprimidos, y Sigrid lleva espada". 

Con el auge de la industria del TBO —y pese al Estatuto de Publicaciones Infantiles y Juveniles, que establece en 1967 restricciones todavía más duras a sus contenidos— comienzan a surgir las primeras agencias de historietistas, habitualmente fundadas por dibujantes para buscar trabajo más allá de las fronteras españolas. Su proliferación, que llega hasta hoy —conectando, sobre todo, a dibujantes españoles con el mercado estadounidense como lo hizo en su día con el inglés o el francés—, es culpable en parte, explica Guiral, de la dificultad de conseguir ciertos originales. Los guionistas y dibujantes rara vez conservaban los derechos de autor de sus historietas, e incluso cedían sus originales, que acababan a menudo en los países de destino. La conservación de los mismos, cuenta, debe agradecerse a archivos históricos —el Ciutat de Barcelona, la Biblioteca de Catalunya...—, a algunos autores especialmente cabezotas y, sobre todo, a dedicados coleccionistas. Esta muestra cuenta con obras de 22 fondos distintos. 

Caballos de Troya

 

Lo que queda tras 'Charlie'

Lo que queda tras 'Charlie'

Cubierta de Luis García para el primer número de Trocha (luego Troya), de mayo de 1977.

Sobre una mesa del Museo ABC se desparraman decenas de ejemplares de tebeos de época, dispuestos para el visitante. Hay uno que llama la atención: un Troya (Trocha en sus dos primeros números) en cuya portada una hoz y un martillo, en un gesto de vade retro ante el mal, mantienen a raya a un Batman aterrado. Es el número 3/4 de verano de 1977, el mismo año en que el comando fascista Triple A atenta con un paquete bomba contra la sede de El Papus, asesinando a su conserje, Juan Peñalver, e hiriendo a 20 personas. El mismo año en que nace El Jueves, el mismo en que se edita el Totem que cierra la muestra, y el mismo en que los españoles votan por primera vez en unas elecciones democráticas desde 1936. 

En las páginas interiores de Troya, acompañando a unas reproducciones de Mortadelo y Filemón, de El Guerrero del Antifaz, se lee: "A estos personajes usted los conoce... Durante 40 años han servido para lavarnos el cerebro... y usted sabe quién los paga... Frente a los héroes de siempre, el Colectivo de la Historieta le ofrece ahora obras responsables y críticas, dirigidas al lector adulto, para hacerle pensar y sonreír, que recuperan el cómic como medio de comunicación...". Entre sus colaboradores, Víctor Mora —sí, el guionista de El Capitán Trueno—, Luis García —que había dibujado hasta entonces historietas románticas para agencias— o Ventura y Nieto —dúo artístico que había llegado a editar en Molinete, una publicación oficial del régimen—. Pero esa sería otra historia. 

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