Cine

“Estrenar en un museo da una legitimidad diferente”

Con Historia de la meva mort, el director gerundense Albert Serra ha conseguido varios hitos. El primero, hacerse con el Leopardo de Oro en el festival de Locarno, uno de los certámenes cinematográficos más antiguos del mundo y, además, uno de los que más y mejor ha dado en el clavo a la hora de descubrir nuevos talentos (aunque el suyo ya lleve años en acción). Segundo, dar un paso más allá en su filmografía, construida con películas que, hasta ahora, podrían describirse como mayúsculos regodeos en la belleza y, sobre todo, como él mismo señala, “la pureza” de unas imágenes pictóricas y oníricas, unos diálogos siempre improvisados a medio camino entre el dolor y el humor, pronunciados siempre y exclusivamente por actores no profesionales. El último, es que este jueves 26 estrena ese filme con todos los honores artísticos, en el museo Reina Sofía de Madrid, donde se exhibirá gratuitamente en una proyección que contará con la presencia del cineasta, y que forma parte del ciclo Historias sin final. Narraciones del otro cine, una mirada a los nuevos lenguajes narrativos en la creación fílmica contemporánea en España.

“Con esto la gente tiene más curiosidad, le da una legitimidad diferente, un empaque diferente”, cree Serra (Banyoles, 1975), quien confirma que, más adelante, el filme tendrá un estreno comercial. “El cine siempre ha sido arte, la obra en sí es siempre la misma, y lo que es diferente es la manera de hacerse”, dice el director, cuya película también se proyectará en los cines Truffaut de Girona el 10 de octubre (como parte del Festival Temporada Alta) y en la Filmoteca de Barcelona el 23. Antes, el 12 de septiembre, ya pasó por otro centro de arte, el Pompidou parisino. Una ciudad, y un país, Francia, hace tiempo rendidos al cine de Serra, a quien la prestigiosa revista Cahiers du cinema nombró uno de los 15 directores más importantes de los años 2000. Y no solo eso: el mismo centro Pompidou ya organizó este abril una retrospectiva de su obra, y sin haber llegado siquiera a los 40. “El cine contemporáneo se entiende de otra manera”, opina él. “Es más sofisticado, aunque sigue teniendo una herencia del pasado”.

De sus pasadas películas, Historia de la meva mort (Historia de mi muerte) –que el cineasta define como “un retrato de nuestras raíces literario-filosóficas que no tiene que ver con lo audiovisual”- sigue manteniendo esa fijación por presentar personajes del pasado. Si en Honor de cavalleria (Honor de caballería) echó mano del mito de Don Quijote y su fiel escudero Sancho Panza y en El cant dels olcells (El canto de los pájaros) revisitó a los tres reyes magos, en este filme ha mezclado a aventurero y galán Casanova con el vampiro Drácula, el siglo XVIII con el XIX, para dar lugar a un “complemento o cierre” de aquellas. De estas se diferencia por utilizar, por primera vez, diálogos no improvisados, un elemento que, dice, es “el componente narrativo más importante, más personal”. Además, también como novedad con respecto al resto de sus producciones, en Historia de mi muerte aparecen en pantalla personajes femeninos. Y muchos. “Pensaba que sería más dificultoso, que no podría encontrar ese grado de pureza”, apunta Serra. “Pero era un prejuicio absurdo”.

La pureza, una palabra que repite en numerosas ocasiones, parece ser una de las principales fijaciones de un cineasta percibido por algunos como magistralmente novedoso y audaz y por otros como radicalmente incomprensible. “Es algo performático, algo que nadie ha pensado ni ha vivido”, explica. “Eso es la pureza en el cine: una performance artística, algo que se tiene que vivir”. Centrado en contar en esta película una historia de “placer y deseo”, de “misterio primitivo entre lo limpio y lo sucio”, asegura que su premio en Locarno no va afectar su manera de trabajar de ahora en adelante. Un método, por otro lado, inexistente, ya que dice adaptarse “a cualquier cosa”; dejarse “llevar por la gente que me rodea”. “No soy vanidoso, no pienso en el pasado ni en el futuro, solo en el presente”, afirma, para concluir que su particular voz no está concebida para llegar, conmover, revolver o edificar a nadie. “Hago cine para hacer la mejor película. Es como un fabricante de armas, que piensa en hacer el mejor tanque posible, aunque sepa que puede matar: yo no puedo pensar en el sufrimiento que voy a causar, si es que lo causo”.

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