Libros

“Hoy, en Guantánamo...”

Ilustración de The Guardian para el proyecto Guantánamo Diary.

"Solo quiero decir que he escrito un libro recientemente, mientras estaba aquí en la cárcel, sobre toda mi historia, ¿de acuerdo? Lo envié para su publicación al distrito [de] Columbia, y cuando esté publicado os aconsejo, chicos, que lo leáis. Una pequeña advertencia. Es un libro muy interesante, creo".

Eso aseguró Mohamedou Ould Slahi (Rosso, Mauritania, 1970) ante la Junta Administrativa de Revisión que estudiaba su caso el 15 de diciembre de 2005. Llevaba en Guantánamo tres años, cuatro meses y diez días, y pese a los interrogatorios constantes no había una sola prueba contra él ni, como tantos otros, sabía de lo que se le acusaba. La Junta no leyó su libro entonces. Ese libro —466 páginas manuscritas— tardó siete años más en salir a la luz pública. Ese libro es Diario de Guantánamo, el único escrito hasta ahora por un preso, que se convirtió en un best-seller a su publicación en inglés en 2015, y que el sello Capitán Swing edita ahora en español. Mohamedou sigue preso, y van 12 años, en el campo estadounidense. 

En verano y otoño de 2005, Slahi redactó en su celda —enfriada por los guardias hasta hacerle temblar— el relato de su captura entre julio de 2002 y ese momento. Es decir, el espacio de su emprisionamiento del que es responsable el Gobierno estadounidense. Antes, el mauritano, que había vivido en Alemania y Canadá, había sido arrestado por su Gobierno, que le liberó tras considerar que no había pruebas de que hubiera participado en la Trama Milenio, un intento de atentado contra el aeropuerto de Los Ángeles. En 2001, este ingeniero electrónico volvió a ser detenido por el mismo motivo y puesto en libertad. Poco después, fue arrestado de nuevo.  "Estoy segura de que le dijo a su madre: 'Vuelvo en seguida'. Su familia no ha vuelto a verle", dice su abogada, Nancy Hollander, en un documental realizado por The Guardian, que apoyó la publicación del volumen desde su inicio.

El título tiene un editor muy particular, además de Larry Siems, escritor y activista por los derechos humanos que, junto a las abogadas del autor, hizo que el texto viera la luz. El primero que puso sus manos en el manuscrito fue el Gobierno de los Estados Unidos. En el mismo momento en que Slahi redactó esas 122.000 palabras, estas pasaron a ser material clasificado. En 2012, finalmente fue declarado "no confidencial" y una copia del diario fue entregada a sus abogadas, que a su vez se la pasaron a Siems.  La copia tenía 2.500 barras negras que censuraban el texto de Slahi. A veces, son solo un nombre, unas cuantas palabras. Otras, esas líneas quiebran una frase a la mitad, haciéndola incomprensible. En las notas al pie, Siems hace un trabajo de exégesis a través de otros informes oficiales, tratando de reconstruir lo que apuntaba el autor. Pero, en ocasiones, las barras se extienden durante páginas enteras—entre la 97 y la 101, entre la 313 y la 319—. Tras ellas se ocultan interrogatorios completos. Es imposible saber qué sucedió en ellos, pero sí es posible imaginarlo.  

El relato de Slahi refleja su confusión, sobre todo en el primer capítulo. En 2001, después de su detención en Mauritania, es trasladado a Jordania, donde es interrogado durante siete meses por los servicios de inteligencia jordanos. De ahí se le lleva a la base estadounidense de Bagram, Afganistán, y de allí, después de dos semanas, al campo de detención de Guantánamo. Pero este relato, a priori tan sencillo y lineal, ha tardado años en dibujarse con claridad. Por supuesto, en ese momento Slahi no sabía qué estaban haciendo con él ni qué buscaban. Cree que está en Alemania, luego piensa que quizás en Filipinas. No tiene claro a qué cuerpo pertenecen los que le interrogan o dan órdenes. No sabe qué día es. El corpus de informes legales, declaraciones y artículos de prensa reunidos por Siems tratan de suplir la información de la que Slahi carece. 

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Su relato contiene todo lo que el lector ya imagina de Guantánamo. Slahi, prisionero 760, es golpeado. Es obligado a permanecer desnudo. Se le niegan las condiciones mínimas de higiene. Se le impide rezar. Se le humilla. Se le somete a torturas burdas —asfixia— y sutiles —privación de sueño, frío, juegos psicológicos—. Se abusa sexualmente de él. Se le interroga a todas horas, de todas las maneras, hasta obtener una falsa confesión, arrancada por la fuerza en 2003. No aparece, durante todo el relato, el habeas corpus, esa figura jurídica que exige que el ciudadano comparezca ante un juez, y que este decida, en base a los delitos de los que se le acusa y las pruebas existentes, si debe ser liberado o no. Aunque un magistrado concedió el habeas corpus a Slahi en 2009, la administración Obama recurrió esta decisión. El caso está todavía pendiente. Nunca se ha redactado una hoja de acusaciones contra él. 

Lo único que liga a Slahi con los atentados del 11-S de los que se le quiere hacer responsable es que perteneció a Al Qaeda en los noventa, cuando miles de jóvenes como él se unían al grupo para luchar contra el régimen comunista en Afganistán, lo que Estados Unidos miraba con buenos ojos. "Pero, como ha dicho muchas veces, se desligó completamente cuando el comunismo cayó y las facciones muyahidines empezaran a enfrentarse las unas con las otras", dice Siems. "El Gobierno sostuvo primero que Slahi era susceptible de ser detenido por 'apoyar al 11-S' (...), pero ahora ha abandonado esta teoría y reconoce que Slahi probablemente ni siquiera conocía los ataques del 11-S", recoge un auto judicial de 2009.  "Creo que he leído todo lo que se ha hecho público sobre su caso, y no entiendo por qué se le llevó a Guantánamo", asegura el editor. 

Lo que sí hay en el relato de Slahi es humor, humor muy negro. Y ternura y apoyo con otros presos, e incluso con algún guardia. Hay hasta perdón: "En una reciente conversación con uno de sus abogados, Mohamedou dijo que no le guardaba rencor a ninguna de las personas que menciona en este libro, que les insta a que lo lean y lo corrijan si piensan que contiene algún error, y que sueña con el día en que pueda sentarse con ellos ante una taza de té, después de todo lo que han aprendido unos de otros", recoge el libro. En palabras del editor: "Lo asombroso es que Mohamedou haya encontrado una voz en medio del vacío".

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