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Confluencias entre la historia y la memoria en Carrero Blanco

Juan José Castellanos López

Acaba de desempaquetarse y llegar a las librerías la nueva obra de Juan José Castellanos López, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Castilla-La Mancha, en vísperas de que se cumplan 50 años del atentado contra Carrero Blanco. El libro lo publica la editorial Catarata con prólogo de Antonio Rivera.

A continuación infoLibre publica un extracto del último capítulo de este ensayo, sus "consideraciones finales".

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“Habría que agradecer a ETA que matara a Carrero Blanco”. Esta frase fue pronunciada en mayo de 2009 por el escritor británico Martin Amis. Lo hizo en el contexto de la celebración del Hay Festival que se celebraba por esas fechas en Granada. “No hay muchas oportunidades de agradecerle algo a ETA, pero en ese caso sí. España se convirtió en una monarquía constitucional”, añadió después el autor. Ciertamente, Amis no fue el primero que manejó esquemas de pensamiento parecidos. Según recordó Fernando Savater, ya en los setenta el filósofo Jean-François Lyotard, conocido por su formulación del posmodernismo, ensalzó el asesinato como si fuese una gesta grandiosa, “nuestro rescate de la dictadura”. No han sido los únicos, ni fuera ni dentro de España. ETA surge en este relato en su forma de supuesta luchadora por las libertades, hasta el punto de aparecer como la que trajo la democracia, al hacer desaparecer a quien estaba destinado a perpetuar el franquismo sin Franco. Esta afirmación conecta con diversas cuestiones nucleares que rodean toda aproximación al personaje de Luis Carrero Blanco y al momento de su vida por el que más se le sigue recordando: su muerte. El momento por el cual ha alcanzado mayor trascendencia histórica a pesar de la relevancia que sus acciones en vida tuvieron para la evolución histórica de este país.

Esta cuestión trasciende lo moral, aunque difícilmente lo ético es un factor de análisis que podrá dejar de considerarse con relación a este asunto. Resulta complicado no aludir a lo sucedido el 20 de diciembre de 1973 y que esto no se asocie inmediatamente con el hecho de que entonces, y posteriormente, fuera convertido en motivo de festejo —esa sucesión de enardecimientos alcohólicos, la “larga macha hacia la cirrosis por un río de champán” de la que habló Vázquez Montalbán en su Crónica sentimental de la transición—, algo aplaudido y representado en distintos tipos de celebraciones. La mayor indignidad del objetivo que se pretendía dañar, la dictadura, conllevó para muchos una especie de extravío moral sobre un episodio que parecía quedar fuera de toda consideración de estas características. No da la impresión, en este sentido, que haya habido hasta la fecha una discusión moral retrospectiva acerca de la satisfacción con que ciertos militantes demócratas del antifranquismo aplaudieron en aquellos primeros momentos la muerte violenta de uno de los dignatarios más destacados del régimen.

Es de imaginar que muchos de los que han justificado el atentado no se han detenido a pensar en exceso que en esa acción hubo otras dos víctimas mortales y siete heridos más. Cinco de estos heridos eran personas adultas, pero también resultaron heridas dos niñas: una de cinco años y otra de diez meses. Que el “éxito” obtenido esa jornada sirviera, cual simiente venenosa, para afianzar en ETA la vía de las pistolas y los explosivos como forma más adecuada de conseguir sus objetivos —convencimiento que acabaría ocasionando más de 800 muertos ya durante la etapa de la democracia— no parece haber estado tampoco entre los modos reflexivos de los contemporizadores o agradecidos con ETA. Asesinar para buscar cumplir objetivos políticos, salvo en caso de defensa legítima, resulta siempre muy difícil de justificar.

Todas estas disquisiciones conducen de forma directa al que probablemente sea el gran asunto que conecta a Carrero Blanco como personaje de gran trascendencia histórica con su efectista final: el tan trillado contrafactual relativo a qué habría sucedido si Carrero hubiera estado con vida en el momento del fallecimiento de Franco. A pesar de que los historiadores tenemos esencialmente proscritas este tipo de reflexiones contrafactuales, parece que en el caso del personaje histórico que fue Luis Carrero Blanco estamos atrapados en la red de formulación de estos supuestos ucrónicos. Bien es cierto que estas especulaciones tienen al menos dos virtudes. En primer lugar, permiten afrontar desde una perspectiva diferente algunas de las líneas de relevancia del protagonista en cuestión. Por otra parte, resultan un modo interesante de aproximarse a la coyuntura en la que el planteamiento contrafáctico ha sido formulado. Por mucho que la tantas veces repetida pregunta se formuló desde muy temprano, buena parte de las respuestas y de las argumentaciones han cambiado con el paso del tiempo.

En el caso del contrafactual relativo a Carrero Blanco, existe una primera observación a considerar relacionada con algunas de las reflexiones que se efectuaban anteriormente en relación con ETA: afirmar que si Carrero no hubiera muerto ello no habría entorpecido el proceso de derribo del régimen implica un cierto modo de arrebatar a la formación etarra cualquier aportación, por muy colateral e inconsciente que esta pudiera ser, al triunfo del proceso de cambio democrático en nuestro país. Dejando a un lado este juicio contextual, resulta innecesario constatar aquí que el régimen político diseñado por la Constitución de 1978 y que sancionó Juan Carlos de Borbón con su firma a finales de diciembre de ese año se situaba en las antípodas del pensamiento político de Luis Carrero Blanco. Una personalidad absolutamente fiel al espíritu del alzamiento, contrario al liberalismo democrático y distinguido por su feroz conservadurismo, su rabioso anticomunismo y una religiosidad propia de siglos anteriores. Y eso fue así hasta el final. Como se ha tenido la oportunidad de comprobar en estas páginas, las preocupaciones del almirante cuando murió eran, en lo esencial, idénticas al instante final de la Guerra Civil. Resulta también incuestionable que el ideal monárquico de Carrero, poco tenía que ver con una monarquía parlamentaria como la que se implanta en España un lustro después de su muerte. Su monarquía era la del 18 de julio. Una monarquía antiliberal alejada de todos los males que habían conducido a España al desastre de 1936. Otra cuestión diferente es que Carrero pensara que Juan Carlos de Borbón había sido bien instruido y adoctrinado para garantizar ese tipo de construcción monárquica.

Ahora bien, el interrogante esencial es si, a pesar de esa cosmovisión ideológica que tenazmente atesoraba el almirante, este habría tenido la voluntad y los medios para resistir un ímpetu democratizador impulsado por Juan Carlos de Borbón, un personaje que si le debía a alguien estar en la situación de pilotar ese proceso era precisamente a Luis Carrero Blanco, que tantos esfuerzos llevó a cabo para conseguir su nombramiento como heredero de Franco. En este sentido, proceder en primer lugar a revisar los testimonios directos de los principales protagonistas pueda no resultar una tarea inútil.

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El 20 de julio de 1973, en su discurso antes las Cortes franquistas poco después de haber sido nombrado presidente del Gobierno, Carrero volvió a mostrar su inquebrantable fidelidad a Franco: “Soy un hombre totalmente identificado con la obra política del Caudillo, plasmada doctrinalmente en los Principios del Movimiento Nacional y en las Leyes Fundamentales del Reino; mi lealtad a su persona y a su obra es total, clara y limpia, sin sombra de ningún íntimo condicionamiento ni mácula de reserva mental alguna”. Esa frase fue inmediatamente seguida de esta otra: “Y, como consecuencia lógica de esta identificación mía con la obra política del Caudillo, declaro igualmente mi lealtad con la misma claridad y la misma limpieza al príncipe de España, su sucesor, a título de rey, en la Jefatura del Estado”. Es solo un ejemplo, pero se podrían citar más en la misma dirección.

En el caso del otro gran protagonista, el único testimonio directo verificado se encamina hacia los mismos derroteros. En la serie de entrevistas que el rey Juan Carlos concedió a José Luis de Vilallonga y que se materializaron en forma de libro, cuando su entrevistador le planteó al monarca si con Carrero hubiera podido desmantelar tan rápidamente como lo hizo las estructuras del régimen franquista, la respuesta del rey fue la siguiente: “Pienso que Carrero no hubiera estado en absoluto de acuerdo con lo que yo me proponía hacer. Pero no creo que se hubiera opuesto abiertamente a la voluntad del rey. Simplemente hubiese dimitido”. Respecto a esta posibilidad existen más testimonios que apuntan hacia el mismo curso. Aseveraciones que señalarían lo que Carrero Blanco habría manifestado en multitud de oportunidades a personas de su más cercano círculo personal y profesional: que, en caso de sobrevivir a Franco, dimitiría de todos sus cargos y se retiraría.

Es cierto que estas palabras del monarca se contradicen con otros testimonios que según algunas personas que habrían hablado con él sobre el particular habría pronunciado en otros momentos. El periodista Josep Ramoneda escribió en el diario El País una columna (“Pequeñas historias con importancia”, 20 de diciembre de 2013) en la que narraba que, en septiembre de 1999, con motivo de la visita a una exposición dedicada en parte al atentado contra Carrero, el monarca se le acercó y le dijo: “Si esto no hubiera ocurrido, tú y yo no estaríamos ahora aquí”. Ante la muestra de extrañeza de Ramoneda ante tal afirmación, el rey completó su argumento: “Porque las condiciones que Carrero me habría puesto yo no las habría podido aceptar”. Una historia con bastantes similitudes es la que describió Antonio Elorza el 14 de diciembre de 2003 en un texto titulado “La muerte del valido de Franco” y publicado también en El País. Bien es cierto que en ese trabajo Elorza no mencionaba directamente al rey, pero las alusiones eran lo suficientemente claras. La escena se desarrollaba en casa de un abogado madrileño en julio de 1988 y tenía como protagonistas a “un alto personaje” y un político de izquierdas. El tema era “los efectos que pudo tener la muerte de Carrero Blanco sobre el tránsito a la democracia”. El político, al parecer, defendía la idea de que con Carrero o sin él, las cosas habrían tenido lugar de modo parecido. El “alto personaje”, al que no cuesta trabajo identificar con el monarca, corregía esa afirmación y añadía en una frase con un final idéntico a la frase reseñada por Ramoneda: “¡Hombre! Yo soy absolutamente contrario a todo atentado. Pero sin ese, hoy no estaríamos aquí”. Ambos relatos vendrían a coincidir con lo que al parecer el periodista Philippe Nourry pudo conocer del propio don Juan Carlos en 1986 en el proceso de elaboración de su libro Juan Carlos. Un Rey para los republicanos.

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