El rugido de nuestro tiempo

Carlos Granés

América Latina, Europa y Estados Unidos se enfrentan a una nueva forma de poder: el liderazgo entendido como una performance. De los nuevos líderes internacionales, como Milei o Boric, son muchos los que, intentando asemejarse al presidente Trump, han confundido su llegada al gobierno con la épica personal. A pesar de ello, el arte invierte papeles con la política y se enfrenta al moralismo de lo correcto. Carlos Granés vuelve con El Rugido De Nuestro Tiempo (Taurus, 2025), un nuevo libro que, haciendo uso de la historia y la sociología, permite comprender estas nuevas trasformaciones culturales y políticas para desvelar un diagnostico sobre el desconcierto actual.

Según el ensayista y doctor en Antropología Social por la Universidad Complutense de Madrid, Latinoamérica se ha sumido en una soledad dividida entre corrientes que buscan escapar de Europa y la colonización, construir una comunidad panhispánica o abrazar el trumpismo y su falsa épica. Después del éxito de Salvajes de una nueva época, Granés suma todos estos factores y analiza cómo el espectáculo se ha apoderado de la política y la cultura se ha convertido en catecismo moral.

infoLibre ofrece la introducción de esta obra publicada por Taurus el miércoles 10 de septiembre:

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En uno de los poemas de Tout à Coup, un libro publicado en 1925, el poeta Vicente Huidobro se inventaba para sí mismo un oficio o una especialidad maravillosa: encontrar las horas que ha perdido su reloj. Quizás así se veía, como alguien que rastreaba la locura del mundo, que la celebraba, incluso. Y aunque bien podría aducirse que en general eso es lo que hacen los poetas, tal vez esa especialidad o  ese oficio, al menos en lo que atañe a escrutar la locura del mundo, encaje más con  el de los ensayistas. Si después de una fiesta le corresponde a alguien, el único sobrio, limpiar los estropicios que deja la euforia, una vez se deshace el remolino  de la actualidad, de la noticia y del escándalo, le toca al ensayista ver cómo han  quedado la vida y las sociedades, a dónde diablos ha ido a dar la racionalidad política o en qué anda la creatividad artística. Como la del forense, aunque no con un cadáver sino con materia viva, su misión es hacer un corte en la trama de los días para echar un vistazo e identificar las horas que andan a destiempo o las que avanzan desbocadas, lo mucho o poco que se ha desordenado el mundo. Y 2025,  cuando el nuevo milenio cumple su primer cuarto de siglo, parece un buen  momento para hacerlo.  

Tres son los temas, o mejor sería decir problemas, quizás dilemas, que abordaré en este ensayo. En todos ellos entran en juego la cultura y la política, las batallas culturales y las trifulcas políticas a las que asistimos en el presente, pero es en el  primer capítulo donde más claramente se observan sus cambios y tensiones. En la política y en las artes han pasado cosas que no hubiéramos creído posibles: mientras los presidentes convertían en rockstars, trols y performers, los creadores asumían la misión de señalar los males del mundo. Tal vez no haya una paradoja  más notoria en el mundo contemporáneo, nada que produzca más perplejidad o  confusión. La cultura, que solía ser el campo de la experimentación y del libertinaje,  está ahora asediada por cuestionamientos morales. Y la política, que solía ser el  campo de la responsabilidad y del compromiso moral, ahora tiene licencia para polarizar, dividir y sembrar el odio entre los ciudadanos. Un novelista se mete en problemas si aborda temas sensibles, como el infanticidio, pero nadie cancela a un  político que arroja carroña a sus votantes para que lleguen convertidos en hienas a las urnas. A los líderes se les permite rugir y usar como materia prima las bajas pasiones, traficar electoralmente con el rencor y dividir el campo político entre  amigos y enemigos; a los artistas, en cambio, se los sienta en la primera fila a que  presten atención a las lecciones del profesor de ética contemporánea.  

En el segundo capítulo, la lente se cierra un poco y se centra en América Latina, aunque también, por contagio, aborda la actualidad de España. El asunto vuelve a  congregar a la política y el arte, pero de un modo distinto. Para ser exactos, invoca y describe a los políticos que se creen artistas, a esos líderes mesiánicos que se ven a sí mismos como creadores de naciones o de pueblos, refundadores de patrias y emancipadores de estirpes condenadas. No se puede decir que esto sea algo nuevo, lamentablemente. El caudillismo providencial ha sido una de las pestes más persistentes de América Latina, que se renueva de generación en generación con cepas cada vez más delirantes y lisérgicas. Aquí exploraré la última camada de  redentores latinoamericanos, la de los líderes que ocupan o acaban de dejar el  poder en México, Colombia, Chile, Argentina y El Salvador; presidentes que,  independientemente de su orientación política, se creyeron destinados a cambiar la historia de sus naciones.  

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Para finalizar, el tercer capítulo vuelve sobre el desorden del mundo contemporáneo, y sobre las dudas existenciales que persiguen a españoles y latinoamericanos, es decir, a los hispanos. ¿Cuál es nuestro lugar en el mundo?  ¿Pertenecemos a la civilización occidental? ¿Somos herederos de Grecia y Roma o venimos de linajes distintos? Como era de esperar, en un mundo que se desordena,  esta discusión cobra relevancia y adopta posturas radicales y extremas. Al menos  tres rugidos se oyen en el horizonte. El primero, el decolonialista, intenta separar a América Latina de España, incluso de Occidente, porque considera que de allí, de  esa civilización que colonizó el Nuevo Mundo, llegaron todos los vicios que  corrompieron a las estirpes nobles que no sabían qué era la esclavitud ni la transfobia. El segundo, el rugido panhispanista, vincula a Latinoamérica con  España, recalca los elementos culturales que compartimos, la lengua y la religión,  pero las separa del resto de Occidente. Como civilización independiente, dicen  ellos, nada tienen que hacer los hispanos al lado de los galos o los germanos, y  mucho menos de los sajones, sus eternos enemigos. Madrid debería convertirse,  aseguran, en la nueva Roma del mundo hispano, y darle la espalda a Bruselas y  mirar solo hacia el Atlántico. El tercer rugido, el más nuevo y más extraño, es el de  los hispanotrumpistas, esa nueva derecha reaccionaria que, a riesgo de  descoyuntar cada uno de sus ligamentos ideológicos, hizo una contorsión  antinatura para unir su destino al del trumpismo. El sajón más antihispánico que se  recuerde desde William McKinley, ese Calibán imperialista que se tomó a la brava  las islas de Cuba y Puerto Rico, ahora inspira a los tradicionalistas españoles. 

De manera que así estamos: si los decolonialistas buscan la soledad americana y  los panhispanistas la soledad hispánica, los hispanotrumpistas parecen  encandilados con la idea de acabar con el orden mundial, democrático y liberal,  que moldeó la idea de Occidente tras la derrota del fascismo. Los tres rugidos son  amenazantes; surgen del odio y la animadversión, de la culpabilización del otro y  del victimismo plañidero, y solo contribuyen a desviar el camino de España y  América Latina. Ninguno reivindica lo lógico, lo que por contingencias históricas y  lógica racional conviene a las dos regiones, que no es otra cosa que deambular juntos por las instituciones y mercados occidentales. España, como puente hacia  Europa para América Latina; América Latina, como músculo que convierta a  España en una presencia relevante en Europa.  

El rugido de nuestro tiempo es a veces decolonialista y a veces panhispanista, pasa del insulto al lamento y de la santimonia al chasquido de la motosierra. En cualquier caso, se manifieste como se manifieste, hay que prestarle atención porque es una  pista para entender las ideas y los valores que están moldeando el presente de  nuestras sociedades. Esta labor, la de comprender y analizar el presente, la inicié  hace seis años con Salvajes de una nueva época, y continúa con este ensayo. Seguirá en el futuro, ojalá con menos rugidos y menos salvajes, con menos  desórdenes y extravagancias de los cuales dar noticia.  

América Latina, Europa y Estados Unidos se enfrentan a una nueva forma de poder: el liderazgo entendido como una performance. De los nuevos líderes internacionales, como Milei o Boric, son muchos los que, intentando asemejarse al presidente Trump, han confundido su llegada al gobierno con la épica personal. A pesar de ello, el arte invierte papeles con la política y se enfrenta al moralismo de lo correcto. Carlos Granés vuelve con El Rugido De Nuestro Tiempo (Taurus, 2025), un nuevo libro que, haciendo uso de la historia y la sociología, permite comprender estas nuevas trasformaciones culturales y políticas para desvelar un diagnostico sobre el desconcierto actual.

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