Cómo desmontar las excusas del franquismo para justificar 'La hambruna española'

Portada de 'La hambruna española'.

Miguel Ángel del Arco

Ante la hambruna en la que se sumió España después de la Guerra Civil, Franco habló de aislamiento internacional, de una supuesta “pertinaz sequía” y de desastres provocados por la guerra. Ahora sabemos que la realidad es otra. Miguel Ángel del Arco desmonta en su nuevo libro todas las excusas que el Franquismo inventó para justificar la falta de alimento, por la que murieron 200.000 españoles. En La hambruna española, el autor desvela otros motivos como la economía adoptada, el afán de Franco por acercarse al fascismo europeo, su régimen dictatorial o la corrupción generalizada. 

Del Arco es catedrático en la Universidad de Granada y ha centrado sus investigaciones en el estudio de la guerra civil, la posguerra y el fascismo, abordando temas como las actitudes políticas, la represión, la memoria o la hambruna franquista. Ahora vuelve para recordar que “el régimen de Franco tuvo una vida suficientemente larga como para construir mitos y esculpir silencios”. 

infoLibre adelanta un fragmento de esta obra que publica Editorial Crítica y que sale a la venta el miércoles 17 de septiembre: 

Este libro está lleno de pequeñas historias personales que nos ayudan a revivir aquellos terribles días de pan negro. Son también una forma de dignificar a las víctimas de la hambruna y una oportunidad para explicar lo sucedido. Un poeta del pueblo que, por negarse a abjurar de sus ideas ante los vencedores, muere famélico y ahogado por la tuberculosis en una prisión de Alicante. Un antiguo presidente del Congreso de los Diputados que limpió letrinas en su cautiverio y, anciano, desnutrido y enfermo, fallece en una cárcel de Carmona (Sevilla). Ancianos que, en inviernos de frío y sin nada que echarse a la boca, mueren solos en cuevas, chabolas y agujeros. Presos desesperados que, en un monasterio de Galicia, dibujan grafitis de banquetes o animales como muestra de su obsesión por una comida que nunca les llega. O aquellos otros que comen perros, gatos, ratas, cerdos infectados, algas o hierbas del monte para sobrevivir. Familias quebradas por la guerra y la violencia que se dedican a la mendicidad y cuyos miembros son encerrados en espacios para no ser vistos cuando llegan las Navidades, donde la muerte va a buscarlos. Mujeres solas, muchas veces viudas, vestidas de luto, que se dedican al mercado negro o venden su cuerpo para dar de comer a sus hijos. Niños que mueren antes de cumplir un año y de los que nadie se acuerda, o aquellos que son entregados a otras familias porque sus padres no pueden alimentarlos, o los que acaban en las manos del régimen franquista para comer, en aquellos hogares del Auxilio Social donde el alimento es un arma transformadora. O incluso los que, en el colmo de la desesperación y siempre con el estómago vacío, se suicidan. Todos estos son los rostros de la hambruna española. Los protagonistas de este libro.

La obra se divide en cuatro partes. La primera está dedicada a las causas de la hambruna, en la que desmontamos uno por uno los mitos del franquismo sobre «los años del hambre». Este tipo de penurias son fenómenos tan complejos que no pueden explicarse por un solo factor y, por eso, apuntamos al menos a cinco grandes causas. No podemos obviar que la hambruna fue precedida por la guerra civil y esta debe incluirse entre los factores que la originaron. Aunque las secuelas demográficas del conflicto deban ser tenidas en cuenta, la destrucción y la ruina de la economía española fueron limitadas.

La hambruna fue originada por una decisión humana: la adopción de la política autárquica. La autarquía era un modelo económico que aspiraba a la autosuficiencia plena de la nación, fomentando la industrialización y el crecimiento económico con fines imperiales y ultranacionalistas. Los resultados de esta arcadia económica fueron desastrosos y están en la raíz última de la hambruna. Aunque la propaganda de la dictadura prometiese en medio de los vítores de la victoria que España sería «Una, Grande y Libre», a la luz de los resultados podríamos decir que más bien lograría una nación hambrienta. En todo ello también hay que hablar de responsabilidades: la autarquía fue una política voluntariamente aceptada y decidida por Franco y sus hombres. Ellos conocían sus efectos, sabían que la gente fenecía de hambre, que las enfermedades galopaban sobre los cuerpos de los más pobres. Y no dieron marcha atrás.

'A cuatro patas'

Hay otro factor humano para explicar el origen de la catástrofe: la orientación política filofascista del franquismo. Desde la guerra civil estaba clara la simpatía de Franco y de los sublevados por las potencias fascistas, que habían sido decisivas en asegurar la victoria. Tras el 1 de abril de 1939, esta estrecha amistad se intensificó, también después del comienzo de la segunda guerra mundial ese septiembre. Ahí está el paso de la neutralidad a la no beligerancia de Franco. El franquismo cooperó militarmente con la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini: permitió el aprovisionamiento de sus submarinos, espió para ellos y coqueteó seriamente con la idea de entrar en la guerra. También lo hizo económicamente: mientras España se moría de hambre, enviaba materias primas y alimentos esenciales para la supervivencia. Ante esta ayuda activa a sus enemigos, los aliados —especialmente Gran Bretaña y posteriormente Estados Unidos— impusieron un bloqueo económico que asfixió a España: la idea central era impedir su entrada en la guerra limitando la importación de artículos y, para domesticar a Franco y asegurar su neutralidad, tender siempre la mano para abastecer a cambio a España con alimentos. En esa encrucijada, el régimen tuvo que elegir entre pan o imperio. Entre 1939 y 1942 escogió imperio, decisión que agravó la hambruna y potenció el sufrimiento de muchos españoles.

La corrupción generalizada también contribuyó a la aparición y al desarrollo de la hambruna. La autarquía propició un sistema corrupto que controló los alimentos en momentos de necesidad. Surgió el mercado negro o estraperlo, que provocó el aumento espectacular de los precios e hizo desaparecer productos del mercado oficial. La corrupción de este gran estraperlo se extendió por todas las esferas de la Administración y de los sectores afectos a la dictadura: desde el palacio de El Pardo a los ministros, del ejército a la Iglesia, de los gobernadores civiles a los presidentes de diputación y alcaldes... y, por supuesto, a todos aquellos que ocupaban puestos en las instituciones autárquicas que controlaban el pan de la supervivencia, además de Falange, verdadero buque de salvación —y de corrupción— para muchos.

El último factor para explicar lo sucedido es la violencia, la represión de los vencidos. No pueden entenderse aquellos años sin tomarnos en serio las políticas de la «victoria» del franquismo, tan vinculadas a la ideología autárquica. La «verdadera España» había vencido al mal en la «Cruzada», pero el enemigo no estaba del todo vencido: había que perseguirlo, castigarlo y reeducarlo. Entonces, el hambre fue también un arma para castigar a los republicanos, dentro y fuera de las cárceles.

Más sobre este tema
stats