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Diablos azules

La derrota más amarga de la literatura del exilio

La derrota más amarga de la literatura del exilio

"Soldado, tuya es la hacienda,la casa,el caballoy la pistola.Mía es la voz antigua de la tierra.Tú te quedas con todo y me dejas desnudo y errante por el mundo…Mas yo te dejo mudo… ¡mudo!Y ¿cómo vas a recoger el trigoy a alimentar el fuegosi yo me llevo la canción?".

En estos versos del poema "Hay dos Españas", que León Felipe escribió en el exilio mexicano en 1943, se trazaba una línea imaginaria entre aquellos a los que les habían arrebatado la tierra con la única ayuda de la fuerza bruta ("¡Muera la inteligencia!", vaticinó a gritos Millán Astray); y los que tuvieron que huir llevándose en su equipaje nuestra mejor tradición literaria. Desde que comenzara la Guerra Civil en 1936 hasta el final de la contienda, cruzó la frontera española camino a un largo exilio lo más granado de la intelectualidad española: Luis Cernuda, Max Aub, León Felipe, Joaquim Xirau, María Zambrano, José Gaos, María Luisa Algarra, Victoria Kent, Luis Buñuel y un larguísimo etcétera. De políticos a escritores, pasando por filósofos y científicos, todos fueron acumulando heridas sin cicatrizar según pasaban los años. Al principio les dolió España; después, se resignaron a convivir (o malvivir) en el destierro; y la derrota definitiva les llegó cuando las nuevas generaciones de españoles se fueron olvidando, poco a poco, de sus nombres, de sus libros y de sus versos. Se cumplió lo que intuía la joven Julia Conesa, una de las 13 rosas fusiladas en agosto de 1939, cuando dejó escrito antes de morir: "Que mi nombre no se borre en la historia".

En diciembre de 1999, coincidiendo con el 60 aniversario del inicio del éxodo republicano, se reunieron el Colliure (donde pereció y está enterrado Antonio Machado) un grupo de estudiosos del exilio literario (Gexel) de la Universidad Autónoma de Barcelona, además de representantes de otras instituciones culturales, para poner el broche final a un año de sucesivos congresos en homenaje a los que partieron a ultramar. Uno de ellos fue Manuel Aznar, coordinador de Gexel y profesor de Literatura española en esa universidad, que propuso crear una Biblioteca del exilio. El primero en poner en marcha tal empresa (que Aznar tacha con sorna de "ruinosa") fue el intelectual gallego Isaac Díaz Pardo, a través de Ediciós do Castro y, poco tiempo después, recogía el testigo Abelardo Linares con su editorial Renacimiento.

Tras la muerte de Díaz Pardo, Renacimiento, con sede en Sevilla, se ha encargado en solitario de sacar adelante la biblioteca (con la ayuda puntual de algunas instituciones), convirtiéndose en la única editorial que dedica buena parte de sus esfuerzos a publicar obras de escritores exiliados. Llevan, hasta la fecha, 80 títulos recuperados entre reediciones de obras literarias, publicaciones de inéditos, estudios sobre el tema y revistas editadas en el exilio. De hecho, Linares acaba de sacar a la luz una edición facsímil de la revista Los sesenta, de Max Aub, donde reunió a autores en el extranjero y a los que permanecían en la Península, con la intención de crear un diálogo entre los españoles que estaban a ambos lados del charco. La única condición para escribir era que los escritores hubiesen rebasado la barrera de los sesenta años.

Sinaia

"La idea es que la literatura española del siglo XX nunca estará completa sin la literatura que se escribió y publicó en el exilio", resume Aznar, que lleva más de dos décadas dedicándose a esta materia, al otro lado de la línea telefónica. Así, bajo esta colección, reúnen una pléyade de autores de primer orden, pero también otros totalmente desconocidos hasta para el público versado en la materia. "Publicamos obras que nos parecen importantes, a veces son inéditos [han publicado al menos 10, entre ellos, uno de Pedro Salinas] y miramos el mercado para no volver a sacar algo que ya haya sido editado. Intentamos cubrir los huecos, aunque aquí hay muchísimos. Más bien hay océanos por cubrir", explica.

Por ello, el trabajo de investigación es arduo: van tirando de los hilos hasta desenmarañar la complicada madeja de la producción en el exilio y recurren, en la mayoría de los casos, a los herederos de estos autores para volver a ponerlos en el mapa de la literatura en castellano. Este es el caso del último libro que ha sacado la colección, Los nudos del quipu, de Cecilia G. de Guilarte, una ensayista y periodista, nacida en Tolosa (Guipuzcoa) en 1915, que se exilió en México cuando terminó el conflicto. El grupo coordinado por Aznar sabía que De Guilarte había firmado una trilogía sobre el éxodo al país azteca y que se habían publicado dos de las tres obras que componen la trilogía. La última pieza, reeditada por Renacimiento, había estado custodiada hasta la fecha por una de sus hijas.

A Gexel le avalan 23 años de trabajo, por lo que Aznar incide, siempre que se le pregunta por la dificultad del proceso de investigación, que han cambiado las cosas desde que formaron el grupo en 1993. "Se ha avanzado muchísimo sobre los escritores en el exilio, nosotros vamos a sacar ahora con Renacimiento un diccionario biobliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939. Son cuatro tomos de más de 2.000 páginas y ahí está toda la información, es como la guía de teléfono del exilio republicano y es un trabajo que nos ha costado 15 años", adelanta. Sin embargo, y aunque le reste importancia a su labor, la tarea es compleja. Aunque México y Argentina fueron los centros neurálgicos de la producción en el exilio (donde se reunieron más autores y editoriales); también hubo presencia de exiliados republicanos en Estados Unidos (Victoria Kent, Pedro Salinas, Juan Ramón Jiménez, Zenobia Camprubí, Luis Cernuda), Cuba (María Zambrano, Manuel Altoaguirre), Inglaterra (Arturo Barea), Chile (Xavier Benguerel), República Dominicana, Unión Soviética, y un largo etcétera. Y no todos contaron con las mismas facilidades para seguir escribiendo.

De la nostalgia por España a la resignación

El último libro de Guilarte pone de relieve, asimismo, la segunda etapa del exilio republicano: la difícil adaptación al país de acogida. Hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, la actitud de los escritores era muy activa y militante. Entendían que luchar contra el fascismo europeo era también una forma de seguir combatiendo contra Franco. Sin embargo, el cambio en las relaciones internacionales con la llegada de la Guerra Fría, cambió por completo el panorama y los anhelos de los expatriados. “Esta gente que siempre había dicho que no había que deshacer las maletas, pues finalmente las tienen que deshacer porque ven que el exilio va para largo. Ahí comienzan los problemas de integración en los países de acogida. Por ejemplo, en México se habían fundado colegios, como el Madrid o el Luis Vives, donde los padres educaban a los hijos como si viviesen en Madrid u otra ciudad de España, porque estaban pensando que volverían pronto a su país”, explica Aznar. De esta manera, la temática de las obras sufre un cambio considerable: la obsesión por España va diluyéndose poco a poco y se instala un sentimiento de resignación. "Cecilica G. de Guilarte incorpora muchos mexicanismos en sus novelas", ejemplifica Aznar sobre esta segunda etapa, "hace hablar con propiedad a los personajes que son mexicanos, los diferencia muy bien de los personajes republicanos que vivían allí".

Es la segunda derrota, la más difícil de digerir: Franco ha borrado de un plumazo a toda una generación de intelectuales. Aznar recuerda, en este punto de la conversación, el libro La gallina ciega. Diario español, de Max Aub. "Aub vuelve a España en el verano de 1969, 30 años después, y comprueba que es un desconocido total, que nadie lo ha leído. Él dice: Franco ganó la guerra en 1939 y ahora de nuevo, ya que nos ha borrado, nadie nos conoce, así que me vuelvo a México". El escritor recorre los diferentes ambientes culturales de la época, pero también la vida cotidiana en la etapa del desarrollismo emprendido por los tecnócratas del Opus Dei, y se da de bruces con un país conformista.

"La historia de la novela en los libros del franquismo entre el 1939 y 1975 estaba protagonizada por los que estaban aquí: Cela, Delibes… en fin, los clásicos; y de vez en cuando admitían a otros autores como Ramón J. Sender, pero vamos, estos estaban marginados, se consideraban literatura española la del interior", constata Aznar, que recuerda haber conocido a muchos de los autores en el exilio gracias a la labor desinteresada de algunos libreros que sorteaban la censura y conseguían colar en sus librerías ejemplares prohibidos por el régimen de Franco. "La BNE tiene unas lagunas impresionantes sobre literatura del exilio", añade este profesor de literatura a la vez que reivindica la importancia de recuperar a "segundas filas", autores menos conocidos, pero de un valor cultural incalculable, ya que las grandes figuras ya han entrado a formar parte del canon literario.

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“Ahí están y el que quiera leerlos, los tiene”

Aznar termina con una anécdota que deja un regusto agridulce, pero que explica su calificativo de "ruinoso" a la hora de valorar la colección Biblioteca del exilio. En una ocasión, publicaron un libro de Patricio Escobal, célebre capitán y defensa del Real Madrid durante el periodo republicano. Escobal, riojano y de izquierdas, fue detenido el mismo día del golpe militar y estuvo recluido en una cárcel de Logroño. Su experiencia en los calabozos quedó plasmada en Las sacas, la obra que había publicado la colección, donde daba cuenta de los fusilamientos que llevaban a cabo las tropas de Franco. El País dedicó su última página a destacar la figura del defensa y su libro. Cuenta Aznar que un representante del equipo blanco llamó al editor de la publicación, por aquel entonces Díaz Pardo, interesándose por la obra, ya que podía ser un bonito regalo para los socios del club. Mientras los editores echaban cuentas pensando que (por fin) iban a dar el pelotazo con una de sus publicaciones, un ejemplar viajaba a las oficinas del Real Madrid. "Pero claro, leyeron el libro y no les gustó nada", finaliza jocoso Aznar.

Por ello, este profesor de Literatura tiene claro que su labor, al igual que la de los libreros que en plena dictadura sacaban a la luz algunos títulos prohibidos, es totalmente altruista: "Ahí están los libros y el que quiera leerlos, los tiene", subraya. La responsabilidad, ahora, es de los lectores.

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