Los diablos azules

Por todos los Diablos

El café-bar literario Diablos azules, cerrado en 2016, que presta su nombre a este espacio.

La primera vez que Luis García Montero propuso la creación en infoLibre de un espacio dedicado a hablar, escuchar y debatir sobre libros seguramente ni siquiera había nacido infoLibre. Ahora resulta que en la misma semana coinciden el quinto aniversario del diario digital y los cien primeros números de Los diablos azules. Benditos los poetas que se adelantan a los tiempos y nos ayudan a entenderlos, digerirlos o incluso cambiarlos. Y corren tiempos convulsos, cargados de ruido y saturados de infamias y falsedades. ¿Qué mejor medicina contra la manipulación que una información rigurosa y fiable? ¿Qué mejor antídoto frente a la imposición de un discurso único que la reflexión compartida, la duda inteligente, la conversación argumentada? La verdad y la duda hacen muy buena pareja. No pueden vivir la una sin la otra. Lo mismo le pasa al periodismo con la literatura. Un periódico libre, que pretenda abrir debates en la sociedad y batallar por una convivencia más justa, necesita acoger en sus páginas a quienes más y mejor piensan, a quienes se niegan a permitir que la velocidad de los acontecimientos fagocite y difumine la potencia de las ideas.

Ese fue el lúcido y generoso empeño de Luis cuando además escaseaban los huecos para la narrativa y la poesía en el territorio digital. Otro error de calibre, ese empeño colectivo y empresarial en la identificación exclusiva de los suplementos de libros con el formato papel. Como si la calidad literaria fuera incompatible con las pantallas. Como si la capacidad de pensar, escuchar, leer y criticar fuera un ejercicio antiguo, anclado en el pergamino o la linotipia, pero no factible en la era digital. Otra trampa de quienes desde el poder se dedican a bloquear todo intento de progreso basado en valores y no en beneficios puramente crematísticos. Pretenden utilizar las nuevas herramientas tecnológicas para multiplicar la ignorancia y no el conocimiento; prefieren que se propaguen los bulos y las fake news, y así ocupar el espacio que deberían tener la crítica argumentada y los datos contrastados. Con la excusa de defendernos de las mentiras sofisticadas, nos propondrán (ya lo hacen) legislar contra la libertad de expresión, y por el camino crearán la confusión suficiente para que al final nadie distinga una intoxicación propagandística de una denuncia solvente.

“¿De qué me sirve la libertad de expresión si sólo la utilizo para decir imbecilidades?”, se preguntaba José Luis Sampedro, como también lo hace el profesor Emilio Lledó. Ambos han defendido la absoluta necesidad de la libertad de pensamiento, o sea, de fomentar la divulgación del conocimiento para sacar el mejor partido de la libertad de expresión. Quienes andan obsesionados con culpar a Internet y a las redes sociales de todos los males que en el mundo han sido, deberían preguntarse si hacemos el esfuerzo suficiente por contraponer ideas y argumentos a ese cúmulo de infamias, insultos y ligerezas que tan fácilmente circula y tanto les enfada (con razón). Nunca una mentira había tenido mayor capacidad para propagarse, pero tampoco Antonio Machado habría podido imaginar la posibilidad de llegar a tantos millones de lectores.

Aprovechemos las nuevas herramientas para hacer el bien, y no para observar y quejarnos de la banalidad de los ignorantes o del éxito de los malvados. Leer es una forma de emancipación. La cultura nos hace más libres, o al menos más conscientes de los ataques nada sutiles a nuestra dignidad y a nuestras libertades. La fuerza de la palabra no distingue vehículos para propagarse. Otra cuestión es que la palabra vaya cargada de veneno o de decencia.

Si en el futuro los historiadores se documentan a través de búsquedas en Google, es muy probable que la historia de estos tiempos se desvirtúe por el cúmulo de falsedades que protagonizan habitualmente la guerra del click y la competencia por tener la máxima notoriedad y alcanzar el récord de audiencia. Si se bucea con cierto rigor, entonces aparecerán esos humildes intentos de escuchar al otro, por contrastar un dato o por compartir cualquier duda.

Diablos azules es una expresión peruana que define el estado de excitación o delirio de esos borrachos que en muy pocas horas pasan por la exaltación de la amistad, la irritación casi violenta, el llanto o la risa floja. Cada cultura tiene sus términos para definir la alucinación etílica o los efectos de otras drogas. Pero si se busca en Google “Los diablos azules” aparecerá también la historia de un pequeño bar de Malasaña que durante diez años se convirtió en templo de la poesía y en lugar de encuentro para enamorados de las letras y forofos de la amistad. En febrero de 2016, cuando las dos amigas peruanas que lo fundaron y sostuvieron, Lena Demartini y Jimena Coronado, ya no podían mantenerlo abierto, aceptaron que esos lúcidos diablos prestaran su nombre a las páginas digitales que Luis García Montero y Clara Morales se disponían a alumbrar en infoLibre, con la complicidad generosa de decenas de poetas, novelistas, escritoras, profesores… gente que cree en esa fructífera pareja que pueden y deben formar el periodismo y la literatura.

Se trataba de facilitar una conversación permanente entre autores y lectores capaces de escucharse mutuamente, de cruzar voces contradictorias desde el respeto y la admiración. Y en este nuevo “bar literario-digital” hemos compartido ya cien veladas, a las que han asistido muchos de los nombres más brillantes de la literatura en español y en catalán, en euskera o en gallego. Que han incluido monográficos dedicados a asuntos que a todas y todos nos conciernen; que han recogido diálogos más eficaces para el entendimiento y el progreso que cien discursos políticos; que han publicado relatos inéditos hilvanados por firmas ilustres y jóvenes talentos; que han acogido las reseñas y comentarios de clubes de lectura de toda España, de libreros y editores, de críticos y autores. Lo escrito ya en estos primeros cien Diablos azules ya da para unos cuantos libros en distintos géneros.

Más que de oscuridad, vivimos tiempos marcados por fogonazos que nos deslumbran, desviándonos la vista de lo que más importa, o por un griterío que difumina las voces que más pueden aportar. Es hora de brindar por todos los Diablos que nos ayudan a escuchar, a dudar, a debatir, a pensar y a respetarnos.

*Jesús Maraña es responsable editorial de Jesús MarañainfoLibre y tintaLibre. Su último libro publicado es el ensayo Al fondo a la izquierda (Planeta).

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