Escritores en su columna: entre la política y la poética

Fotograma de la película 'Primera plana'

"Nadie tiene la obligación de estar opinando sobre la realidad, sobre la política, pero quien sienta esa necesidad debería hacerlo, y yo la siento", dijo el escritor colombiano William Ospin cuando le preguntaron por su desempeño como columnista. De alguna manera, se sentía responsable de la situación de su país y del continente, y se veía impelido a intervenir.  

No está solo, y cada uno afronta esa participación con mochilas y objetivos distintos. Cuando Irene Vallejo, la celebrada autora de El infinito en un junco, fue requerida por un dominical, manifestó su voluntad de crear "un territorio de serenidad y esperanza, una cita quincenal para disfrutar de las palabras, un encuentro con los clásicos que nos explican quiénes somos"; estamos viviendo una época muy polarizada, constataba, y su deseo era "utilizar la palabra para serenar, no para crispar".

Aloma Rodríguez y Paula Bonet también han dado el salto. Aloma, zaragozana del 83, es una licenciada en Filología Hispánica, traductora, fotógrafa…; Paula, nacida en Vila-real en 1980, es pintora y escritora. He hablado con ellas, y lo primero ha sido preguntarles cómo eligen (o las eligen) los medios en los que colaboran, si llegaron a ellos por afinidad ideológica, por amistad… "Afinidad ideológica", responde Bonet, que hace poco se estrenó en El País; Rodríguez, a la que podemos leer en Letras Libres o en El Subjetivo, explica que "para las columnas de opinión, siempre me han llamado para invitarme a escribir, de manera regular o puntual. Alguna vez me han pedido un texto de un asunto concreto, pero en general han sido invitaciones abiertas, cuando no es regular eso es un problema porque no sabes cuándo va a salir publicada y el tema puede caducar".

Su propósito al aceptar la encomienda era, en primer lugar, mantener la tensión de la actualidad, "no recurrir en exceso a temas universales escapistas, atreverme a hacerme preguntas y a argumentar". A veces, dice, abruma la cantidad de gente que ya ha escrito sobre un asunto y piensas que no vas a aportar nada; "en otras ocasiones siento que no conozco el tema o que no tengo formación suficiente —recurro a generosos amigos para que me ayuden a completar el cuadro—. Mi idea no es tanto exponer mi opinión, sino trabajar una resistencia frente a la inercia del pensamiento torrencial, que es traicionero y cambiante". Y cita a Joan Didion: muchas veces, uno escribe para saber qué piensa, si por el camino anima una conversación es una bola extra.

Bonet, por su parte, admite que tardó mucho en tomar la decisión de aceptar la propuesta "debido a la exigencia que iba a implicar publicar una columna semanal, tanto por el tiempo que iba a tener que dedicarle (no escribo con la misma velocidad con la que pinto, cada texto me exige mucha dedicación) como por el hecho de estar tan presente en un momento en el que en mi obra busco justamente lo contrario".

Columnistas y columnistos

"No tienen nada que hacer en el periódico los literatos al viejo modo, esos caballeros necios y magníficos que se sacan artículos de la cabeza sobre todo lo divino y lo humano (…) [que] todas las mañanas meten por debajo de la puerta sus impertinentes prosas". Son palabras de Manuel Chaves Nogales, pronunciadas en 1928 y recuperadas por Alexis Grohmann para abrir su colaboración en la obra colectiva El columnismo de escritores españoles (1975-2005), publicado en 2006.

La frustración de Chaves por la presencia de literatos en la prensa es evidente, pero su anhelo resultó baldío: "Desde la época democrática iniciada en 1975 asistimos a un auge sin parangón de la columna, especialmente la que es cultivada por escritores, que contribuye a la configuración de un género en gran medida nuevo en las letras españolas, un género heredero, eso sí, de fuentes autóctonas y de una rica tradición de simbiosis entre literatos y prensa y de la prosa ‘impertinente’ de aquéllos que desde hace por lo menos dos siglos se ha introducido en los periódicos".

La floración de mediados de los 70 desembocó en el extraordinario auge de la columna en los noventa. De ese boom queda constancia en las hemerotecas y en las bibliotecas, porque son muchos los libros sobre este género y otros afines que se hacen eco de esa eclosión. Así, recopila Grohmann, "en 1990, Luisa Santamaría habla del gran prestigio de que goza en la prensa la columna firmada; Fernando López Pan observa que, 'aunque la columna ha sido un género periodístico abundantemente cultivado en España, en los últimos años asistimos a un auge sin parangón del género'; Antonio López Hidalgo afirma que los columnistas y el género del columnismo están de moda, como también confirma Pedro de Miguel; Irene Andrés-Suárez distingue el nacimiento de una 'modalidad nueva', el artículo literario, del cual la columna es probablemente la vertiente más importante, conclusión que comparte también De Miguel; en su análisis de los artículos literarios de Antonio Muñoz Molina, Fernando Valls hace hincapié en 'el momento de esplendor' de este género; según Bernardo Gómez Calderón, 'con toda probabilidad, ningún género periodístico atraviesa hoy en día un momento más feliz desde el punto de vista cuantitativo que la columna de opinión'. Y esto se debe en gran medida a la proliferación de escritores como columnistas, a la calidad de la prosa de sus textos y a la variedad de las columnas. De hecho, si a finales de los años setenta la columna se consideraba todavía como un género escrito por periodistas, un cuarto de siglo después la situación ha cambiado tanto, que esto no es cierto, o no del todo".

Curiosamente, en el libro citado, Felicidad García Álvarez hace una curiosa precisión: el columnismo español renace, pero en realidad no se renueva: "mirando atrás y comparando los temas que trataba por ejemplo Pío Baroja en sus artículos, uno puede comprobar que en España se sigue hablando o más bien opinando de los mismo: la situación política española, las dos Españas, la Iglesia y el anticlericalismo, el futuro desconsolador de la juventud, el desempleo, la moral, la mujer y la ciudad moderna".  

Influencers avant la lettre

Algunos de los escritores columnistas alcanzaron una influencia que hoy es difícil de calibrar. "La importancia de las columnas de Umbral era tal que, si él no las escribía, las cosas parecían no haber sucedido. Y quien no estaba en las negritas de Umbral tal vez no existió", aseguró la editora Eva Serrano en la presentación del recopilatorio titulado El tiempo reversible. Él era más que consciente de la relevancia de su texto diario: "Me niego a firmar manifiestos ―dijo en cierta ocasión―. Ya formo todos los días un manifiesto personal en mi columna".  

En las columnas de Umbral era quizá más evidente que en otras lo que Grohmann llama "voluntad del estilo", las columnas de escritores configuran un "yo" autorial ficcionalizado, una máscara: el "yo" de la columna es su narrador y por lo tanto no debe confundirse con su autor. "El narrador de la columna, como el de una novela, es una invención. En palabras de Javier Cercas, que podría suscribir cualquier columnista escritor, es un ‘yo que soy yo y no soy yo al mismo tiempo’".

El columnista literato es, por ello, narrador y personaje. También un equilibrista, dedicado a "la vieja artesanía de hacer artículos para la prensa, entre la política y la poética", en definición de Umbral.

"Cuando escribo novelas no suelo tener presente a un lector determinado, si luego vienen lectores, bienvenidos sean; cuando uno escribe en un medio de comunicación, sí se tiene muy presente a los lectores", dijo Javier Marías, según leo en Perspectivas del columnismo en la prensa española, de Jean-Pierre Castellani. Marías, que en el momento de celebrar sus doscientos artículos en El País Semanal, escribe: "Al cabo de doscientos domingos, me doy cuenta, ignoro qué clase de trato, tráfico, transacción o trajín existe entre ustedes y yo. Hasta ignoro cuál es mi función, si es que esa palabra es adecuada. ¿Entretener? ¿Aleccionar? ¿Soy ya una mera costumbre (…)? ¿Criticar? ¿Ayudar a razonar y a entender mejor nuestro tiempo (no, esto sería muy pretencioso)?".

Con todo ello en mente, vuelvo a mis interlocutoras para preguntarles si han conseguido el objetivo que se marcaron al acceder a este terreno.

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"Hace poco más de un mes que empecé a publicar, y, por el momento, lo que está sucediendo está dentro de aquello que pude prever ―me dice Paula Bonet―. Agradezco el altavoz, que uso para hablar de pintura o a través de la pintura, para poner sobre la mesa temas que considero importantes y que pueden generar debate. Así que, por ahora, podría decir que sí, camino hacia el objetivo con paso firme."

En cuanto a Aloma Rodríguez… "Estoy en el camino aún, ja ja. Una de mis columnas se viralizó ―habría que ver si el impacto en Twitter implica participación en el debate más allá de nuestras propias burbujas― y lo supe porque el técnico de la radio [colabora en Radio 3] me dijo que su cuñada se la había mandado. No busco epatar ni el aplauso, sino la coherencia, la expresión clara y ofrecer, en la medida de lo posible, un ángulo diferente."

Punto y final

En cualquier caso, llegará un momento que para Antonio Muñoz Molina llegó en 2002, cuando se despidió de su columna (volvería, pero en distinto formato y contenido) con estas palabras: "Está bien contar algunas cosas que importan con claridad y reflexión, pero también es bueno callarse, y si agrada descubrir que alguien se ha reconocido en lo que uno ha escrito a solas, también cansa sentirse vulnerable a la malevolencia y a veces a la mala leche española y anónima, saberse mirado por encima del hombro por tanto depositario de la verdad política o de la más alta sabiduría literaria. Callarse es un acto de prudencia, una medida terapéutica, una silenciosa afirmación".

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