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Una fuga al pasado o la universalidad de la pérdida

Teresa Gómez

Anacronía

Gerardo Rodríguez Salas

Valparaíso Ediciones (2020)

Ya desde el título Gerardo Rodríguez Salas nos advierte de que vamos a encontrarnos descolocados en el tiempo; enseguida descubriremos que también en el espacio. Y es que el dolor ocasionado por la pérdida, y todo lo que esa pérdida arrastra y destruye, nos pone al margen de todo tipo de convenciones incluso las temporales y esa es la certeza de la que nace este libro.

De hecho, ha necesitado 20 años para reunir el valor que le permitiera mirar de frente a su propia memoria: No conseguí decir que estabas muerto. Es fácil imaginárselo en este tiempo visitado por pesadillas que finalmente le han obligado a encontrar una forma de convivir con ellas, de domesticarlas con sus versos. Rodríguez Salas ha puesto “palabras de papel” a esa experiencia. Palabras donde la expresión poética jamás cede a la desesperación porque depura los elementos que conducirían al patetismo a través de un equilibrio perfecto entre ternura y amargura. Un viaje planificado con generosidad, tensión y emoción, pero también con humor. “Una fuga al pasado” que lo transforma a él como escritor y como ser humano, pero también a nosotros, como lectores y como seres humanos.

Esta distancia le ha permitido una mirada caleidoscópica donde pasado, presente y futuro (o como él diría Ayer, Ausencia, Porvenir) se abrazan para saldar la deuda, para darse sentido mutuamente, para hacerse posibles los unos a los otros. El futuro no será posible sin reescribir el pasado donde el presente había quedado apresado: Y me ahogo en la lluvia de esta noche infinita. Como le ha permitido también construir un puente por donde transitar desde esa tragedia que puso en jaque su vida hasta el presente en el que por fin ha sido capaz de afrontarla y, de alguna manera, conjurarla. Quizá tras este libro valiente, el pasado, por fin, pueda ser pasado.

Tras estos 20 años, Rodríguez Salas puede mirar a su memoria con madurez, alejándose del desgarro que le lleva a decir que se derrite la cera en sus oídos. Puede ahora reconocer y aceptar, sin culpa, la belleza que hubo en el pasado, viniendo finalmente a constituir un álbum de recuerdos. ¿Cuánta alegría cabe en un retrato?, una reivindicación de la memoria y un homenaje a la vida compartida que en definitiva rescata a su hermano del olvido, trascendiéndolo. Un reencuentro, 20 años más tarde, que le ha permitido construir, por fin, una hermosa despedida.

Él mismo ha contado a menudo que con la escritura de este libro ha pretendido no sólo exorcizar el dolor, sino dejar que salga la luz a través de la fractura. Para explicarnos lo que quería decir con esto ha usado la bellísima imagen de la técnica japonesa del Kintsukuroi, que repara los fragmentos, no invisibilizando la fractura, sino embelleciéndola con oro.

La ausencia, asumida por completo desde la cita inicial de Federico García Lorca, Porque te has muerto para siempre, se abre paso en los poemas Odisea, el impresionante Palabras de papel y Lobo, donde se nos prepara emocionalmente para lo que vamos a encontrar a continuación.

En una primera parte, Ayer, por si el título no fuera suficiente, las citas de Juan Carlos Friebe y Javier Egea ya señalan la ausencia y la memoria. Ayer es, probablemente, la parte más confesional del libro. Despliega un exhaustivo catálogo de situaciones cotidianas (su padre en el telar, ropa dispersa en el terrazo, la contemplación de una fotografía…) interpelando a la memoria, donde trata de reconstruir las claves que le permitan reparar el dolor. Representa la propia asunción poética de la tragedia que delimita su destino. Qué estragos causó la pérdida del hermano muerto en accidente de moto en su vida y la de toda su familia. Todo lo que arrastró con su ausencia: Te anunciaron sirenas /prendiendo la calzada/ que olía a sangre y gasolina.

En la segunda parte del libro, Ausencia, a través del viaje (a Nueva Zelanda, en este caso) como alegoría del distanciamiento y como recurso sanador, el viaje nunca acaba porque nunca te fuiste, hace un primer intento de afrontar su tragedia y su pena.

No podemos considerarlo una huida. Quizá en un primer momento buscara alejarse de la geografía donde habitaba su dolor en busca de alguna reparación, pero no fue así. Encontró en las antípodas la cultura maorí los puntos en común del alma humana y pone a dialogar su dolor con el dolor de los demás, su pérdida con la pérdida de los demás. Incluso el silencio en torno al exterminio aborigen puso una luz sobre su mirada a la memoria histórica y el silencio en torno a la guerra civil española y la consiguiente posguerra documentando así la universalidad de la pérdida, del dolor y de las emociones humanas y reconociendo por tanto su tragedia personal como parte de un sistema universal donde la pérdida es consustancial al género humano: Viniste a este lado de la bruma buscando el infinito.

En la tercera y última parte, Porvenir, encontramos una voz poética reconciliada que recobra sus lugares, los lugares de su infancia, tras haberlos confrontado con la ausencia y el conocimiento de otras culturas. A través de una hermosa cita de Ángeles Mora: He vuelto del viaje y sin embargo/ no regresé del todo, nos advierte que su análisis del propio mundo ya estará contaminado, o mejor aún, enriquecido por su experiencia y sus vivencias y que puede mirar su pasado reconciliado de algún modo:

…no hay olvido en el musgo ni rigor en la roca,

no bajo los peldaños, ni lloro por tu ausencia,

pues soy gota del río cristalino

que, fundida en tus dedos, abraza la ciudad.

Rodríguez Salas bien podría haber construido un relato donde compartir esta historia conmovedora como testimonio personal y subjetivo de su autobiografía a través de un discurso narrativo, como ya hizo en Hijas del sueño con algunos de los episodios de su memoria emocional. Sin embargo, y aunque sin abandonar cierto discurso narrativo perfectamente estructurado, ha preferido visitar, y conducirnos a visitar, los puntos estratégicos de su cartografía vital, a golpes de memoria y convertir cada uno de ellos en un navajazo directo a nuestra propia emoción. De esta manera, consigue interesarnos tanto por la estructura como por cada uno de los elementos que la construyen.

Su memoria convoca en cada uno de nosotros nuestra propia pérdida. Nos entrega su dolor y aún más, sus herramientas de reparación para que lo hagamos nuestro.

Y tal como dialogan las culturas en su libro, dialogan también sus referencias literarias. Así encontramos citas, sobre todo de poetas granadinos, dialogando con citas procedentes de su vasta cultura anglosajona (Katherine Mansfield, Selina Tusitala Marsh o Janet Frame), como no podía ser de otra manera, en un profesor titular de Literatura Inglesa de la Universidad de Granada.

Así como escuchamos a menudo que una novela es cinematográfica, diría yo que este poemario es cinematográfico. O más bien podríamos decir sensorial porque es visual, está lleno de imágenes vívidas que se representan con nitidez ante nosotros a través de los cuidados recursos poéticos que Rodríguez Salas despliega, pero también está lleno de sonidos que acompañan la lectura, desde el arrullante sonido del jazz hasta el desasosegante “frenazo en seco”, sabores que podemos paladear (sus sandías gigantes) e incluso los olores quedan explícitos (olor a sangre que inunda el cuadro): Busco palabras que te invoquen,/ palabras que… huelan a ti… suenen a ti…sepan a ti.

No podemos cerrar este comentario sin señalar la belleza de la portada. La imagen Falling man del artista londinense James Wedge no es sino un poema más del libro que ya anuncia el vértigo no es posible el olvido ni la superación total del dolor pero también la belleza que su lectura nos dejará:

El recuerdo es la sombra

torpemente zurcida a los talones

Ioana Gruia, la escritura como refugio y como conocimiento

Ioana Gruia, la escritura como refugio y como conocimiento

y el olvido la piedra

que no termina nunca de caer.

Teresa Gómez es licenciada en filología hispánica y poeta. Su último libro publicado es "La espalda de la violinista" (2018).

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