Los diablos azules

La función del mensaje en la última poesía española

Público de la última edición del festival Poetas.

Javier Lorenzo Candel

Muchos de los que dedicamos nuestro tiempo a la crítica literaria o a la creación poética nos hemos preguntado cuáles son los resortes que mueven a la nueva poesía española, qué aspectos de los nuevos poetas son los más reconocidos para que, entre otras cosas, estemos hablando de una generación que acapara lo más alto de las tablas de ventas españolas desde hace ya unos cuantos años.

Las tiradas enormes de ejemplares de libros de poesía vienen asombrando a poetas y lectores avisados, despertando la curiosidad por un fenómeno de masas que, en torno a la lírica, está llenando salas y abarrotando librerías en la búsqueda de los nuevos y las nuevas poetas de vanguardia. Este fenómeno, que ha olvidado, o desconoce, etapas anteriores para centrarse en el reconocimiento de los nuevos valores, pone de manifiesto una necesidad lectora de los que se adentran por primera vez en el campo de la poesía, una necesidad que es un movimiento hacia delante en el reconocimiento del género a nivel nacional.

Pero, ¿desde qué elementos podemos abordar la trayectoria de los autores que nos ocupan? ¿Cuáles son los aspectos identificativos de esta tremenda aceptación poética en nuestra sociedad reciente? ¿Qué perspectivas manejan y de qué manera las trabajan para que sean consideradas necesarias por tan nutrido porcentaje de nuevos lectores? Las herramientas utilizadas tienen los mismos usos que el resto de la poesía conocida hasta la fecha, los asuntos que desarrollan no difieren mucho de los desarrollados por la lírica tradicional, pero hay algo poderoso que las sitúa en el centro de referencia de la producción poética nacional.

Desde el punto de vista de la comunicación es desde donde podemos abordar el análisis de estos poetas, enfocarlo en el prisma histórico de la poesía para acercarnos a la masa madre que hace posible el nuevo fenómeno editorial. Y es desde este punto de vista desde el que podemos situar un análisis de la poesía con perspectiva. En el proceso de comunicación, como es sabido, existen tres elementos que dan forma a la estructura comunicativa vigente: emisor, receptor y mensaje (simplificando mucho los conceptos). Es desde esta estructura desde donde intentaré evidenciar los diferentes caminos de la lírica, apoyando los elementos con movimientos históricos que han llevado a los poetas por la camino de la creación, subrayando los compartimentos que, a partir de ahora, empezaremos a definir.

La poesía del emisor, como uno de los primeros resortes que vamos a analizar, tiene, como se puede suponer, una característica que la define: la poesía del yo. Es desde esta poesía del yo desde donde podemos entender que buena parte de los y las poetas referencia han imprimido a sus textos el elemento nacido desde la propia conciencia del mundo, tamizado solo por el filtro del propio conocimiento, ensamblado (si se me permite el término) con los materiales nacidos y crecidos desde una experiencia vital comunicable que mantiene viva la llama de la acción poética desde la interiorización de los acontecimientos que se producen alrededor de la sensibilidad poética. La poesía que nace desde esta perspectiva es, sin duda, introspectiva, comunicable en cuanto forma parte del propio desarrollo, y por ende, del desarrollo de los elementos de la sociedad a la que va dirigido. Es el exponente de la poesía, por ejemplo, nacida en el Renacimiento literario, desde la idea mística, Garcilaso, con evolución en los poetas introspectivos hasta la llegada, ya en nuestra referencia temporal, de los culturalistas o venecianistas, por situar el movimiento entre los definitorios para el desarrollo de la poesía subsiguiente.

El caudal comunicativo de esta poesía del emisor es claramente activo, en cuanto que requiere del desarrollo sentimental e intelectual del poeta para interrelacionar lo vivido con el mensaje que surge de esas manifestaciones psicológicas, del despertar a la propia conciencia sentimental. Alguien puede pensar que este asunto está presente en toda la dimensión de la poesía desde los primeros griegos arcaicos, que la acción que surge del yo ha sido elemento común a la voz poética en su conjunto. Pero si nos paramos a analizar podremos ver cómo el argumento nos aporta el espacio en el que, con claridad, hemos situado a esta poesía del yo. El emisor desconoce, por decirlo de algún modo, cuál es la estrategia del mensaje, qué líneas, a no ser las propias del lenguaje, tiene que defender para encauzar sus sentimientos. Tampoco importa demasiado el otro ámbito antes definido, el receptor queda relegado, incluso olvidado, en pos de la relación del yo que piensa con el yo que escribe lo pensado.

La segunda entidad mayor de la que hablaremos es la descrita desde el ámbito del receptor. La intención comunicativa, según aprendimos, viene condicionada por la existencia de un elemento receptor que reciba el mensaje, que lo identifique y comprenda. Esta comprensión evidencia que el acto comunicativo ha tenido lugar. Pues bien, con el mecanismo descrito podemos empezar a entender que la poesía del receptor puede quedar definida como una flecha que va a para a esta capacidad receptiva que suponemos en nuestros interlocutores, al mismo centro de la conciencia del otro y, si se quiere, de la conciencia colectiva de la masa. Es en este momento donde el mayor acto de comunicación está teniendo lugar, se está llevando a cabo.

En la poesía de receptor, como se supondrá, el elemento clave de análisis va a ser aquél que surge de un emisor interesado en que su mensaje llegue de la manera más clara a un receptor referencia. Pero no sólo el mensaje en sí, sino un cúmulo de interpretaciones que activen la conciencia del otro para dar valor definitivo, tanto al emisor en su búsqueda de acción, como al mensaje mismo. Alejado del yo al que aludíamos en la primera parte de la tesis, el otro viene a poner su presencia definitiva en el acto de comunicación. La amplificación del mensaje, ya lo dijimos, es la herramienta necesaria para el poeta, la dimensión mayor de su experiencia, la redimensión de un mensaje que nace del yo para hacerse social, para hacerse de otros.

A nadie le puede extrañar, por tanto, que la poesía social tiene mucho que ver con esta segunda estructura comunicativa. Una poesía social que anuncian ya los griegos y romanos, que llegaría al Barroco en una suerte de poesía sacra y moral, y que descansa en nuestros días en lo que se ha venido en llamar la poesía de la experiencia, que dicta como elemento fundamental la “cotidianización de la poesía”. Es el término experiencia el que nos puede dar las claves de lo dicho hasta ahora. La experiencia responde a un fenómeno de acción personal, sin duda, pero descansa definitivamente en una entidad mucho mayor, en el compromiso de la experiencia por ser comunicada, dicha, compartida con los otros individuos a los que, para que sea, debe hacer suyos en una identificación necesaria desde el punto de vista general.

Llegados a este punto, cada lector puede intentar definir los movimientos históricos en poesía desde estos dos aspectos descrito hasta ahora. No le será difícil comprender que la estructura comunicativa referida, la más simple posible, tiene suficiente entidad como para identificar de manera clara los aspectos que han promovido los poetas que han desarrollado su labor hasta nuestros días, iniciando así una línea quizá nueva de análisis filológico que descansa en elemento tan necesarios como los descritos hasta ahora.

Pero en tercer lugar llegamos a uno de los ámbitos que, presumiblemente, carecería de acción suficiente como para ser tratado desde una psicología de análisis literario que hiciera cerrar el desarrollo de nuestro estudio: el mensaje. Definidos los dos elemento anteriores, dibujada la línea de acción poética que les da entidad en este artículo, el mensaje parte del espacio de lo etéreo para sedimentarse en el proceso comunicativo, para hacerse necesario a la hora de entender este ajuste de la nueva poesía española. Y no es que este tenga un carácter etéreo, sino que apoya toda su entidad del yo y del otro en el valor exclusivo del mensaje.

Como se podrá entender por lo dicho, el mensaje sin el concurso de un emisor que lo emita y un receptor que lo haga suyo tiene, evidentemente, un nulo valor por sí mismo. Y es aquí donde podemos situar las características propias de la nueva poesía española: en el uso del mensaje como elemento comunicativo per se, en el mensaje ahormado por un valor aislado del proceso de comunicación, y adaptado a la poesía como método de supuesta salvación del género.

Por decirlo de una manera clara, estamos ante un fenómeno no descrito antes en la creación literaria, un fenómeno que tiene mucho que ver, como no podía ser de otro modo, con las características de las nuevas sociedades, con las estructuras de globalización y de distribución de juicios y valores sociales, con las herramientas de análisis de los fenómenos de creación de una nueva cultura y sus nuevas demandas.

Si le damos la dimensión que tiene el mensaje en nuestra época, veremos cómo su fuerza está por encima de la necesidad del receptor, en una línea que viene definida por estrategias encaminadas a hacer que las demandas (a todos los niveles) del otro, sean creadas, condicionadas en términos de la psicología conductista. El arte de hacer desear, de necesitar de manera inmediata, está descrito como una de las características de mensaje publicitario, iniciando un enfoque de atracción del receptor hacia la idea que queremos vender. “El medio es el mensaje”, que diría McLuhan.

Es curioso cómo, a parte de lo descrito, se ha llegado a producir un fenómeno muy interesante en este manejo de las conciencias. El receptor ha llegado a un grado de implicación tan alto, que ya dicta por sí solo lo que el mensaje debe llegar a decirle. Esta curiosa evolución en los procesos de venta ha conseguido que el nivel de asimilación del mensaje publicitario llegue hasta el punto, magnífico para la publicidad, de que sea demandado fácilmente por el receptor, por la masa de la sociedad de consumo., en el mismo momento en el que el propio mensaje se está creando. El maridaje es, por tanto, perfecto.

La nueva poesía española se apoya también en estos resortes.

En primer lugar, un resorte descrito desde el propio mensaje, como aislado del filtro del emisor, más preocupado por decir aquello que el receptor quiere oír, aislado de la necesidad de comunicar sentimientos que no sean los demandados por el otro, en una suerte de acción comunicativa carente de la aparición, del concurso del yo como entidad necesaria. Lo que se dice es, sustancialmente, el elemento que se identifica con un mensaje preparado para activar la demanda y, a su vez, para reflejar las necesidades del otro. Un mensaje que dicta los niveles de emoción necesarios para que la emoción se dé en su justa medida, ni más ni menos que la que se puede admitir en una estructura social que mueve sus pasos hacia el bienestar o la calidad de vida (por hablar en términos de acción política).

Pero también una poesía trazada desde mecanismos que previamente ha pulsado el lector, mecanismos que no van más allá de lo estipulado por quien se va a acercar a la lectura del poema, aquellos que sean comprensibles y que, fundamentalmente, me identifiquen.

Imaginamos entonces dónde queda la búsqueda de valores descritos en los procesos de evolución de la literatura, dónde la necesidad de trabajar un poema para, o bien dimensionar nuestra relación con el mundo para acercarlo a la sensibilidad del poeta, o bien abordar la poesía como un movimiento necesario para el avance de las sociedades, para la necesidad de activar conciencias contra cualquiera forma de represión. Lejos, muy lejos.

Otra de las características que podemos tratar es que buena parte de esta nueva poesía se apoya en la música para completar la base de su acción comunicativa. El mensaje queda pues completado con otro lenguaje que implica una mayor agilidad a la hora de la trasmisión del mismo. Los poetas activan el oído para trabajar un sentido que era ajeno a la propia lectura, que, si echamos la vista atrás, formaba parte de juglares en la Edad Media con el propósito de hacer llegar los asuntos de la sociedad, bien de relaciones amorosas, bien morales o de salud pública, a aquellos que no supieran leer, dotando a la narración de los hechos de una nueva dimensión comunicativa. Si nos agarramos a este último análisis tendremos caudal suficiente para nadar en tan proceloso río, pero, por fuerza de espacio, dejaremos el asunto para otro estudio.

Y, cómo no, el concurso de las redes sociales como soporte necesario para la acción comunicativa. Las nuevas formas de comunicación a través de estas redes vienen definidas claramente por la necesidad de activar a los llamados “seguidores”, un número infinito de opiniones, no contrastadas en su mayoría, que generan, en sí mismas, sin importar mucho nada más, actitudes sociales ya descritas más arriba. Son mecanismos que provocan reacciones inmediatas, en su mayor parte intuitivas, que dinamizan de manera absoluta los nuevos hábitos de las sociedades cibernéticas. El índice de ventas que se ha llegado a alcanzar de cada uno de los libros de estas nuevas generaciones puede tener su comparativa en la cantidad de entradas de la página web de un youtuber o en los like con los que cuenta una página determinada en las redes. Estamos, entonces, ante una nueva manera de abordar la literatura, no ya solo la poesía, sino cualquier género.

No trato, con todo, de mantener un tono de crítica excesivamente dañina contra buena parte de la nueva poesía española, aquella de las listas top de ventas, y menos, dotar a este artículo de inquina innecesaria frente a esa manifestación creativa que, según algunos, podría despertar a un mañana fabuloso para la poesía en lengua castellana, tampoco crear territorios hostiles donde se forme una nueva clase social contra cualquier manifestación que haga descansar su discurso en este último supuesto. Tan solo trato de evidenciar un proceso que ha llegado para mover el suelo que veníamos pisando, que ha acaparado buena parte de la producción poética y que se ha llevado, de un plumazo, a la nueva hornada de jóvenes lectores que han llegado a la poesía como una tabla de salvación necesaria. ¿Cuánto tiempo le puede quedar a la tabla para seguir flotando en tan proceloso mar?¿Cuántos de los poetas sobrevivirán al tiempo? ¿Quedará alguno dentro de esas listas canónicas que saltan cada cincuenta años para aportar luz sobre la poesía? No lo sé.

Joan Margarit, Premio Pablo Neruda 2017 de poesía

Joan Margarit, Premio Pablo Neruda 2017 de poesía

Lo que puedo decir es que el ritmo de las sociedades, las respuestas que se están fomentando en la cultura social globalizada, el entramado de condicionamientos desde los que parten los comportamientos de hombres y mujeres, hace evidente que los procesos de comunicación nazcan de emisores diseñados para emitir juicios en los que apoyar conductas, mensajes lanzados para convencer más que para vencer, y receptores que consumen dichos mensajes como el nuevo alimento para, en primer lugar, sentirse ajenos ante problemas de calado que no sean los muy cercanos, y, en segundo, digerir pautas de comportamiento que no den más pasos que los que se describan por prescripción de Estado. Poco más o menos. La poesía era una de las salidas posibles para el que intentaba salvarse. Ahora, ¿puede ser un juego más para el penado?

*Javier Lorenzo es poeta y crítico literario. Su último libro, Javier LorenzoManual para resistentes (Valparaíso, 2014).  

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