Nativel Preciado: "Con el retorno del autoritarismo, de la autocracia, lo vamos a perder todo"

Nativel Preciado publica 'El pan de mis hijos'

"Hubo momentos en los que estuve convencida de que iba a morir a los 58 años. No sucedió, pero me sorprendió todavía más vivir tantas aventuras pasados los setenta". Esta es una de las muchas confesiones que hace la protagonista de El pan de mis hijos (Espasa, 2025), una veterana periodista y escritora con una vida dedicada de manera inquebrantable a su carrera que, inesperadamente, tiene que asumir una herencia millonaria de una familiar lejana que nunca sospechó recibir. 

Esa protagonista es, con sus realidades y sus ficciones, Nativel Preciado (Madrid, 1948), quien a partir de esta premisa trata en esta novela temas como la vejez, los recuerdos de la infancia, el paso del tiempo, el duelo, el legado personal, la preocupación por el bienestar de las generaciones venideras, la maternidad y la paternidad o la importancia desmedida que seguramente le damos al dinero. "Si fuera verdad todo lo que cuento, a lo mejor Hacienda me metía mano", comenta divertida a infoLibre, para luego añadir: "Creo que todos hemos tenido de algún modo y de manera recurrente el sueño de que recibes una herencia millonaria que te revoluciona la vida". "La tuya y la de tu familia", apostilla.

"El cuento de la lechera", en definitiva, asegura, que sirve como excusa para que la insospechada beneficiaria, ya abuela, entable un diálogo con su hija y con su hijo sobre las posibilidades que se les abren por delante y "también de lo que ha pasado por detrás". "Hay debates sobre la educación, sobre la bondad... que yo me pregunto qué hago escribiendo un libro sobre la bondad, que no está nada de moda en este mundo en el que vivimos, donde se llevan otras cosas", reconoce.

Y todavía continúa: "Últimamente leo muchas referencias a que la bondad es lo único que puede cambiar este mundo donde triunfan los indeseables y los matones que están ejerciendo el poder de esa manera estúpida y malvada. Pero cuando millones de personas hacen pequeñas acciones en el buen sentido, se genera un gran cambio. El mundo funciona gracias a que hay gente que no sale mucho en los periódicos, ni en los medios de comunicación, ni está en el poder, pero hace bien su trabajo, cumple con su deber. Lo vemos en el confinamiento, en las pandemias, en las danas, en el hospital... resulta que el mundo funciona porque los médicos, los transportistas, los que hacen el pan, cumplen. Incluso algunos medios de comunicación cumplen con su deber y por eso el mundo sigue funcionando".

El mundo funciona gracias a gente que no sale mucho en los medios, ni está en el poder, pero hace bien su trabajo

Con todo, quizás el tema nuclear de El pan de mis hijos sea la necesidad instintiva de dejar a nuestros descendientes vidas lo más plácidas posibles. Que una vez que como padres faltemos, que faltaremos y ya bastante lidia tendrán con eso, ellos solo tengan que preocuparse de vivir, sin estrecheces económicas, pero teniendo en cuenta que la vida es mucho más que eso. Porque ojalá todos heredáramos un amplio ático en un buen barrio y, por qué no, un picasso original que hace babear a los galeristas de arte. Eso puede solucionar muchas cosas, para qué negarlo, pero falta algo.

"Creo que tener la suerte de poder ordenar todo antes de dejar este mundo te da mucha tranquilidad, aunque luego no sabes lo que va a pasar y ni siquiera importa", defiende la autora, recordando a su vez que no todo el mundo tiene la "suerte" de decir "voy a liquidar esto, voy a a dejar esto de herencia". "¿Qué herencia? Pues esa que cuento. Los buenos recuerdos, no haber sido una mala persona, en fin, todas esas cosas son lo mejor que puedes dejar en la vida. Al final nadie se acuerda de los bienes que tiene, sino de las cosas que ha hecho y de cómo ha sido su vida", asegura. 

Me he preparado mucho para la vejez porque he tenido muchos ídolos viejos, luchadores, peleones admirables a los que me quería parecer

La vejez es otro de los grandes asuntos en los que profundiza esta novela, trufada de principio a fin de consideraciones tan importantes como elocuentes. Porque, como decíamos al principio, pasados los setenta se pueden seguir viviendo multitud de aventuras. "Pasada esa edad te quieren retirar, eso sí, más a las mujeres que a los hombres", recalca Preciado. "Pero yo me he preparado mucho para la vejez porque he tenido muchos ídolos viejos, luchadores, peleones admirables a los que me quería parecer. No voy a hablar de Mujica, sino de José Luis San Pedro y de tanto viejo capaz de seguir muy vivo", prosigue. "Te pueden pasar muchas cosas a estas edades porque todo es como un regalo, está de más, es inesperado, como una prórroga", añade.

"Sufres por la edad sobre todo cuando cuando no te encuentras bien. Yo me encuentro bien y me gustaría prolongar esta situación en la que me encuentro ahora, que es la plenitud vital, de poder seguir trabajando en lo que me gusta, estar rodeada de gente que admiro, pasear... Eso sí, no puedes pensar muy a largo plazo, y tampoco puedes ser muy nostálgica, sino tratar de que esos recuerdos no te entorpezcan el buen momento que estás viviendo", apunta, de nuevo lanzando otro pensamiento interesante: "Para valorar los momentos de alegría o de felicidad, la mejor norma que puedes tener en la vida es compararte siempre con los que tienen menos, porque eso te quita la envidia. Por eso, este este libro también es una reflexión sobre sobre lo que de verdad importa en la vida y lo que te hace valorar las cosas. La educación, la humildad, la austeridad y todo eso que tendríamos que volver a valorar más de lo que ahora se valora".

Para valorar los momentos de felicidad, lo mejor es compararte siempre con los que tienen menos

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Deberíamos también, en su opinión, soñar todo lo posible, aunque nunca vayamos a cumplir todos nuestros sueños, porque, según remarca, la esperanza es "fundamental" en nuestras vidas. Y tira de experiencia personal para explicarse: "En mi generación, que es la del 68, porque ya tengo muchos años, soñábamos sin parar y teníamos la esperanza de que todo iba mejor. Eso movilizó el mundo, lo que pasa es que hay malas rachas. Ahora estamos en una mala racha en la que hemos perdido la esperanza y eso es lo que hay que recuperar como sea, porque sería desolador pensar que va a durar mucho tiempo esta situación política que estamos viviendo de populismo, de perversiones políticas de todo tipo".

"Yo sueño y espero que lo que está pasando va a ser una vacuna para que los que votan a esta gente populista, extremista y ultra se entere de lo que se juega, porque con el retorno del autoritarismo, de la autocracia o de las dictaduras lo van a perder todo. Nosotros también, claro. Vamos a perder derechos y libertades. Esta es una vacuna un poco dolorosa, pero yo confío en que esto va a pasar y va a servir para que la gente no vuelva a cometer este error tan tremendo de confiar, visto lo que está pasando, en esta gente a la que votan", argumenta.

Lo política, siempre presente, inevitablemente. También en algunos comentarios escritos negro sobre blanco en las casi cuatrocientas páginas de esta novela, con una mezcla de ironía y reproche a los políticos porque, según recalca, "hay pocos con vocación de servicio público y hay muchos que pierden esa vocación por el camino". "Estamos pagando ahora los errores que se han ido cometiendo por olvidarse de cumplir con su función", advierte, antes de hacer una distinción necesaria: "La política es una cosa noble y necesaria, pero muchos políticos se olvidan de esa vocación de servicio público que a algunos les lleva a hacer política. Al final, quedan muy poquitos que la tengan".

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