Juan de la Cruz, místico subversivo de ojos abiertos Juan José Tamayo
CULTURA
Un amigo común… como en una de mis canciones preferidas de Joaquín Sabina. Pues un amigo común muy querido, Jesús Maraña, al verme sobrecogida al finalizar el primero de sus ocho conciertos de despedida en Madrid, me pidió que escribiera sobre Hola y Adiós, su última gira. He escrito tanto sobre él, que me resistía a hacerlo sobre su despedida. Solo puedo añadir a las emociones mil veces compartidas que la otra noche fue prodigiosa. Cada vez más sensible, más sabio, y emocionado hasta las lágrimas, dedicó el concierto al público de la ciudad donde se unen los caminos de sus seguidores más devotos.
Era el último concierto al que asistía con mis hijos. Joaquín forma parte de la banda sonora de sus vidas y, por supuesto, de la mía. Lo escuchaban de niños en las cintas de casete del coche y coreaban con nosotros Calle Melancolía, lo mismo que hacen ellos con mis nietos desde el iPhone y, probablemente, harán mis bisnietos conduciendo lo que sea que se conduzca y como se escuche cuatro décadas después. Sabina dice que le sobrevivirán veinticinco canciones, pero en mi recuento caben varios volúmenes para llenar mucho más de diecinueve días y quinientas noches. Aprovecho para reiterar que es uno de los grandes poetas urbanos del siglo, para nosotros, mejor que Bob Dylan.
Sabina dice que le sobrevivirán veinticinco canciones, pero en mi recuento caben varios volúmenes para llenar mucho más de diecinueve días y quinientas noches
No quiero convertirme en protagonista de la vida de otros, pero caigo en una sola tentación: contar lo mucho que le agradezco, porque nunca se lo he dicho, aquel domingo de hace ya muchos años que salió de casa, escondido tras sus gafas negras, para presentar mi primera novela una mañana a plena luz del sol. Era el tiempo en el que cerraba los bares y dormía de día, así que fue un valioso regalo; un gesto inolvidable de amistad. Casualmente somos coetáneos y hace ya mucho tiempo que el artista se plantó como una lapa en mi corazón, que es, como dice Lorca, donde se quedan prendidos los amigos.
Me resisto a pensar que esta sea su despedida. El concierto al que asistimos en Madrid fue mágico. No sé contar, como merece, el momento final, cuando el público lloraba al ver un primer plano de Sabina inmenso, humilde, emocionado hasta las lágrimas, como nunca lo he visto. Recuerdo la alegría de las primeras veces, cuando nos daban las diez y las once, las doce… y lamento que lo mejor de la vida sea tan fugaz. ¡Qué manera tan canalla de pasar el tiempo! Se dice que para lograr un final feliz solo depende de dónde termines de contar la historia. Nos quedan muchos conciertos y más lunas llenas. Que el fin del mundo nos pille bailando. Gracias por todo, Joaquín.
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Nativel Preciado es periodista, analista política y autora de más de veinte ensayos y novelas, la última, 'El pan de mis hijos', acaba de llegar a las librerías.
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