Pasiones y días de Avelino Fierro

Calendario

Avelino Fierro. Prefacio de Antonio Pau y epílogo de Perfecto Andrés. Fotografías del autor

Días contados (Barcelona, 2022)

 

El autor de este libro y yo compartimos eso que se viene llamando generación, el nacimiento en lugares de la periferia, él en León y yo en Almería, pero sobre todo una visión poco complaciente con las derivas del mundo actual, e intereses culturales semejantes en la literatura, la música, la pintura y el cine. No es raro, por tanto, que me haya interesado lo que cuenta en su Calendario.

Antonio Pau, autor del prefacio, a quien le debemos buenos libros sobre Novalis, Hölderlin y Rilke, no cree que este libro sea un diario, pero yo al menos lo he leído como tal, pues me parece que es como puede entenderse mejor. Se trata, además, de un género que ha cultivado el autor en cuatro entregas anteriores (Una habitación en Europa, 2014; Ciudad de sombra, 2015; y La vida a medias, 2017; y Contra tiempo, 2019), de las que solo conozco la última. En el libro que ahora nos ocupa se citan los diarios de Julio Ramón Ribeyro y Antonio Pereira, aunque el libro de este último lo considero más bien un conjunto de artículos. Se trata, además, de unos textos que funcionan como las hojas del calendario, según anticipa el título del libro (páginas 61, 82 y 110), en el que coinciden narrador y autor, a quien a veces el primero se dirige valiéndose de la segunda persona (página 75).

Pero los lectores se preguntarán por qué se escribe un diario. En un cierto momento, Avelino Fierro confiesa que son "momentos que quiero fijar en estas notas, para que no se traspapelen. Estas soledades, estas estancias en el hospicio de este trozo de mundo. Sombras nada más [como dice el viejo tango de Contursi, 1943, que dio título a una novela de Sergio Ramírez], hojas secas, páginas que no va a leer nadie" (página 45).

Como se aprecia en el Índice del libro, se compone de 40 entradas que transcurren entre marzo del 2019 y febrero del 2020, justo antes de la pandemia, por tanto. De las cuales, cuatro, entre la 22 y la 27, forman las denominadas Notas del cuaderno de viaje, que podrían componer una unidad independiente dentro del conjunto. Cabe resaltar, además, en el conjunto, la atípica dedicatoria (página 17); la entrada número 8, un homenaje al pintor Miguel Galano; o la 13, singular obituario del poeta Antonio Cabrera (1958-2019), pues hay que esperar a la última línea para que aparezca el referente.

Sea como fuere, el libro tiene unidad, que viene dada por el tono, el estilo (en Contra tiempo, recuerda Avelino Fierro que Ricardo Piglia diferenciaba con razón el tono del estilo) y los intereses vitales y culturales del autor, y desde luego por la brevedad, no solo de cada una de las piezas, sino también del conjunto. Me parece que ese tipo de composición, de apunte, sería difícil de mantener en una dimensión mayor, pues hay retóricas que exigen brevedad.

El gran crítico Guillermo de Torre llamó a León Felipe "poeta del tiempo agónico". Creo que es algo que podría decirse también de Avelino Fierro, que a mí me parece un prosista inquieto, desazonado, digamos que preocupado por el paso del tiempo, ¿y quién, no?, e interesado por el mundo que lo rodea (por los fenómenos atmosféricos, las aves, las plantas, las gentes que transitan por la ciudad o que se juntan en las tabernas del barrio Húmedo de su ciudad para soplar clarete), y por ciertas derivas que ha tomado la sociedad actual. Así, nos dice: "el tiempo que gira en sí mismo, que se repite, que retorna y nos puede llevar al hastío, salvo si la conciencia cree que comienza cada vez de nuevo, con renovada ilusión, como quería Nietzsche" (página 86). Un tiempo que se nos presenta como "la rueca de las horas", que es lo que Javier Marías solía llamar -se trata de un motivo conductor en su obra- la rueda del tiempo; o cuando alude a "los años que pasan…", motivo que me parece ligado a "la rutina de los días iguales…", a la soledad ("nadie soporta la vida solo", comenta en un momento dado, página 92) y a los recuerdos de la infancia (páginas 22, 23, 26, 39, 54, 56, 83 y 86).

Decía que en este calendario leemos –y en cierta forma apreciamos– cómo cae la nieve, sopla el viento, aparece la niebla y la lluvia, las nubes y el alba. El narrador observa a los estorninos, a los tordos, a las gaviotas, a los milanos y los vencejos, que también suelen aparecer, los vencejos, en las obras de Álvaro Pombo y Fernando Aramburu; y no faltan las referencias a los tulipanes y a los jacintos... En el epílogo, Perfecto Andrés recuerda una frase del gran Miguel Torga, que responde a la perfección a lo que venimos observando en este libro: "el paisaje es realmente un estado del alma" (página 111).

En el combate que se entabla -digámoslo así- entre músicos, pintores, cineastas y poetas, me parece que ganan estos últimos. Por ceñirme a los españoles, pues no quiero hacer una lista exhaustiva, son citados de manera explícita o son recordados versos de: Jorge Manrique, Antonio Machado, Cernuda (escribe en Ocnos: "llega un momento en la vida que el tiempo nos alcanza", frase con la que acaba el libro, página 102), Blas de Otero, Gil de Biedma, José Corredor-Matheos, Justo Navarro, la más joven Ada Salas o el polifacético Juan Cruz, a propósito de sus recuerdos de infancia en el Puerto de la Cruz. Para Avelino Fierro, como para Joan Maragall, la poesía es "un estado térmico del lenguaje" (página 89). En otro momento de estos apuntes, nos enseña su biblioteca y su particular Museo del Prado (páginas 54 y 73).

Tenemos la impresión, sin embargo, de que leyendo esta cuidada y precisa prosa resuena también la música –"viene en mi ayuda la música", confiesa el autor, página 89— de Tomás Luis de Victoria, Händel, Mahler; Bach le propicia el siguiente comentario: "…ese miedo a la plenitud, de haber estado cerca de una forma de Verdad. Ese escapar del mundo por medio del arte" (página 74); Beethoven o Wagner (el tercer acto de Tristán e Isolda). Y a este propósito, nos recuerda el autor una frase de Georges Steiner: "Cuando habla la música, el lenguaje cojea" (página 74). Por último, nos encontramos también con la pintura de Rembrandt, Hals, Velázquez, Goya, Fray Angélico, Giotto, Picasso o el paisajista romántico alemán Carl Gustav Carus, cuyos cuadros tantas veces he contemplado en la Alte Nationalgalerie berlinesa.

Pero no todo es cultura en este peculiar calendario, pues no se trata de un libro meramente culturalista, dado que el libro está lleno también de naturaleza y de vida, ya lo observamos, sin que falte una cierta actitud crítica frente a la realidad, como ocurre cuando cuestiona el contenido de las denominadas redes sociales, o cuando comenta: "No es gran cosa esta vida que nos quieren hacer vivir" (páginas 79 y 84).

El Cercas lúcido, valiente

Creo que los libros aparecen en un contexto determinado, por lo que no quiero dejar de llamar la atención sobre la editorial de Barcelona Días contados, que lo acoge en su catálogo. Se trata de libros elegantes y de autores poco obvios pero significativos, que los lectores más exigentes y atentos deberían saber aprovechar. Recuerdo ahora solo unos pocos: Miguel de Molinos, con el ensayo que le dedicó Valente; el diario de Julien Green, en catalán, con un texto de José Jiménez Lozano; o un libro de C.E. Gadda, Aprendizaje del dolor, traducido por Juan Ramón Masoliver, Nuria Petit y María Nieves Muñiz. Lean el libro, dosifiquen la lectura, pues les aseguro que van a disfrutar.

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Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.

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